Buenos días, buenas tardes o buenas noches, queridos alunáticos. Donde quiera que estén y sin importar horarios, ¡aquí estamos nosotros nuevamente con otra interesante e inspiradora historia!
Este relato tuvo su inicio hace más de una década, cuando mis padres aún no se separaban y, por ende, vivíamos los tres. En aquella época yo tenía 7 añitos y mi padre, a raíz de su trabajo como mulero, camionero o transportador, nos llevaba a mi madre y a mí a conocer distintos lugares de Colombia (entre ellos: Santa Marta).
¿Qué puedo escribir de Santa Marta? Los pocos, pero vívidos recuerdos que conservo me generan sensaciones hermosas como paz, alegría, confianza, curiosidad y amor. Y es que, para una niña tan pequeña, el hecho de ver paisajes de ensueño a través del ventanal de una gran mula (camión), junto a las personas que más adora, es una experiencia bellísima.
Así, entre sus playas magnánimas, corría y corría, sintiendo cómo la arena “absorbía” mis pies diminutos, para ver si, de algún modo, podría volar tan alto y alcanzar las bonitas aves que mis ojos vislumbraban a lo lejos. No obstante, mi mamá y mi papá jamás me soltaban de las manitas para no perderme; es lindo, porque en ese caminar y correr, el viejo Ciro —como se le conoce a mi progenitor— me observó tiernamente unos cuantos segundos y preguntó: ¿Quieres algo de recuerdo? Y yo, como si se tratase de la primera maravilla del mundo, respondí que sí.
En ese momento, comenzamos a detallar la mayoría de emprendimientos que ofrecían (camisetas, vestidos, accesorios para el cabello, gafas, joyería, etc.). Sin embargo, un olor extraño (que yo no reconocía) se extendió a nuestro alrededor: ¡Pescado!
—Uy no, otra vez ese señor —reiteró mi padre a modo de queja.
Admito que siempre se ha caracterizado por ser un hombre de pensamientos anticuados y un poco brusco.
—Ya le he repetido mil veces que no queremos pescado y que huele horrible. ¡Váyase, por favor! Por algo conservamos distancia entre nosotros y los vendedores de esos animales —expresó con cierta ironía y grosería.
—Amor, ¡no seas grosero! El olor del pescado es natural y esas personas necesitan trabajar para vivir. A mí sí me encanta cualquier tipo de comida del mar; ¡es más! —Esto último lo exclamó mirándome — Cami, ¿sabías que con las escamas de los pececitos se pueden hacer accesorios hermosos como aretes?
—No mami, nunca he visto algo así —respondí en medio de mi inocencia mientras añadía:— Los peces son chiquitos, ¿ellos prestan su “ropa brillante” para nosotros?— Ahí terminó la conversación, mientras mi padre seguía quejándose.
Con “ropa brillante” me refería a las escamas.
Cattleya del mar: Resignificando la labor
Pasaron los años, y nunca creí que, casi a los 22, una emprendedora Samaria llevaría mi corazón hacia aquellas memorias. Se trata de Libys Falquez, una mujer que, como diríamos en ‘tierra santandereana, es toda una ‘berraca’; pero, devolvamonos nueve años en los cuales la vida de nuestra protagonista se dividió entre la tristeza y la felicidad: la primera, debido al fallecimiento de su adorado padre (su mayor superhéroe) y, la segunda, por el nacimiento de su amado hijo (su fuerza para salir adelante, junto a su madre).
Motivada, pasaron los días, las semanas y los meses, hasta que Libys enfrentó otro duro capítulo de su vida con toda la valentía y el amor que continúa albergando su corazón: el diagnóstico de autismo en su retoñito. Aquella noticia, marcó el comienzo de un camino lleno de rocas que ella fue quitando, poco a poco, con el fin de que su hijito estuviese bien. “Entonces, empieza esa etapa sensorial y de terapias; de llevarlo a la playa porque yo siempre he creído que el mar lo cura todo”, recordó con nostalgia y seguridad en su voz nuestra entrevistada.
Mientras iba a la playa en compañía de su hijo todos los días, volvían a su mente esas imágenes de los instantes más hermosos de la vida, cuando, junto a su ‘papi’, recorrían las costas y ella observaba ‘pepitas relucientes’ (escamas) en la arena que proseguía a recoger para, luego, experimentar con ellas. ¡A inventar y crear! Así, gracias a los conocimientos que heredó de su papá —un ser humano trabajador y talentoso— sobre la creación de accesorios con totumo y cacho de vaca, y al análisis de la realidad de la industria pesquera; esta determinada chica entendió que a las escamas botadas por los pescadores podría dárseles un uso que transformase los imaginarios sociales más comunes: los olores desagradables y la aparición exagerada de moscas.
De tal modo, con la convicción de que el dignificar la labor, a partir de tomar un residuo y convertirlo en algo bonito, era posible, exploró la limpieza orgánica de las escamas (sin detergentes) y sus posibles diseños para dar origen a verdaderas obras de arte. Así, nació Cattleya del Mar, un emprendimiento de joyería sostenible que cambia estereotipos por arte; un arte a base de escamas de pescado.
Nota: Acerca del impacto positivo que tuvo el mar en su pequeñito, Libys expresó en exclusiva para ALUNA que: “El hecho de llevar a mi hijo al mar, de que se enfrentara a una parte sensorial que para él era difícil como el estar sucio de arena, el escuchar las olas y el ruido del mar, de la brisa… meterse al agua y superar el miedo; todas esas cosas hicieron que ese proceso y ese desarrollo fuera positivo para él y para mí. Esto ha sido una ventaja superior para su desarrollo cognitivo y social (…); ya que, al tener la oportunidad de hacer los accesorios y estar en casa o de poder, de pronto, llevármelo a una feria, ha permitido que él descubra ciertas habilidades como pintar (porque es artista) para mostrar su trabajo en galerías y tener la oportunidad de exponer con personas que ya tienen un recorrido (que son grandes artistas y han aportado a su progreso cognitivo)”.
Joyería sostenible con escamas de pescado: Una ‘revolución colombiana’
Empecemos por el principio, diría mi tía Rosalba. No se preocupe, mi estimado alunático o alunática, en las dos “secciones” que encontrará, a partir del siguiente párrafo, usted podrá distinguir el mundo de posibilidades que hay detrás de las escamas de pescado y la otra cara de la joyería.
Más que un olor ‘desagradable’
El consumo per cápita del sector acuícola y pesquero en Colombia, según cifras del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, pasó de 8,80 kg en el 2020 a 9,60 kg en el 2021 (las importaciones también incrementaron de 87.000 a 114.900 toneladas). Ahora bien, al llegar la Semana Santa “se estima que aproximadamente el 21%% proviene de pesca artesanal, otro 17%% de la pesca industrial y 62% de cultivo”.
Esta misma institución afirma que el sector alimentario y económico en cuestión genera 53.805 empleos directos y 161.416 empleos indirectos; además, implica el 0,3% de participación en el Producto Interno Bruto (PIB) nacional (una cantidad equivalente a casi $3 billones. De acuerdo con cifras del Servicio Estadístico Pesquero Colombiano (SEPEC), “una de las regiones con mayor producción pesquera (artesanal e industrial) es el Caribe reportando un total de 38.744 toneladas de producto pesquero desembarcado en 2020, y 36.727 toneladas en 2021, especialmente de camarones y langostinos”.
En suma, querido lector, es evidente que esta actividad es una tradición en nuestro país; de hecho, en las playas de Santa Marta, los puntos de venta de pescado son “el pan de cada día”. No obstante, el asunto de la higiene y la manipulación de los múltiples elementos (cuchillos, guantes, carretillas, etc.), con los que se tiene contacto directo al arreglar el pescado, es una realidad que afecta a los pobladores cercanos o visitantes, debido a la contaminación del agua y del suelo; esto, sin olvidar los malos olores generados por el desecho de las escamas (al pudrirse).
No todo lo que brilla es “oro” —guiño, guiño—
Teniendo este panorama claro, vamos al segundo tema: el sector joyero y sus efectos negativos en el medio ambiente. La revista Vogue México (2021) explica que el principal problema de la industria joyera “se encuentra, por un lado, en la poca trazabilidad que hay desde la extracción del metal en minas hasta convertirse en un bien de lujo, que conlleva a la explotación de los trabajadores, y en la grave contaminación ambiental que se produce por el mercurio utilizado para la extracción de oro principalmente, y de otros metales y piedras preciosas”.
Oigan, pero… ¿qué es el mercurio? Pues bueno, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) lo definió en este 2023 como “una sustancia química tóxica que puede causar daños cerebrales irreversibles y contaminar los ecosistemas”. También añadió: “No se conoce ningún nivel seguro de exposición al mercurio en los seres humanos, y pueden producirse efectos incluso a niveles muy bajos”.
A su vez, el informe Global Mercury, publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente en 2018, la contaminación de mercurio usado en la minería artesanal de oro a pequeña y mediana escala representa un 40 % del total de las emisiones de tal material en la naturaleza. Volviendo a datos de la ONU, mundialmente, hasta veinte millones de mineros, de los cuales entre cuatro a cinco millones son mujeres y niños (en más de ochenta países), trabajan en la extracción de oro artesanal; estas actividades, a menudo, no son reguladas ni seguras y, de igual forma, se les atribuye el 37 % de los daños globales por mercurio (2.000 toneladas al año). “Se calcula que hasta 100 millones de personas están expuestas directa o indirectamente a este metal pesado procedente de la minería del oro a pequeña escala”.
Otras problemáticas medioambientales y sociales son: Primero, y teniendo en cuenta lo expuesto en el escrito ‘Las verdades sobre la cantidad y usos del agua en la minería’, publicado en el 2020 por la Asociación Colombiana de Minería; en Colombia el sector minero abastece el 65, 4 % de sus actividades de las áreas hidrográficas del Magdalena y del Cauca. Segundo, en cuanto al oro que se utiliza en algunas joyas, la obtención de este elemento supone, de acuerdo con el diseñador de joyas José Luis Fettolini en su libro ‘Joyería Sostenible, Principios y Procesos para Crear una Marca Ética’ (2018): “Una emisión de 20 kilos de dióxido de carbono, el consumo de 2.500 litros de agua y la generación de 2,5 toneladas de desechos”.
Finalmente, según el diario digital el ‘Ágora, diario del agua’, la extracción de metales preciosos afecta las aguas con químicos como el ya mencionado (mercurio), arsénico, cianuro y plomo; además de que: “Provoca grandes excavaciones, deforestaciones de extensiones de tierra y la erosión de esta”, lo cual influye en la pérdida de los suelos fértiles, los hábitats y la biodiversidad (liberando, asimismo, polvo y gases tóxicos que permean negativamente el aire).
¿Y todo esto para qué? Respetado lector, lo que acabó de leer es una muestra de cómo emprendimientos amigables con el medio ambiente, como Cattleya del Mar de Libys Falquez, combaten en el anonimato los efectos nocivos de la joyería con residuos orgánicos (en este caso, con las escamas de los pescados). De la misma manera, lo invito a reflexionar acerca de las siguientes preguntas: ¿Qué pasaría si, de las 36.727 toneladas de pescado desembarcadas en el Caribe colombiano durante el 2021, se usaran esa infinidad de escamadas para hacer arte? A raíz de esto: 1) ¿Cuántos empleos se generarían?, 2) ¿en qué magnitud se dignificaría la labor? Y, 3) ¿cómo impactaría esto en la economía de la nación?
Arte a base de escamas: a base de amor
Apreciado alunático, esta humilde escritora intuye que usted ansía conocer los productos elaborados, a mano, por nuestra superheroína de hoy, ¿no? Tranqui, aquí le traigo algunos:



¡Manos a la obra!
Lector, ¿usted, de casualidad, no se pregunta cómo es el proceso de creación de estas auténticas joyas? Yo sé que sí, por eso, a continuación, Libys y yo se lo contamos.
Por un lado, cualquier escama sirve (ella utiliza, en la mayoría de los casos, las de bocachico, las de meros o chernas, las de sabaleta y las de sábalo), pues se caracterizan por su dureza (fuerza) y flexibilidad, debido a que, según explicaciones de la emprendedora, se componen de diferentes proteínas, minerales y nutrientes como el colágeno, el calcio y el magnesio. “Empiezo por el proceso de recolección, pues tengo un tío que tiene pescaderías (la mayoría de escamas las he recolectado por él); cuando vende el pescado y el cliente le dice: ‘escámelo, prepárelo y filetéelo’, entonces quedan las escamas y yo las utilizo”, destacó nuestra protagonista.
Posteriormente, se realiza una limpieza orgánica de ellas (sin detergentes) en un tiempo de veintiún días, con el fin de quitarles el olor (aspecto que molesta a muchas personas). Así, las escamas se cepillan y, con agua, se retiran los residuos que puedan tener (tal líquido sirve para nutrir el suelo y no impacta negativamente).
Avanzando, se lleva a cabo una etapa de imaginación o de diseño en la que se hacen los moldes de las artesanías en un papelito para, luego, cortar con unas tijeras y lijar (sin aplicar calor). Libys comentó que: “Meto todas las escamas en una en una cadeneta (hilo) y, después, mediante una aguja de tejer, hago las pulseras y los collares. Finalmente, viene el color con tintes naturales”.
¡Lo apestoso y lo oloroso!
Sabemos que emprender en Colombia no es una tarea fácil, y menos con materiales que son tema de burla o “tabú” como las escamas de los peces; aspecto social que se vive dentro del territorio, pues los extranjeros observan con curiosidad y admiración la labor. Por el contrario, Libys asegura que muchos patriotas miran con recelo estos productos y son poco agradecidos con lo que tienen; con lo que la naturaleza les da. “En la última feria, una chica canadiense me dijo que quería un corazón y qué cuánto me demoraba; a lo que yo respondí que diez minutos (en ese tiempo ensamblé); luego, ella volvió y recogió su cadenita, iba feliz. Entonces, ellos no preguntan si huele feo o no; como miembros de una sociedad, nosotros, hemos estigmatizado tanto la pesca que no identificamos lo positivo”, lamentó Falquez.
Empero, no todo es “malo”, los años de trabajo de esta mujer han posibilitado la metamorfosis de un material rechazado a reconocido. “A las jóvenes mentes, les quiero decir que el dinero viene después; independientemente de la parte económica y de las ganancias, hay que desarrollar nuestras emociones y superar las pérdidas”, dijo la creadora de Cattleya. De igual forma, ella es una representación de lo que es ser madre cabeza de hogar en un territorio desigual; en donde, día a día, se tiene que velar tanto por el bienestar emocional de la familia, como por el financiero. “En múltiples ocasiones, si se trabaja en una empresa, no queda tiempo de calidad para estar con los seres amados y, si se prioriza esto, entonces cómo se hace para comer”, aseguró.
Por ello, Libys apostó por su talento y los conocimientos transmitidos por su señor padre; esto, en pro del empoderamiento femenino, de romper los estigmas y de hablar sobre negocios verdes e inspirar a otros. Finalmente, opina que: “Detrás de cada mujer hay una familia y una historia de salud emocional, mental y física; estamos sacando la cara por los proyectos ambientales en Colombia”.
Queridos alunáticos, de nuevo, hemos llegado al final de otro artículo; no obstante, estamos seguros de que la historia de Cattleya del Mar continuará sorprendiéndonos.
Entrevistada: Libys Falquez
Creadora de Cattleya del Mart
Escrito por: Camila Andrea Álvarez Argüello (Semillero ALUNA).
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