Buenos días, buenas tardes o buenas noches, querido lector o lectora. Si estás leyendo este nuevo artículo es porque, al igual que esta humilde escritora, eres un alunático de corazón. Antes de iniciar con la historia de un nuevo emprendimiento que ayuda a nuestra Tierra, te contaré una pequeña anécdota; así que… ponte cómodo (o cómoda) y disfruta de lo que hemos construido para ti. Aquí, vamos a descubrir cómo la creatividad lleva a que el arte nazca entre los residuos del agro.
Corría el año 2022 —lo sé, lo sé; hace poquito— cuando mi primo Santi cursaba octavo grado de bachillerato en un pequeño colegio de Piedecuesta (Santander); allí, justamente, el profe Fabián —como él le llama— de Sociales, les hablaba sobre las distintas regiones que componen a Colombia y otros subtemas como la gastronomía, la cultura, la fauna y la flora.
Entre explicaciones, el reloj marcó las 7:30 a. m. y, con tal aviso, uno de los chicos que se sentaba al fondo del salón alzó su mano, mientras un gran bostezo les demostraba el porqué de sus notables ojeras.
—Adelante, señor Quijano; ¿qué inquietud le puedo solucionar hoy? —expresó con sarcasmo en su voz el docente, quien ya estaba acostumbrado a las preguntas del chico que siempre tenía la intención de ‘corcharlo’.
—Gracias, señor Fabián. En mi casa he escuchado a mi mamá decir que extraña mucho ir al Eje Cafetero, pero yo no sé qué es eso. ¿Me podría iluminar? —preguntó el quinceañero con su característico tono burlesco.
—Con todo el gusto le respondo su incógnita, señor Qui – ja – no —dijo el docente, a la par que buscaba en su escritorio un mapa enorme y viejo del país.— ¡Sánchez! ¡Ramírez!, por favor, ayúdenme a sostenerlo. Uno en cada esquina; eso, usted allá y usted allá —ordenaba e indicaba con sus manos.
Una de las maravillas del ‘Eje Cafetero’: impacto de la guadua o bambú colombiano
Con 42 alumnos expectantes, mi primo me contó que el maestro dio unos pasos al frente y comenzó:
—Quijano, póngame atención. ¿Observa estos departamentos? —refiriéndose a Caldas, Quindío y Risaralda. —Pues bien, ellos conforman eso que su querida madre llama el ‘Eje Cafetero’ y, de hecho, no está mal; tal región produce un café de alta calidad. Pero, ¡la historia no termina acá! Quiero darles algunos porcentajes. —Buscó en su celular unos segundos y continuó. —La Asociación Nacional de Comercio Exterior (Analdex) aseguró en el primer semestre del 2020 que: “En el Eje Cafetero, aunque el café, plátano y otros cultivos son los que más área cultivada ocupan, es la caña de azúcar la que más representa en términos de producción (toneladas) con el 32%, seguida por el plátano con el 31%. En su orden sigue los cítricos, aguacate y café con 9%, 6,4% y 5,8% respectivamente”.
—Eso quiere decir que no solo hay café, sino que hay muchísima diversidad, ¿cierto? —manifestó una chica que se sentaba en la segunda fila y de la cual Santi no recuerda nombres ni apellidos.
—¡Cierto, Montoya! El Eje Cafetero es admirado por sus montañas, ciénagas y bosques; en lo personal, me encanta dibujar los paisajes y las plantas, especialmente, la guadua que…
—Uy, ahora resulta que también es artista. ¡Qué maravilla, señor Fabián! —interrumpió Quijano.
—Su comentario es muy interesante, señor Qui – ja – no; tal vez sí tengo otros talentos. Prosiguiendo con la guadua, esta es una planta que puede alcanzar alturas de hasta 30 metros y se conoce como el ‘bambú colombiano’; además, beneficia al medio ambiente y a la economía.
—¿¿¿Por qué??? —preguntaron todos.
—No saben lo feliz que soy al verlos tan animados con estos temas, chicos. Así que, con el permiso de la profe Rubiela (de la asignatura de Naturales), trataré de resumirles la importancia de la guadua. Primero, contribuye a la recuperación y conservación del suelo, ya que sus raíces se “enlazan” a tal punto que la amarran y, por lo tanto, evitan la erosión; segundo, debido a que regula la calidad y cantidad del agua, protege las cuencas, lo ríos y las quebradas de la contaminación y; tercero, son grandes productoras de oxígeno y captan el dióxido de carbono.
—Profe, ¡¿usted cómo sabe tantas cosas?! —exclamó Quijano; no obstante, Santi no sabía si era con sarcasmo, ya que, por primera vez, notó asombro en su mirada.
—Los libros y la Internet, jovencito. Les confirmo que la lectura es poder. Por ejemplo, lo que les acabo de contar lo saqué del sitio web ‘GUADUA Y BAMBU COLOMBIA (GBC)’ en donde, también, aprendí que esta planta se usa en sectores como la arquitectura, la agroindustria y la artesanía.
—¿La artesanía? —volvieron a preguntar todos.
—Sí, señoritas y caballeros. Resulta que, gracias a su forma cilíndrica, flexibilidad, resistencia o durabilidad y dureza, la guadua se ha convertido en un material con cualidades superiores al hierro (por sus fibras) que permiten la construcción de viviendas, instrumentos musicales, productos como muebles, papel y palillos; además de ARTE.
—¿Arte?
—Sí, permítanme contarles la historia de Julián Neider Martínez Parra, un artesano y artista plástico que, cuando asistía a sus clases de Licenciatura en Artes Plásticas en la Universidad Tecnológica de Pereira, tuvo la idea de hacer su trabajo de grado (tesis laureada o excelente) sobre la hoja caulinar de guadua en 1998; titulándolo: ‘Encuentro con el diseño. Hoja caulinar del bambú-guadua, un presente hecho realidad con notas de un pasado artístico y natural’.
Viendo la magia donde otros no la ven
Así, en la clase del profesor Fabián, conocí a Caulinarte, una empresa legalmente constituida en el 2003 que se dedica a la fabricación y comercialización de artesanías con acabados en lámina caulinar de guadua, es decir, la utilización de aquellas hojas triangulares de color café claro o marrón que son de fuerte consistencia, que “abrazan” a la guadua para proteger las yemas (esas que favorecen la reproducción y propagación vegetativa) y que, por lo regular, son consideradas como desechos porque, supuestamente, no se les podía dar uso y, por ende, eran quemadas. Sin embargo, nuestro protagonista demostró todo lo contrario.
Si nos devolvemos en el tiempo (más de veinte años), conoceríamos a un Julián que emprendió un largo viaje por casi toda Colombia: se adentró en la Costa Caribe (la Sierra Nevada de Santa Marta, Bolívar, San Jacinto, entre otros territorios) hasta llegar al Sur (Pasto, Puerres, Túqueres, Ipiales…). En tal aventura, conoció mucho más sobre los ancestros del arte precolombino y sobre artesanías como hamacas, mochilas, ruanas y cobijas que ampliaron su perspectiva cultural, social, económica y política.
De tal modo, y con la inspiración a flor de piel, este héroe hizo sus primeras piezas. En un inicio, tomó las pelusas de las hojas, las limpió y las tiñó con tintes sintéticos (sustancias que aportan color) para crear 17 cuadros (palomas, peces y figuras geométricas) y dar paso a Caulinarte; proyecto al que se sumaron sus hermanos, quienes fabricaban muebles con dicha planta, dando como resultado la consolidación de una empresa o, más bien, de una familia que emplea a dieciséis artesanos.
Julián comentó en exclusiva para ALUNA, acerca de sus primeras obras, lo siguiente: “Como no tenía ningún conocimiento acerca de cómo pegar ni cómo tinturar ni qué material de soporte utilizar, fueron obras muy geométricas”.
Enchapado: una técnica “secreta” convertida en obras de arte
Ahora bien, ya que Caulinarte utiliza las hojas de la guadua o el ‘bambú colombiano’ como insumo fundamental para hacer los acabados o el enchape de las artesanías, ¿cómo es ese proceso de transformación? Pues bueno, la metamorfosis comienza desde el momento en que los artesanos se dirigen hacia la guadua para analizar y seleccionar las hojas más adecuadas.
“No toda hoja que caiga o se desprenda es óptima. Recolectamos las que están en buen estado: las abiertas, las que ni el agua ni el sol hayan afectado porque, cuando se mojan, les salen hongos y, cuando les da el sol, se daña la estructura”, explicó el profesional.
Luego, al escoger las hojas y estando en medio de los guaduales, los artesanos extraen las partes que son más flexibles para hacer el famoso “corte” con un bisturí sobre unos contenedores que sirven como mesas o tablas. Después de seleccionar lo que se usará: “El resto se deja en su proceso natural de descomposición; lo organizamos, lo traemos al taller y aquí hacemos la limpieza; es decir, retiramos la pelusa de la hoja caulinar. Eso lo hacemos con un cepillo en seco”, continuó nuestro invitado especial.
Cuando la hoja está limpia, se lleva a cabo la fase de tinturado en donde se sumergen en unos tintes, por seis o doce horas, que ya tienen preparados y, posteriormente, se dejan secar en la sombra y listo. ¡Manos a la obra! El siguiente paso es cortar las hojas (ya con color), con el fin de adaptarlas o pegarlas en las superficies de los productos elaborados, en la mayoría de ocasiones, con madera.
En el siguiente video, obtenido del perfil de Facebook: ‘Caulinarte’, podrás observar el proceso de ‘tinturado’ explicado anteriormente.
La sinergia entre la naturaleza y el hogar:
Pero… Respetado lector, estoy segurísima de que, al igual que yo, tú también sientes curiosidad por ver algunas de las obras que ofrece esta empresa familiar y que exaltan la belleza de la fauna y la flora colombiana o, mejor dicho, ¡la cultura de la región! Por consiguiente, ¡no te haré esperar más!
Tomado de @caulinarte en Instagram
Creando arte en la adversidad
Apreciado lector o lectora, ¿te has preguntado lo difícil que debe ser para alguien que anhela con el corazón ayudar al medio ambiente, enfrentarse a una sociedad incrédula y que “mira feo” su proyecto de vida? Decepcionante, ¿verdad? Es por ello (la falta de apoyo) que muchos sueños no trascienden y se quedan solo en eso: en una realidad imaginaria.
Y Julián, a pesar de ser —como dirían en la actualidad— todo un ‘crack’ del medio ambiente, no fue ajeno a tales tristezas. Cuando comenzó, la gente no creía en su emprendimiento ni en su aporte; el desconocimiento era tan grande que lo rechazaron hasta en una exposición de arte en Armenia (capital del departamento de Quindío, Colombia). No obstante, ese “amargo momento” lo impulsó a perseverar y perseverar (a darle con ‘berraquera’, diríamos los santandereanos).
Con su voz suave, pero segura, él recordó aquella época en entrevista con ALUNA: “Fue como un ‘clic’ que me hizo seguir. No renuncié y continué explorando el material porque yo sabía que se podía lograr mucho; así, salí adelante y hoy en día todo es muy diferente (el proceso ha cambiado y los diseños también). Entonces, ese fue el punto álgido”.
Todo esfuerzo vale la pena
¡¡¡Cree en ti!!! Es una de las premisas que escuchamos hasta en la sopa; empero, si lo pensamos bien, este pequeño dicho no está tan mandado a recoger, pues sencillamente es la verdad. Y con esa verdad en su ser, Julián eligió ese camino (el de creer en sí mismo) y superó cada obstáculo que se le atravesaba.
Por ende, a medida que trabajaba y la pasión incrementaba, las perspectivas cambiaron: ahora, el público lo busca y reconoce su talento y tenacidad. “Las personas nos buscan porque somos algo diferente. Sí, conocen el material (uno brillante y agradable al tacto) y quedan enamorados (tenemos buena aceptación); reconociéndonos por los diseños y la técnica. Además, les explicamos que tenemos los permisos y la aprobación de los campesinos, ya desde hace mucho tiempo, que nos permiten recolectar el material”, manifestó orgulloso el hombre.
Añadido a lo anterior, cabe destacar que Caulinarte ya traspasó fronteras hasta llegar a Japón. ¡Sí! ¡A Japón! Resulta y acontece que, en el año 2017, este emprendedor viajó a dichas tierras —muy lejanas— para mostrar, como todo un ‘embajador de sueños’ y, durante 20 días, el trabajo que ha realizado en Circasia (Quindío); todo bajo el lema de Mi pueblo, mi producto: mi orgullo.
Ay, mis Alunáticos, aunque doy por finalizado el artículo de hoy, sé que este arte nos dará muchísimas más sorpresas en un futuro no muy lejano; y, ¡no lo olviden! La fórmula clave es: Trabajo duro + confianza en ti mismo + perseverancia = Sueños convertidos en realidades. ¡Hasta la próxima!
Entrevistado: Julián Martínez
Artista plástico
Escrito por: Camila Andrea Álvarez Argüello (Semillero ALUNA)
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