¿Y si te invito a una hamburguesa de cacao? Kkaú y su amor por el planeta

Hay un tipo de personas que admiro de corazón: las aventureras. Aquellas que se arriesgan a todo, construyendo su futuro a pesar de que las adversidades nublen el camino. Así es Weimar Salazar: arriesgado, osado y creativo. Su valentía lo llevaría a diferentes rincones de Colombia, hasta que lo pondría al frente de su proyecto de vida: KKÚ.

Pero, calma, no nos adelantemos a los hechos. Comencemos desde donde inició todo, un municipio arrullado por las montañas y ríos de Santander: La Belleza, allí se esconde el corregimiento de La Quitas, lugar propicio para que las semillas de cacao broten con intensos colores rojizos y naranjas

Este paraíso con aire otoñal fue testigo de cómo Weimar pasaba de la tierna niñez a la impetuosa adolescencia, en donde comenzó a arder la llama que lo incitaba a buscar su lugar en el mundo. Sin embargo, las armas y los uniformes militares empezaron a esparcirse por el pueblo. Las mazorcas de cacao desaparecieron, y su lugar fue ocupado por plantas de pequeñas flores blancas y hojas ligeras: la coca, la materia prima de los grupos ilegales que se tomaron La Quitas.

Los libros cuadernos y lápices dejaron de ser una alternativa para los amigos de Weimar. “Este pueblo se va a acabar” era el murmullo vibrante en las calles, que se terminó convirtiendo en una pared inquebrantable que no dejaba ver más allá de las plantas de coca, los fusiles y el miedo. Así que Weimar extendió sus ramas a nuevas posibilidades. Se arrojó al frío de la capital colombiana, vistió la piel del ejército, caminó bajo los atardeceres de las sabanas llaneras, viajó en carretera dominando grandes bestias de metal y vivió diferentes aventuras en muchos rincones de Colombia, en donde conoció distintas personas y creó muchas experiencias. Hasta llegó a tener dos retoños, un par de pequeñas versiones de él a los que llamó Logan y Thiago.

¿Cacao? ¡No! ¡KKÚ!

A pesar de que sus ramas trataban de abarcar más allá de las cordilleras, las raíces lo traían de vuelta a La Quitas. Por eso, junto con su hermano, Sandro, compraron la finca en la que su abuelo había trabajado durante su vida. Con sus manos, empezaron a sembrar la planta insignia de su infancia: el cacao. Weimar no sabía mucho sobre el cuidado de esta planta (a pesar de que había crecido acompañada por ella) por lo que su madre tomó el papel de maestra, enseñando lo más básico: a hacer un semillero.

Sin embargo, los frutos del cacao aparecieron luego de cinco a seis años; tiempo en que era necesario buscar dinero para invertir en los cultivos. “¿Qué vamos a hacer?” se preocupaba Sandro. Este par de hermanos dejaron que la curiosidad fuera su guía en la búsqueda de ese “algo” diferente, por lo que compraron el cacao que producían sus vecinos para fabricar chocolate.

No obstante, esa idea carecía de la chispa que buscaban para su nueva empresa. Pero continuaron con la idea principal, cotizando maquinarias, hornos, entre otros artilugios. El destino tomó otro rumbo, cuando una tía fue a visitarlos. Esta mujer vivía en medio de la selva que rodea La Belleza, por lo que sus mayores confidentes eran sus cultivos, sobre todo, las plantas de cacao.

“Una vez hice un huevo con la vena del cacao, ¡y esa vaina quedó rica!” exclamó la tía con seguridad. La familia no se lo creía, pensaban que eran disparates de la mujer. Para comprobarlo, la mamá de Weimar preparó empanadas con este curioso ingrediente, y para la sorpresa de todos, quedaron deliciosas. Tenían un leve sabor a pollo desmechado, ¡las papilas gustativas de Weimar bailaron de felicidad!

Antes de seguir, quiero hacer una pequeña aclaración. De seguro se preguntarán, ¿qué es la vena central? Quiero que nos imaginemos una especie de cordón blanco y viscoso con varios brazos a los lados, en los cuales se encuentran las semillas del cacao. Eso es una vena central. Ahora sí, continuemos.

Weimar y Sandro quedaron tan encantados con este ingrediente, que decidieron comprárselo a los demás productores de cacao. Estos estaban confundidos, ¿para qué querían un residuo? No tenía mucho sentido, pero de todos modos se lo vendieron.

La oportunidad de oro se presentó cuando los invitaron a asistir a un banquete campesino, en donde los presentes llevaban una receta antigua y una original de ellos. Ambos estaban de acuerdo que ofrecerían la caspiroleta que hacía su abuela…pero, ¿qué mostrarían producto de ellos mismos? Decidieron aventurarse a fabricar hamburguesas con la vena central del cacao, aprovechando que Sandro había comprado unos moldes.

Las cosas no salieron como lo estimaron, porque la máquina para moler la vena se atascaba, y las hamburguesas salieron duras. No obstante, su receta brilló en el evento, lo que les dio ánimos a estos hermanos para continuar con este singular proyecto.

Con el tiempo, fueron perfeccionando la técnica con las que fabrican las hamburguesas, compraron más elementos necesarios y consiguieron más proveedores. Estas hamburguesas de cacao llegaron a diferentes ciudades, como San Gil y Bucaramanga.

“Hay que ponerle un nombre” insistió Sandro. Iban en la moto, regresando a casa luego de una feria de emprendimientos.

Weimar maquinó en su cabeza distintos nombres. Necesitaba uno original y único, que la gente recordara. En ese momento, a su mente llegaron las memorias de cuando su hijo Logan era un bebé, y sus pequeños labios aprendían el arte de pronunciar palabras. Había una en particular que le causaba gracia, y era la forma de decir “cacao”, pues, la última “o” la cambiaba por una dulce “u”, por lo que de su diminuta boca salía “cacau”.

“Ya sé cómo podemos llamarnos” respondió Weimar, despertando el interés de su hermano.

Y así fue como nació KKÚ, una apuesta a hamburguesas únicas que también protegen a la naturaleza.

¿Cómo se hace una hamburguesa KKÚ?

A este barco aventurero se subieron los hijos de Weimar, Logan y Thiago. Logan es el más entusiasmado, puesto que, entre sus clases de fútbol y el colegio, ayuda a su papá a crear videos para redes sociales, promocionando a KKÚ. Su carisma y ternura ha impactado por Internet.

Tan apropiado está Logan del proyecto de su papá, que se ha memorizado el proceso para fabricar las hamburguesas. Algunos pensarán que es algo complejo, una cosa de la NASA, pero no se puede estar más equivocado. Las hamburguesas de KKÚ tienen una técnica especial, pero cualquier mortal lograría entenderla.

En primer lugar, la materia prima (la vena central) llega al punto de producción. Luego se cocina, se muele en una máquina especial, le agregan ciertos condimentos (que son parte de la receta secreta y ¡shh! nadie los puede saber), se amasa y por último se les da la forma en los moldes para hamburguesa.

El paso final es más sencillo, ya que solo consiste en hornear la “carne” y empacarla al vacío, es decir, queda precocida para que los clientes la cocinen en casa y disfruten de su delicioso sabor ¡Yumi!

Thiago y Logan son fans de las hamburguesas. “Saben muy rico” exclaman los niños cada vez que las pruebas. No obstante, Weimar y Sandro saben que sus clientes potenciales no están en La Quitas, y tampoco en La Belleza; son conscientes de que, a pesar de que su pueblo de origen es tierra de innovadores, este tipo de ideas tiene más impacto en otros lugares.

Y no es para menos, ya que estas hamburguesas son una alternativa a la carne que se produce a partir de la ganadería.

Una nueva opción para el planeta

Weimer y su hermano crearon KKÚ como una apuesta a la innovación y originalidad, pero, lo que tal vez no saben (o no tienen muy en cuenta) es que su proyecto abre la puerta a nuevas posibilidades para cuidar el medio ambiente; en este caso, las hamburguesas de cacao podrían ser un sustituto a la carne de vaca, cuya producción genera problemas al medio ambiente.

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés), el 14,5% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) causadas por el ser humano son a causa de la ganadería. La cosa es tan grave que, si las vacas se fueran a vivir en un solo país, serían el tercero con más emisiones de gases de efecto invernadero.

En Colombia las cosas no son tan alentadoras. El Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), a través de su inventario nacional de gases de efecto invernadero (que se genera cada año), sostiene que la ganadería es responsable de 22,8 megatoneladas de dióxido de carbono (CO2).

La ganadería también impacta en otros aspectos. La ONU afirma que una hamburguesa de ternera de un cuarto de libra consume alrededor de 1695 litros de agua, ¡solamente una! Imagina si lo dimensionamos a la cantidad que consume una ciudad grande. ¡Podríamos llenar más de una piscina olímpica con esta cantidad de líquido! Y no solo eso, las malas prácticas ganaderas también son responsables de la deforestación. Lo que más preocupa en estos casos es la Amazonía colombiana, que ha sido víctima de este crimen ambiental; sin embargo, el Ideam afirma que, durante enero a septiembre de 2023, la tendencia de la deforestación en esta región mostró una reducción estimada del 70% respecto al mismo periodo del año pasado. En concreto, se pasó de 59,345 hectáreas deforestadas a 17,909 hectáreas. Pero, en un mundo ideal, estas cifras deberían ser de cero.

Y no, no estoy diciendo que la ganadería debería esfumarse, puesto que, en medio de este panorama, las hamburguesas de KKÚ toman más relevancia, ya que, de cierta manera, pueden reducir todas estas cifras, si se mantiene una visión sostenible y en cuidado del medio ambiente.

Los sueños de Weimar y Sandro no paran; son una locomotora que avanzan hacia el futuro, y estaremos pendientes de lo que sucederá. Queridos alunáticos y alunáticas, los invito de todo corazón a que sigan a Weimar en su redes sociales: KKÚ Orgánico y Artesanal (instagram) y KKÚ (Facebook), para que estén al tanto de las buenas noticias para el planeta.


Entrevistado: Weimar Salazar
Cofundador de KKÚ
Escrito por: María Lucía Sarmiento Rojas (Semillero ALUNA)

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