Recuerdo el viejo árbol de Guayacán que se alzaba majestuoso en el Parque de Los Niños en Bucaramanga, en los años de mi infancia. Su imponente presencia y hermosas flores amarillas parecían desafiar al tiempo. A menudo, a la salida del colegio, mis amigos y yo nos refugiábamos bajo su sombra, compartiendo secretos mientras admirábamos su fuerza inquebrantable.
Era más que madera; era un símbolo de resistencia. Soportaba cada embate del viento y la lluvia, cada golpe de la naturaleza con la serenidad de quien sabe su propio poder. Esa resistencia me inspiraba, me recordaba que, como el Guayacán, uno puede mantenerse firme ante las adversidades.
Años después, regresé al parque y encontré que el árbol había sido talado. Solo quedaba el hueco que alguna vez ocupó, testigo mudo de su ausencia. El Guayacán se había ido, pero su recuerdo perduró, recordándome la fortaleza en los momentos difíciles y la belleza efímera de lo que nos rodea. Esta historia, al igual que dicho árbol, es una muestra de resistencia. La que sigue a continuación, también lo es.
Residuos plásticos y deforestación: un grito de alarma
En el escenario global, aterradores números se alzan como testigos silenciosos de una crisis ambiental urgente: Según la ONU, la producción mundial de plástico alcanzó los 368 millones de toneladas en el 2022. Se espera que esta cifra aumente a 636 millones de toneladas para el 2030. Un estudio conjunto de numerosas universidades estadounidenses calculó que alrededor del 80% del plástico producido se desecha. De este porcentaje, solo el 9% se recicla, el 12% se incinera y el 69% se deposita en vertederos o se abandona en el medio ambiente. Según el Instituto de Investigación Marina Algalita, que se dedica a cuantificar la cantidad de plástico que flota en el mar, se estima que entre 8 y 12 millones de toneladas de plástico terminan su travesía en los océanos cada año. Esto representa alrededor del 8% de la producción mundial de plástico.
Mientras tanto, en tierra firme, se erige otro espectáculo desolador: un área forestal del tamaño de Grecia, estimado en 10 millones de hectáreas, desaparece anualmente sacrificada en nombre del progreso. Esta danza destructiva de cifras refleja una verdad ineludible: estamos agotando los recursos naturales de nuestro planeta a un ritmo alarmante.

La proliferación descontrolada de residuos plásticos contamina sin piedad ecosistemas terrestres y acuáticos, asfixiando la vida marina y socavando la salud de la tierra misma. Esta toxicidad envuelta en polímeros persiste como una mancha insidiosa, mientras que la implacable deforestación desata su furia sobre la biodiversidad, acelerando el cambio climático y erosionando la salud de nuestro hábitat compartido.
El choque de estos dos desafíos cruciales ha engendrado una presión sin precedentes sobre los recursos naturales y ha encendido una alarma urgente, tejiendo una red de crisis ambiental que nos reclama a una acción decisiva y colectiva. Ante la urgencia de reducir el impacto devastador de los residuos plásticos y la deforestación, y en la intersección entre la innovación y la sostenibilidad, surge un material revolucionario: la madera plástica.
Madera plástica: un puente hacia la sostenibilidad
Este compuesto, fabricado principalmente a partir de plásticos reciclados, encarna una síntesis perfecta entre la estética natural y las propiedades mejoradas para enfrentar los desafíos modernos.
La versatilidad de la madera plástica es impresionante. Es moldeable en diferentes formas y colores, desde terrazas resistentes a los embates climáticos hasta elegantes muebles de jardín y prácticos revestimientos para múltiples aplicaciones. Además de imitar la majestuosidad de la madera, ofrece una durabilidad considerablemente mayor, resistencia a la humedad y a los insectos y requiere de un mantenimiento mínimo.
La madera plástica, al emplear plástico reciclado y reducir la demanda de madera natural, ofrece una solución versátil a estos desafíos. Al reutilizar plásticos desechados, contribuye significativamente a reducir la cantidad de residuos plásticos en vertederos y océanos. Asimismo, al disminuir la necesidad de madera natural, desempeña un papel crucial en la conservación de los bosques a nivel global, aliviando la presión sobre estos ecosistemas vitales. Esta amalgama de enfoques sostenibles posiciona a la madera plástica como una alternativa valiosa para reducir la huella ambiental y fomentar prácticas más responsables en la industria. Atendiendo a esta necesidad, surge una empresa en el pintoresco municipio del Socorro, Santander, dejando su marca en el mundo de la sostenibilidad y la fabricación responsable.
Las mentes creativas que transforman residuos en innovación
Madecoplas desafía los límites de la ingeniería, y redefine el papel de los residuos en nuestra sociedad. Cofundada entre Silvia Gómez, una ingeniera de sistemas apasionada por su trabajo, y Óscar Javier Acosta Medina, su esposo, un ingeniero mecánico visionario, Madecoplas se alza como una empresa pionera en la fabricación de maderas plásticas en Colombia. Lo que comenzó como un proyecto de grado de ingeniería mecánica para la Universidad Industrial de Santander (UIS), con la idea de convertir plástico recuperado en materia prima para nuevos productos, evolucionó rápidamente gracias a la visión estratégica de Óscar, quien, al adentrarse en la cadena de producción, identificó un potencial mayor, comprendiendo que la verdadera innovación radicaba en transformar los residuos en soluciones prácticas y rentables. Después se les uniría Cristian Acosta Medina, hermano de Óscar.
Madre de dos hijos y firme defensora de un enfoque familiar en su empresa, Silvia ha demostrado que la flexibilidad y la excelencia pueden ser compañeras. Su capacidad para equilibrar su rol de madre y líder empresarial es un testimonio vivo de su determinación y habilidad para sortear desafíos. En cada paso de su camino, Silvia ha mantenido una visión clara: crear un impacto significativo tanto económico como ambiental, y forjar un futuro más sostenible para las generaciones venideras.

¿Cómo nace esta solución transformadora? La magia comienza al combinar la ciencia de los materiales con la tecnología de compuestos. Plásticos reciclados, provenientes de botellas y envases, se mezclan con fibras de madera, creando una fórmula única. A través de procesos de ingeniería avanzada, estos materiales se fusionan y moldean, dando vida a sillas, mesas, comederos para ganado, postes plásticos, varetas y tablas, y parques infantiles. La clave radica en la combinación precisa: el plástico reciclado brinda robustez y longevidad, con una apariencia rústica que se asemeja a la textura de la madera natural.
Pero, en el sendero hacia la adopción plena de la madera plástica como una solución ambiental, se perfilan desafíos intrincados que exigen innovación y determinación.
Desafíos y obstáculos en el camino hacia la sostenibilidad
El primer desafío radica en encontrar la fórmula perfecta: una combinación precisa de plástico reciclado que otorgue las propiedades esenciales, desde la resistencia hasta la apariencia, mientras se abordan aspectos técnicos complejos. Los métodos de fabricación también se alzan como un obstáculo formidable, ya que fusionar estos materiales de manera eficiente y respetuosa con el medio ambiente requiere una minuciosa investigación y desarrollo, buscando garantizar la calidad sin comprometer la sostenibilidad.
Otro de los desafíos más arduos reside en la educación y adopción del producto. Cambiar las percepciones arraigadas, y fomentar la comprensión y aceptación de este nuevo material en la industria y entre los consumidores, es una empresa que requiere tiempo, formación y tenacidad.
Superar estos desafíos e inconvenientes implica un compromiso sólido con la investigación, el desarrollo constante y una educación amplia y profunda sobre las ventajas y limitaciones de la madera plástica.
Emprender el cambio: creer y crear
En respuesta a la inquietante pregunta sobre la dificultad de alguien que impulsa cambios desde el conocimiento, Silvia nos ofrece una poderosa visión: aunque pueda resultar difícil, la creencia en uno mismo y el coraje para crear son esenciales. Destaca un patrón arraigado en la educación colombiana, donde se fomenta el papel de empleado sobre el de emprendedor. Para Silvia, el desafío radica en la necesidad de más individuos dispuestos a soñar y forjar. En su perspectiva, es crucial demostrar a los jóvenes y niños que emprender es posible.
Para todos aquellos con una mentalidad creativa y emprendedora, Silvia ofrece un consejo invaluable: Atreverse a trascender los límites impuestos por la educación tradicional y a abrazar la capacidad de imaginar y crear. Su mensaje inspirador destaca la importancia de fomentar un espíritu emprendedor desde la juventud, cultivando así una nueva generación de innovadores y visionarios. Nos recuerda que, aunque el camino pueda presentar desafíos, la convicción y la voluntad de dar vida a ideas pueden abrir puertas hacia un futuro lleno de posibilidades.
Entrevistado: Silvia Gómez
Gerente de Madecoplas
Escrito por: Gustavo Adolfo Fonseca Martínez (asesor ALUNA)
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