Hola, alunáticos, ¡les doy la bienvenida al artículo de esta semana! Y, a propósito, al redactar lo que están leyendo, recordé una anécdota que seguramente les va a interesar.
Habían transcurrido dos meses desde el último semestre y las vacaciones llegaban a su fin. ¡Así es! El 18 de julio tendría que regresar a las aulas. La alarma sonó a las 5:30 a. m., me arreglé, desayuné y alisté los útiles (una libreta usada y un lapicero del colegio). Era “tarde”, no pude seleccionar otra cosa que no estuviera a mi rápido alcance.
En fin, salí corriendo de mi casa con la esperanza de que el bus (el que pasa cada media hora) partiera justo en el preciso momento en que yo llegara con un ataque de asma a la parada. ¿Y qué creen? Diosito me escuchó, porque al minuto de estar esperando, llegó: mi nave.
Ahora, debo mencionar que al ser el primer día de clases mis nervios se dispararon (literalmente). La respiración agitada, el sudor recorriendo las manos y la incapacidad de dejar de hablar al menos por un segundo me delataron. Pero bueno, solo matriculé ese lunes la clase de 8:00 a. m. a 9:40 a. m.; ¿qué podría salir mal? El profesor no asistió.
Nota especial 1: Querido lector, si usted ha leído los escritos de esta humilde muchacha durante varios meses (o años) es muy probable que haya notado que no tengo “la mejor de las suertes” —nótese mi ironía, como si los golpes de la vida fueran casi un chiste; un chiste del que se aprende—.
Retomando, luego de perder la madrugada, el tiempo y, ¡¡¡los pasajes!!!, le propuse a mi amigo Chris si quería hacer una maratón de películas de terror en mi humilde morada (ja, ja, ja); y él, al ser un personaje extrovertido (entrado, charlón, enérgico y divertido), no dudó ni un segundo en aceptar.
Así, dimos inicio a una nueva aventura.
Entre risas, memorias y chistes ya estábamos comprando todo lo necesario para hacer un gran banquete:
“Vecinito, ¿cuánto va de papa?” preguntó Chris al señor de la tienda, quien lo observaba con cierta desconfianza.
“Dos libras” respondió sin más.
“Ay, ‘pere’; eso es mucho” gritó ‘mi compita’, mientras sacaba unas cuatro patatas de la bolsa.
“Entonces son 1.700” aseguró dudoso el vendedor.
“¡Gracias! ¿Y me regala, por fa, unas salchichas de las baratas?” remató Chris.
De este modo, pasaron unos 10 minutos hasta que nos encontrábamos frente a mi estufa —advierto que soy la peor cocinera que haya existido—. Con esa salvedad, el chico de 23 años se puso manos a la obra o, mejor dicho, manos a la sartén, a lo que compró y al aceite.
Para no alargar el cuento, echó prácticamente todo el aceite que había en un tarrito como de ocho centímetros en la olla y, al poner las papas, una llamarada de fuego tocó el techo —por un segundo los invito a imaginar la cara que hice; fue impresionante—. Al principio, lo regañé y por poco lloro, no obstante, al verlo limpiando el desastre tan esmeradamente me calmé y me dispuse a disfrutar de la salchipapa que paró mi corazón unos segundos.
Nota especial 2: Respetado lector, nunca olvide cocinar con precaución, experticia y utilizando la cantidad de aceite adecuada.
Ahora bien, con una papa frita en mi boca y el “triple ‘ando’” (reflexionando sobre el universo, mirando a la nada y anticipando el posible regaño de mi mamá), razoné internamente: “¿Y qué hago con el aceite que sobró?, ¿dónde lo boto?” Es gracioso, pues lo que pensé que había pensado en realidad lo expresé en voz alta.
“Cami, eso se guarda y sirve para otra comida”, respondió entre carcajadas el Chris. Y yo que en mi ignorancia culinaria estaba considerando mandar por el lavaplatos lo que quedó, me puse manos a la obra, pero esta vez en la búsqueda de las consecuencias ambientales que provocan el no disponer, de forma adecuada, el aceite de cocina usado.
Medio ambiente y aceite: su relación tóxica
En la investigación que realicé, a la par que Chris seguía comiendo el resultado de su mayor o mejor obra, encontré que cuando los restaurantes, hoteles, empresas y hogares botan por las tuberías el aceite de cocina usado, este genera bolas de grasa (fatbergs) que las tapan y desencadenan inundaciones entre otros posibles daños.
Respecto a lo anterior, la web iResiduo de España (2018) afirma que: “Los aceites y grasas, en combinación con otros restos, como los jabones y detergentes usados en nuestros domicilios, provocan, especialmente en los colectores con baja velocidad de circulación del agua residual, graves atascos y problemas de funcionamiento”. A su vez, se disminuye el oxígeno contenido en las aguas residuales, lo cual implica mayores requerimientos de operación en las plantas de tratamiento de aguas residuales.
“A nivel medioambiental la liberación de aceites y grasas al medio acuático aportan contaminantes como la elevada Demanda Química de Oxígeno (DQO) que afectan el intercambio gaseoso, por lo que estas sustancias, una vez entran en el medio acuático, se difunden por a la superficie reduciendo la oxigenación del agua y su calidad físico-química, lo que pone en riesgo a las especies presentes en esos cuerpos de agua (…). Adicionalmente, esta sustancia grasa puede llegar a cubrir la piel y las branquias de los peces, generándoles asfixia y la muerte”, afirma el Observatorio Ambiental de Bogotá (2019)”.
Igualmente, de acuerdo con el Consorcio de Aguas de Bilbao Bizkaia (CABB), un litro de aceite que ya fue usado tiene la capacidad de contaminar un equivalente a 40.000 litros de agua (el líquido vital que consume una persona en casa cada año). Entonces, si dicha cifra te preocupó, agrégale que el Ministerio de Ambiente de España (2018) señaló que su país generaba entre ciento cincuenta y doscientos millones de litros de residuos de aceite de cocina (anuales).
Sin embargo, apreciado alunático, usted se preguntará: “¿Y en Colombia?” En nuestra querida nación, según la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, entre el 2020 y el 2021, se atendieron 4.352 taponamientos de alcantarillas por “bolitas” de grasa y aceite (los puntos críticos eran las localidades de Chapinero, Engativá y Suba al noroccidente de la ciudad). Finalizando, solo en el 2020 se retiraron más de veinticinco toneladas de este material en la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR) de El Salitre.
Ecogras Colombia: Recolección, reciclaje y exportación de aceite de cocina usado
Tan pronto como terminé de leer los datos mencionados, no sé qué me alarmó más: si el hecho de que mi mamá me echaría de la casa por la sorpresita que esperaba en la cocina (ok no; ja, ja, ja) o la dimensión de la problemática ambiental. Por ende, obligué al glotón de Chris a que me ayudara a hallar algo (una idea, un proyecto, una alternativa o una empresa) que fuera la solución.
Afortunadamente, dimos con Ecogras Colombia, una empresa fundada por Luis Felipe Tobón en el año 2011 que se dedica a reciclar aceite de cocina usado para apoyar la sostenibilidad del planeta. ¡Sí, leyó bien! La idea nació con el propósito de ayudar a organizaciones, hoteles, restaurantes y hogares a disponer adecuadamente el material ya mencionado.
Con esto, la corporación hace presencia en tres ciudades del país: Medellín, en donde se reúne, almacena y procesa el aceite (quitando las impurezas y los residuos orgánicos que se reciclan); junto a Cali y Bogotá que lo transportan.
“Lo que hacemos es poner los residuos en una caneca (se derriten los cebos) y los vamos aplastando manualmente hasta que ya no gotee aceite”, aclaró Ana María Betancur, administradora de Ecogras.
Ahora bien, el almacenamiento consiste en ubicar el aceite en un tarro plástico (con capacidad de hasta 20 kilogramos) que se lleva a unos tanques de procesamiento, los cuales tienen mallas internas que dirigen el líquido a otros tanques (de almacenamiento). Estos, también filtran lo recibido en unas mallas (tipo colador) con el fin de que la sustancia vaya lo más limpio posible a las bodegas.
Pero, querido lector, usted se preguntará cuál es el propósito de esto, ¿verdad? Pues, el párrafo anterior hace referencia al proceso de transformación del aceite usado de cocina (materia prima) en biocombustible que se exporta a Europa (allá se hacen las mezclas correspondientes para obtener dicho producto final, es decir, Ecogras no produce el biodiesel).
“Los aceites que recolectamos son procesados en nuestra planta en el municipio de Itagüí, transformados en materia prima para la producción de biocombustibles y exportados a Europa”, página web de Ecogras. Cabe mencionar que, aunque el emprendimiento busca contribuir a la naturaleza, también necesita sostenerse. Por ende, el mercado meta es el continente mencionado, ya que los precios allí son competitivos y/o atractivos (características que en Colombia aún no se cumplen). Con la salvedad hecha, la administradora agregó: “Para nosotros sería magnífico que el aceite se pudiera quedar en Colombia y que nosotros pudiéramos aportar eso acá”.
¡Ecogras y mucho más!
Si creías que esto acababa aquí, te equivocas. A continuación, te presentaré unas creaciones de Ecogras que de seguro te van a encantar:
- Solid-i-Fried: Es un solidificador que permite disponer el aceite de cocina, de forma adecuada, en la basura del hogar como un residuo sólido biodegradable (no tóxico) que, además, puede usarse en la fabricación de velas ecológicas. El paso a paso es el siguiente: primero, se vierte una cuchara de Solid-i-Fried por cada taza de aceite; segundo, se disuelve y se deja al fuego entre 15 o 25 minutos; tercero, se utiliza la espátula para disponer el sólido en la caneca. “Fue diseñado para personas que generan poca cantidad, que viven en zonas rurales o que no pueden disponer del aceite; entonces, este permite transformarlo en una masa orgánica que se dispone en la basura sin generar ningún tipo de contaminación (se degrada como cualquier otro residuo orgánico, las bacterias se lo comen entre 40 o 60 días)”, explicó la administradora en exclusiva para ALUNA.
- Spill Control: Absorbente de líquidos, fluidos y lixiviados que retiene residuos hospitalarios y orgánicos para convertirlos en una pasta (facilita su disposición de manera segura y evita que la carga de gases tóxicos, producidos por los lixiviados, llegue a los rellenos sanitarios e impacte negativamente el medio ambiente).
- Urine Pet: Trata de un polvo absorbente de orina de mascotas, “casi mágico”, que vuelve sencilla su recolección en superficies duras, una vez solidificada. Incluye espátula que recoge el residuo sólido. Pasos a seguir: primero, espolvorear; segundo, dejar actuar por dos minutos y; tercero, retirar con el recogedor (espátula).
Pero, ¿acaso todo ha sido perfecto?
En realidad, no. Ecogras Colombia se ha enfrentado al tema del mercado negro que usa el aceite de cocina para dos fines, según nuestra fuente estrella. Por una parte, hay personas o empresas que lo compran para limpiarlo, aclararlo y volverlo a vender como si estuviera nuevo (cuando ya está contaminado con agentes tóxicos que lo aclaran). En complemento, hay compradores de aceites que elaboran concentrado de animales con grasas usadas y, a pesar de que el concentrado se haga con aceites, sus procesos no son los más adecuados y esto puede llevar a que los animalitos se enfermen.
“Entonces, la mayor dificultad es esta porque, al ser un mercado ilegal, es completamente rentable; los precios que pagan pueden ser muy altos, es una competencia agresiva para nosotros y hace que podamos perder clientes, pues a mucha gente sí le interesa el tema medioambiental, pero a mucha otra no (aunque les interese, van a decir que el aceite está muy caro, o que necesitan dinero o que les interesa es ganar; ahí es donde comienza la dificultad”, confesó Betancur.
Así, lo ideal sería que la norma sobre regulación de aceites de cocina usado fuese más estricta en Colombia. “Es importante hablar un poquito de la norma que rige el tema de los aceites: la resolución 316 de 2018 donde se habla un poco acerca de la gestión de aceites de cocina, desde ‘el gestor’ y ‘el generador’”, agregó la chica.
Continuando, el generador es aquel que produce grandes volúmenes (hoteles, industrias de alimentos o restaurantes) y el gestor es quien recoge el aceite. Ambos tienen un rol indispensable: el gestor debe garantizar la correcta disposición del residuo y generar un certificado, mientras que el generador vela por hacer la entrega a un gestor autorizado.
Nuestra entrevista estrella expuso que, si eso funcionara en tal lógica, no habría mercado negro. Igualmente, añadió que: “Ecogras está certificado con una norma europea que se llama ISCC y estamos acogido por el parlamento europeo con la directiva 28”.
¡No dejes de soñar!
Con lo anterior, Luis Felipe, un administrador de empresas de la Universidad de Eafit; ha demostrado que el camino efectivamente no es fácil; siempre habrá obstáculos que nos hagan perder la esperanza y creer que nuestros sueños están demasiado lejos para alcanzarlos. No obstante, con pasión, autoconfianza y las metas claras, la inspiración se volverá cada vez más constante.
En este caso, Pipe tuvo que endeudarse, solicitar préstamos y usar su propio dinero hasta el punto de decir “o vendo mi casa, o vendo mi carro o salgo de ciertas cosas para potenciar el negocio”. ¡Sobrellevó tres tormentas! ¡Tres crisis que por poco frustran sus anhelos, sus ganas de aportar un granito de arena en la protección de la Tierra! Pero, respetado lector, como ya usted pudo comprobar, superó todas las barreras.
Por ende, Alunáticos, hemos llegado al final de otro artículo enriquecedor; sin embargo, como siempre repito, la historia de Ecogras Colombia no ha terminado. ¿Qué les espera? ¿Con qué nos sorprenderán? Esta sencilla escritora presiente que pronto lo averiguaremos.
Entrevistada: Ana María Betancourt
Administradora de Ecogras
Escrito por: Camila Andrea Álvarez Argüello (Semillero ALUNA)
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