El Manantial de la Aurora: donde el vuelo de las aves se cruza con el aroma de los sueños

Dicen que por amor se hacen locuras. Así que, por amor, Claudia León llegó a Santander, en una búsqueda incesante de conectar con la naturaleza y labrar un nuevo camino que le llenara el alma. En medio de las opciones que encontró, decidió encaminarse hacia aquellas tierras que dan luz a las piñas: Lebrija. Así empezó el descubrimiento de un paraíso y el motivo de esta historia.

“¿Por qué vas a comprar un terreno allá? ¡Es puro monte!” le decían las personas, pero Claudia lo sabía, era consciente que en su nuevo hogar se extendía un imponente bosque; precisamente, por eso había escogido aquel lugar, porque deseaba que lo primero que viese al levantarse fuesen las ramas de los árboles meciéndose con el viento mañanero. Así que hizo oídos sordos a los comentarios de los demás, y, junto con su amado esposo, viajaron de Bogotá a la vereda El Cerro de la Aurora, y construyeron una cabaña en una montaña cercana al bosque.

En medio de la pacífica cotidianidad, a Claudia le llegó una noticia que le apretujaría el corazón: su padre, el hombre que la había criado con tanto cariño, estaba a la merced de las enfermedades, y era poco probable que les ganara. Así que Claudia trajo a su papá desde la capital colombiana a su nuevo hogar, para que así pudiese estar lejos del bullicio de la ciudad en sus últimos días sobre la Tierra.

De esta forma, Claudia se dedicó a cuidar a su padre con todo el amor que tenía, así como lo había hecho él cuando ella era una niña. Por esa razón, se dedicó a plantar flores para que las mariposas, abejas y otros insectos visitaran el lugar, y que su papá pudiese admirar su belleza. “Mija, póngame comederos, quiero ver a los pajaritos” le pedía el hombre, y ella, llena de cariño, lo hacía a fin de ver una sonrisa en el rostro.

Así, el padre de Claudia pasó sus últimos días admirando la belleza de las aves, principalmente la de los colibríes, motivado por sus brillantes colores le resultaban reconfortantes. El tiempo pasó, y sucedió lo inevitable, el padre de Claudia partió, y ella quedó con un gran vacío en su vida. Fueron meses en los que nuestra protagonista nadó en un mar de tristeza que parecía infinito. Su esposo, tratando de ayudarla a salir de esa melancolía, le sugirió que buscara una pasión en la que pudiese invertir su tiempo, pero ella no veía algo que la motivara.

No obstante, la dirección de su camino empezaría a mostrarse. Un día, un biólogo, amigo de Claudia, se dirigió a su hogar para realizar la liberación de algunas serpientes y observar las especies de murciélagos en el lugar. En medio de su paso por el bosque, se percató de algo bastante interesante, y de inmediato se lo hizo saber.

“Este lugar tiene bastante potencial en aves, ¡podrías crear un negocio de aviturismo!” le dijo su amigo. Claudia estaba algo confundida, porque no conocía mucho de este tipo de actividad, pero al mismo tiempo le entusiasmaba la idea. Ante el interés que se notaba en su mirada,  su amigo la puso en contacto con una bióloga experta en aves para que la guiara en este nuevo proyecto.

De esta manera, nuestra protagonista empezó a dar pequeños pasos a lo que sería su pasión de vida y una forma de dejar huella en la sociedad.

El nacimiento de Manantial de la Aurora

Mis queridos alunáticos y alunáticas, de seguro muchos de ustedes se preguntaran qué es el aviturismo. De acuerdo con el Instituto Distrital de Turismo, de la Alcaldía Mayor de Bogotá, el aviturismo es “un nicho del Ecoturismo, (cuya motivación principal es contemplar, interpretar y comprender la naturaleza), refiriéndose al acto de observar e identificar a las aves en su hábitat natural”. Este concepto lo tuvo muy presente Claudia a la hora de crear su proyecto.

En este sentido, nuestra protagonista contactó con la bióloga que le había recomendado su amigo para que le ayudara a realizar un catálogo de las aves que habitan en el lugar, ya que ella no poseía los conocimientos para hacerlo (es de resaltar que Claudia es comunicadora social y periodista). Así, comenzaron a elaborar un censo de las aves de la zona, teniendo en cuenta características como el plumaje, el tamaño, el canto, si es local o migratoria, si es endémica, entre otras.

De esta forma, se creó un documento privado en el que se registró toda la información recolectada, y actualmente, se sigue enriqueciendo con las nuevas especies de aves que se van descubriendo, que hasta ahora son 287. A partir de esto, Claudia constituyó la reserva natural Manantial de la Aurora y convirtió su casa en un hospedaje para los viajeros, que anhelan vivir una aventura.

Paralelamente a esto, Claudia también estaba viviendo una situación complicada con la comunidad de la vereda, ya que las personas solían lastimar a la naturaleza sin darse cuenta. Algunos habitantes tenían la costumbre de cazar la fauna del lugar o a talar los árboles, desconociendo que esto lastimaba de gran manera al ecosistemas, y de esta forma, al planeta. 

Nuestras especies están desapareciendo

Pero, ¿cómo es que la caza puede dañar a nuestro hogar? Esta práctica, mal realizada, contribuye a la desaparición de especies de animales, las cuales tienen funciones importantes dentro de los ecosistemas. Y es que el rompimiento de las funciones dentro del ecosistema, independiente cuál sea su causa, pone en riesgo a todo el planeta. Si hablamos en términos de cifras, de acuerdo con el informe que presentó Plataforma Intergubernamental de Ciencia-Política sobre Biodiversidad y Servicios del Ecosistema (PBES), sostiene que, de las 8.1 millones de especies animales y plantas que viven en la Tierra, cerca de un millón están en peligro de extinción.

Ya si nos ubicamos en el contexto nacional, el Ministerio de Ambiente y Sostenibilidad afirma que en Colombia hay 1.203 especies en distintas categorías de amenaza. Teniendo en cuenta lo anterior, 173 se encuentran en peligro crítico, 390 en peligro y 640 especies en categoría vulnerable. De estas cifras, 407 corresponden a especies de animales y 796 a especies de plantas.

Dentro de las causas de esta situación están: el tráfico ilegal, introducción de especies exóticas, ampliación de la frontera agrícola, fragmentación de hábitats, y el cambio climático.

Si hablamos específicamente de aves, el II volumen Libro Libro rojo de aves de Colombia ( realizado por el Instituto Humboldt en colaboración con la Universidad Pontificia Javeriana) expone que hay 72 especies que se encuentran en alguna categoría de amenaza (27 de estas son endémicas) y 10 están casi amenazadas. De las 72 especies, 2 están probablemente extintas. En complemento, 9 afrontan peligro crítico de extinción, 30 se encuentran en riesgo y 31 están en algún grado de vulnerabilidad. Algunas de las causas de esto, de acuerdo a la investigación de este libro, son: la deforestación, la cacería, la minería ilegal, los cultivos ilícitos, la introducción de especies invasoras, entre otros.

La investigación de este libro afirma que la desaparición de las aves es perjudicial para la salud de la naturaleza, ya que estos animales tienen diferentes funciones que contribuyen al equilibrio de los ecosistemas, tales como dispersión de semillas, regeneración de los bosques y control de plagas y malezas. 

La misión de Manantial de la Aurora

Siendo testigo de las acciones que podrían acabar en una situación desastrosa, Claudia sabía que era necesario abrirle los ojos a la comunidad, para mostrarles los errores que estaban cometiendo. De esta forma, nuestra protagonista se acercaba a las personas para señalarles que sus acciones no eran buenas, pero los adultos la ignoraban o le respondían con palabras groseras  e hirientes (que no podemos mencionar aquí).

Sin embargo, Claudia estaba decidida a que las personas tomaran el camino sostenible, así que decidió integrarlos a su proyecto de aviturismo. Pero su iniciativa, más que inspirar, profundizó el escepticismo en los campesinos. “Ay, doña Claudia, ¿quién va a venir a ver pajaritos?”, preguntaban sin motivación. Claro, para ellos era común ver aves todo el tiempo, así que no les parecía nada impresionante. 

Pero lo que desconocían era que en la zona existen aves endémicas, es decir, que solo viven en ese lugar, así que habían personas que iban a la vereda, específicamente para admirar esas especies de aves.

Con el tiempo, cuando la comunidad vió que los turistas acudían ansiosos a ver a las aves, algunas de las personas decidieron acercarse tímidamente al proyecto de Claudia. Ella los recibió con los brazos abiertos, y complementó los conocimientos que ellos tenían con los hallazgos realizados por los biólogos. De esta manera, miembros de la comunidad comenzaron a entender que cada elemento de la naturaleza es parte de un todo, por lo que cada uno es necesario para la buena salud de los ecosistemas. En este sentido, algunos se percataron que sus acciones habían perjudicado al bosque, por lo que tomaron el rumbo que les mostraba Claudia, a fin de proteger la fauna y la flora.

Así, varios dejaron de lado las escopeta y caucheras, para reemplazarlas por binoculares o cámaras. Siguiendo estos pasos, algunos jóvenes decidieron hacer una tecnología en Guianza Turística para alimentar más sus conocimientos.

¡Psss! Un pequeño paréntesis, quiero que veas estas hermosas fotos de aves que nos dio Claudia, especialmente, para que las veas.

Las semillas de la conservación

La niñez es una etapa fundamental para el aprendizaje, por esa razón, Claudia decidió enfocarse en los pequeños para enseñarles todo lo referente al cuidado medio ambiental. Los niños, al ser como esponjas, absorbieron  todo el conocimiento bastante rápido, más que los adultos, por lo que ellos mismos replicaron lo aprendido con sus padres, los cuales (la mayoría) seguían aferradas a sus tradiciones nocivas.

En este sentido, Claudia creó un semillero con los niños de la vereda, en el cual emprenden increíbles exploraciones en la reserva natural, al tiempo que aprenden a identificar las aves a través de su plumaje, tamaño y canto. Una historia que conmueve es la de Tomás, un niño de diez años que hace parte del semillero y es uno de los que más conoce de aves de su grupo; hasta se podría decir que tiene más conocimientos que la misma Claudia. Tomás ya sabe cuál es su destino: ser un biólogo protector de las aves.

Igualmente, Claudia ha ido a otros lares a transmitir las nuevas buenas que ofrece su iniciativa de aviturismo, por eso, ha estado en diferentes colegios del departamento con el fin de enamorar a los niños santandereanos de las aves, así como lo hizo con los niños de la vereda  El Cerro de la Aurora.

 “No hemos tenido en masa unos grandes resultados, pero los pocos cambios son tan importantes, tan importantes… que ya justifican por si el proyecto” nos confesó Claudia llena de esperanza. Actualmente, esta amante de las aves sigue transmitiendo su amor por la naturaleza, gracias al conocimiento que ha adquirido en medio de la construcción de su sueño. Al mismo tiempo, en compañía de su cámara, busca descubrir nuevas especies de aves para agregar a su inventario.


Entrevistada: Claudia León
Fundadora de la Reserva Natural Manantial de la Aurora
Escrito por: María Lucía Sarmiento Rojas

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