¡Agua para todos! El dispositivo colombiano que salvará vidas

Recuerdo que, hace unos años —de aquellos que probablemente no volverán—, mi familia —los de Santander— se encontraba reunida —con los de la capital (Bogotá)— alrededor de una pequeña mesita que “valientemente” sostenía nuestras tazas de café —uno bien calentito para combatir el picante frío (lo sé, picante y frío son adjetivos que no “van de la mano”; y, por ende, este interesante detalle los convierte en un juego de palabras sublime… propio de nuestra lengua)—, mientras “los de edad más avanzada” traían a colación sus memorias de antaño. 

Así, transcurrieron los minutos hasta que el tictac del inusual reloj de mi abuelita detuvo la espléndida conversación —una cargada de risas, nostalgia y esperanza—; por un momento, volvimos a la realidad —un extraño ruido interrumpía nuestro “efímero” descanso—. 

De un gran brinco (irreal si se compara con la poca altura de una niña que medía un metro exacto) dejé mi butaca de madera —chueca de las dos ‘patas delanteras’— y, con cuidado, me asomé por los frágiles ventanales de aquel ‘ranchito’ para ver qué sucedía afuera —sí, era un trueno que daba paso a una fuerte tormenta—; mis pensamientos se contuvieron por unos instantes, se perdieron entre el sonido de las gotas que chocaban con los vidrios y la delicada voz de mi madrina Rosalba quien, entre susurros, dijo: “¡Era hermoso! Los vecinos salían de sus casas y se juntaban allí para pasar su tiempo libre”. 

—¿Qué? —pensé. Obvio, nadie oyó mi expresión confusa (no entendía cómo se relacionaba ese comentario con la situación). 

—¡Sí! —añadió firmemente mi prima Laura, al tiempo que se limpiaba el bigote que le quedó tras terminar su bebida—; la gente iba a bañarse y a hacer asados, pero después eso no se pudo repetir. 

Ellas fueron testigos del drástico cambio que sufrió el famoso Río de Oro en Girón, Santander pues durante casi tres décadas han vivido en el barrio Carrizal Campestre que se ubica a pocos metros del fluvial. Con esto, el que era conocido como un “hermoso y limpio lugar”, se convirtió en un espacio caracterizado por la contaminación, los malos olores y la presencia de ‘gallinazos’ —¡exacto!, los llamados ‘chulos’ o ‘buitres negros’—. 

—Oigan… ¡Pero aquí pasa lo mismo! —interrumpió mi tía Marta.

—Ay, ¡eso es ho – rri – ble! El agua está oscura —hizo una pausa de segundos que parecieron horas; como preparándose para lo que venía, y prosiguió— llena de basura, bacterias y parásitos; además, provoca náuseas y, obviamente, se afecta el medio ambiente —comentó indignada mi otra prima, Karen (la favorita; guiño, guiño). 

—Señoritas, aunque no lo crean, el río no siempre fue así… Lo que es cierto es que la gente no ayuda a cuidarlo, antes “colaboran más” para destruirlo —afirmó mi tío Daniel, un hombre alto, “de tez clara”, bigote frondoso, corazón puro y pocas palabras; unas precisas y valiosas. 

Y, de tal modo, se desplegó una interminable charla sobre políticos que no luchan por la naturaleza, personas sin conciencia y crítica a las industrias poco amigables con la Madre Tierra. 

—¿Entonces qué se puede hacer para salvar el río? Hay niños como yo que necesitan ‘agüita’ —le preguntó inocentemente mi primita Mariana de cinco años, mientras sacaba de la nevera un vaso con el preciado líquido. 

—’Mijita’, no ser ‘cochinitos’ y soñar con un invento que nos permita limpiarla y llevarla a quienes les falta —respondió con una tierna sonrisa en su rostro.

Ay, querido lector, ¡cómo pasa el tiempo! Hace unos meses nos volvimos a reunir —esta vez en ‘tierrita santandereana’— y, en medio de un paseo de olla, el tema saltó a la mesa —de nuevo—. No obstante, ¡ahora sí había una esperanza!

—Chicos, ¿recuerdan cuando hablábamos de los ríos? —preguntó mi tía Marta a la par que saboreaba una antojable yuca. 

—¡Sí! —respondí admirando el agua cristalina del sitio que visitamos y agregué esta pregunta: ¿avanzó la situación allá? Porque aquí el Río de Oro sigue igual o peor… Solo inspira olvido y decepción. 

—Lo sé, lo sé… Pero no todo está perdido ‘mija’, imagínate que en Bogotá una muchacha, así como de tu edad, creó una máquina que “revive el agua” —exclamó con ilusión en su mirar. 

—¿¡Qué “revive el agua”!? —gritamos entre primos.

—Algo parecido, chicos, ella se llama Laura Daniela Idárraga Bastidas. Es una joven de 22 años, egresada del Colegio Gimnasio Bilingüe Campestre Marie Curie de Mosquera, Cundinamarca que actualmente estudia Ingeniería Química en la Fundación Universidad América —expresó sin saber que había dejado una puerta abierta hacia el camino de la curiosidad y la imaginación. 

La muerte del río Bogotá

Mucho se oye acerca del río Bogotá, pero: ¿qué tanto es verdad y qué tanto son rumores? ¡No se preocupen, Alunáticos! Aquí estoy yo para “poner los puntos sobre las íes”. En primer lugar, este nace a 3.400 metros sobre el nivel del mar (msnm) en el Páramo de Guacheneque (ubicado a 9,5 kilómetros del municipio de Villapinzón, Cundinamarca) y desemboca en el río Magdalena a la altura del municipio de Girardot (280 msnm).

De acuerdo con la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR), este se divide en tres cuencas: alta (Villapinzón – Puente de la Virgen Cota), media (Cota – Salto del Tequendama) y baja (Salto del Tequendama – Girardot); atravesando 47 municipios del departamento de Cundinamarca, “(…) lo que representa una influencia sobre algo más de 10 millones de personas, principalmente de Bogotá”. 

Asimismo, Revista Semana en su artículo ‘Así se veía el río Bogotá antes de su preocupante índice de contaminación’ (2021) expone que el 32 % del Producto Interno Bruto (PIB) “pasa por este cuerpo de agua”, el cual es necesario para cubrir el 26 % de las actividades económicas (producción agrícola, pecuaria e industrial) de Colombia. Además, como si fuera poco; Chía, Cajicá y el norte de Bogotá requieren de él para abastecerse de agua en sus hogares (situación alarmante si se tiene en cuenta que el 97 % del afluente no es apto para el consumo humano). 

¡Alto ahí, apreciado lector! Antes de escribir sobre el increíble dispositivo hecho por Laura, debemos aterrizar una problemática que persiste y angustia a toda Colombia: la contaminación del río Bogotá. Por consiguiente, le invito a observar la siguiente gráfica (no daré más adelantos, o como se les dice hoy en día, ‘spoilers’).

Sumado a la anterior infografía, la CAR también retiró —hasta el año 2016— cerca de seis millones de toneladas de basura que los bogotanos arrojaron al río. De igual modo, según el Instituto Nacional de Salud (INS), la mala calidad del agua y del aire, junto a la contaminación provocada por combustibles sólidos y metales, han causado alrededor de 17.500 muertes registradas hasta el 2019. 

Volviendo a Semana, basada en datos de dicha Corporación, el “56 % del agua en la cuenca alta tiene una calidad regular, afectada carga contaminante de 120 curtiembres en Villapinzón y Chocontá, Plantas de Tratamientos de Aguas Residuales (PTAR) inexistentes o con problemas técnicos y vertimientos por parte de los ciudadanos. Esto hace que el río no pueda recuperar su pureza. Del total de estas industrias, únicamente 22 cuentan con Plantas de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR) propias y 25 están en proceso de trámite. Sumado a esto, Villapinzón no cuenta con una planta para descontaminar las aguas residuales generadas por sus más de 21.000 habitantes, descargas que van a parar al río que alguna vez fue venerado por la tribu indígena de los muiscas”. 

No obstante, el panorama en la cuenca media no mejora —su calidad hídrica es catalogada en un 70 % como mala—, pues en Soacha y la Capital los habitantes arrojan —día a día— cerca de 690 toneladas de “carga dañina” (aguas residuales, basuras y desperdicios industriales). Por ello, la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB) retira cada año, aproximadamente, 160 mil toneladas de basura —450 al día—.

Igualmente, a nivel nacional, se ha conocido que entre once y diecinueve millones de colombianos están expuestos a riesgos considerablemente altos por la mala calidad del agua. Además, el informe del Banco Mundial titulado ‘Colombia, un cambio de rumbo: Seguridad hídrica para la recuperación y crecimiento sostenible’ (2020) manifiesta que: “Colombia es uno de los países con más abundancia de agua. Una mirada a la gestión y el uso eficiente y sostenido de los recursos hídricos revela desafíos claros: muchos cuerpos de agua están contaminados, afectando la salud pública, aumentando los costos del tratamiento del agua potable y reduciendo el uso potencial para otros sectores como la agricultura. El desequilibrio de oferta y demanda así como la contaminación del agua son señales de alerta de inseguridad hídrica y el país se debe mover para atenderlas (…)”. 

Finalizando, dicho estudio advierte que las pérdidas en los sectores cuyo líquido es indispensable podrían alcanzar entre el 1.6 % y el 3.1 % del Producto Interno Bruto (PIB), dependiendo de la magnitud y ocurrencia de choques relacionados con el agua —recursos hídricos, saneamiento y resiliencia—. Así, “el límite inferior de los impactos (1.6 por ciento del PIB) es comparable al déficit del sector público del gobierno de Colombia, mientras que el límite superior de los impactos (3.1 por ciento del PIB) es comparable al déficit de cuenta corriente externa de Colombia y déficit fiscal”. 

“Marie Curie: Mi mayor inspiración”

Desde tercero de primaria, una pequeñita llamada Laura Daniela Idárraga daba sus primeros pasos en el mundo de la ciencia —uno caracterizado por esa necesidad que tenemos desde la niñez de conocer y descubrir lo que nos rodea, y más allá, para dar respuesta a las innumerables incógnitas que han surgido a partir del génesis del cosmos—, siempre apoyada por sus padres y el conocimiento de sus docentes en la institución Gimnasio Bilingüe Campestre Marie Curie de Cundinamarca.

De tal forma, esta niña creció haciéndose preguntas sobre la humanidad, adentrándose en la investigación y en cómo mejorar la vida de aquellos que requieren de una mano amiga. “La científica Marie Curie me motivó (…). Es un ejemplo a seguir; fue la primera mujer en ingresar a la universidad, realizó ciencia y ganó dos Premios Nobel”, comentó Laura en exclusiva para ALUNA.

Así, pasaban los años; años cargados de dudas, indagaciones y aprendizajes —un compendio de posibilidades generadas por la majestuosidad de los laboratorios y expertos invitados a la escuela—. “Escuchar todas las historias de ellos me fueron encaminando por el universo de la investigación”, añadió nuestra protagonista. 

Ahora bien, casi una década de estudio no podía ser en vano; el objetivo estaba claro: presentar una tesis en décimo y undécimo grado, cuyo fundamento fuese la solución a un problema de la sociedad —y en pro de la Madre Tierra—. Entonces, partiendo de su preocupación por las personas que mueren diariamente debido a la mala calidad del agua, Laura inició su proyecto titulado ‘Proceso para el tratamiento de aguas residuales en una unidad electroquímica’, el cual se enfocó en recuperar (potabilizar) el río Bogotá.

Al concluir casi dos años de estudio, la joven ingresó a la Facultad de Ingeniería Química de la Fundación Universidad América en Bogotá donde pudo expandir sus saberes, con el fin de pulir su proyecto. 

El prototipo de un sueño

Tras la oportunidad de acceder a la educación superior, ella estaba maravillada con todo; desde la infraestructura hasta los instrumentos… le parecían increíbles. Por ende, no desperdició ni un minuto de su tiempo y comenzó en primer semestre el diseño del prototipo de su invención: ¡uno que beneficiaría a la comunidad y al bioma!, ¡uno que sería asequible a quienes no tienen agua potable! Sin embargo, olvidaba un pequeñísimo detalle, ¡la patente! “Poco a poco, se fue dando algo que no existía. ¡Con la resolución No 52161 de la Superintendencia de Industria y Comercio, conseguí una patente en 2021!”, señaló Laura alegremente.

A pesar de sus indiscutibles logros, no todo es color de rosas —la realidad es compleja, hasta en sus instantes más reconfortantes—; la joven se sinceró con ALUNA y aceptó que, en contadas ocasiones, pensó en abandonar el proyecto porque sentía que, como se dice coloquialmente: no llegaba a ningún lado. «Muchas veces me tocó cambiarlo; si no era la resistencia o el voltaje, era la cantidad del químico; esto es ensayo y error hasta que se alcanza. También, se me quemó el equipo y explotó… Yo decía: “Dios mío, me van a sacar de esta casa”, pero mis papás me apoyaron infinitamente», mencionó con seguridad y regocijo en su voz.

Respetado Alunático, aquí haré un paréntesis para preguntarle lo siguiente: ¿hasta dónde estaría dispuesto, usted como acudiente, a llegar por los sueños de sus hijos? Y bien, poniéndose en los zapatos de los acudientes de nuestra superheroína, ¿la apoyaría sin límites?  

Las piezas de un gran ‘rompecabezas’ 

Sin duda alguna, la ayuda de los padres de Laura fue la clave, la base; ¡y no es una exageración! Pues ellos le proporcionaron cada material que ella iba necesitando: aluminio, hierro y, específicamente, el grafito (un mineral de carbono casi puro, de textura compacta, color negro y brillo metálico que funciona adecuadamente como conductor de la electricidad); ay —y casi lo olvido—, su papá la guió con el diseño del prototipo; ¡todo un ‘Superpapá’!

Al tener los mismos pasos de una planta de tratamiento tradicional (con filtración, parte química, oxigenación, etc.), el proceso de recuperación del agua es similar. “Está pensado para las poblaciones donde no hay acceso a agua potable ni energía. Por lo tanto, se implementan paneles solares, los cuales se conectan a una batería para que el equipo sea autosostenible y llegue a los hogares sin ningún problema”, aclaró la Superchica de esta historia.

Gracias a ello, produjo una estructura con forma de cascada que se compone de cinco módulos conectados: el primero, recibe el agua no potable y filtra los sólidos grandes. El segundo, atrapa los contaminantes mediante choques eléctricos que se generan a través de tres fuentes de poder y solución salina. El tercero, permite drenar los elementos tóxicos restantes. El cuarto, sigue con la limpieza del líquido, a partir de un depósito de filtros constituido por arena, polvo de carbón, partículas de plata y piedra. El quinto, y último, posibilita la oxigenación para purificar el agua del río Bogotá (con un proceso de microburbujas parecido al de los acuarios). 

A continuación, podrá identificar la invención de Laura que ayudará y salvará a millones de personas, sin acceso al ‘preciado líquido’, alrededor del planeta:

Fuente: Laura Idarraga

“El agua lleva un proceso de limpieza; el carbón activado tiene unos beneficios de olor y color (tema de la vista y el olfato). Luego, retiene los pequeños sólidos que no se han podido recolectar en los procesos anteriores —y que le dan un tono amarillento al agua—. A su vez, dicho material posee unas propiedades de higiene y desinfección que detienen el cloro para que no se formen los trihalometanos (compuestos asociados al cáncer)”, explicó la científica —porque sí, efectivamente lo es—. 

Igualmente, durante el procedimiento se obtiene una espuma que lleva algunas de las impurezas más livianas del agua; las cuales, con un proceso complementario, pueden transformarse en abono —positivo, apreciado lector, todo lo hecho por la máquina es reutilizable—. 

Cordialmente, para las jóvenes mentes de Colombia

Laura hace un llamado de atención para que los padres eduquen desde temprana edad a sus hijos; ya que, de no generar conciencia en los niños sobre la importancia del agua y su cuidado, el problema persistirá de generación en generación —así como sucede en la actualidad—. Asimismo, los invita a “sembrar en ellos” una semilla de curiosidad científica —valga la redundancia— que amplíe su ingenio y, por lo tanto, sus perspectivas del mundo. 

“En total, fueron casi seis años y medio entre la investigación, el prototipo y el trámite de la patente; se trasnochó, se lloró, se sufrió; de todo. Pero recuerden que, a pesar de los sacrificios, al realizar investigación no se deja la salud mental ni física a un lado; hay que balancear cada momento”, recordó mientras añadía: “La gente debe proteger este líquido vital porque de nada me sirve a mí tratarla si van a continuar vertiendo residuos y contaminando; de ser así, el agua vuelve y pierde su capacidad de regeneración. Cuidémosla por la naturaleza y por quienes la añoran”. 

Apreciado lector, de este modo, hemos llegado al final del artículo de hoy; mas no despertamos de este sueño —uno que “ya no es tan ‘sueño’”—, pues se ha materializado por la que seguramente se convertirá en la próxima Marie Curie colombiana. ¡Puro orgullo de nuestra ‘tierrita’!


Artículo escrito por: Camila Álvarez (semillero ALUNA)
Entrevistada: Laura Idarraga

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