Imagina que tienes que escapar de tu casa, aquel lugar en el que creciste y creaste recuerdos maravillosos. Suena una situación escalofriante y es preferible no pensar en eso. Sin embargo, esto le sucedió a Ana Cardona, caficultora oriunda de Caldas, quien tuvo que abandonar su finca debido a la guerra, aquella que ha arrebatado tantas vidas. Así, Ana dejó atrás sus plantas de frutos redondos y de un intenso rojo, y, con el corazón apesadumbrado, se fue de su hogar, en búsqueda de algún lugar en donde estar segura.
Pero en sus anhelos todavía estaba presente la caficultura. A pesar de que pasaran los años, Ana seguía con el amor intacto por las actividades del campo. Por eso, decidió emprender una nueva empresa en El Tambo (Cauca), teniendo como colegas a la brisa marina y al suelo volcánico en el génesis de su aventura.
Pero cuando el sueño de Ana apenas comenzaba a florecer, empezó a entablar conversaciones con los demás campesinos del lugar. Estas conversaciones se convirtieron en un vínculo de amistad que se hilaba por una experiencia en común, ya que todas estas personas también se habían visto obligados a huir de la calidez de sus hogares por culpa de la frialdad de las balas.
Al conocer las historias de sus amigos, nuestra protagonista, llena de determinación, quiso ayudarles a sanar, de cierta forma, las heridas que habían dejado aquellos hechos traumáticos; ya que aún en algunos casos, seguían sangrando a pesar del transcurso de los años. Por eso, Ana actuó como maestra para que los demás campesinos comenzaran a mejorar el cultivo de café.
De esta forma, nuestra protagonista les ofreció todos los conocimientos necesarios para que estas familias pudiesen empoderarse, sin embargo, esta caficultora no esperaba que su iniciativa tendría un inmenso impacto social y ambiental a futuro, que beneficiaría a muchas personas, y principalmente, a la naturaleza.
Un sueño entre los cafetales
Cuando Ana inició a instruir a sus vecinos, se dio cuenta de que trabajaban de una forma muy artesanal, por lo que, inconscientemente, lograban que el suelo se mantuviese a salvo.
De esta forma, Ana y sus vecinos comenzaron a implementar diferentes acciones de agricultura sostenible, a la hora de cultivar las plantas de café.
Una de estas fue la reutilización de los residuos orgánicos que producía la finca, para así convertirlos en abonos orgánicos, logrando que el suelo tuviese mayor resistencia y fuese más rico en nutrientes. Así, las basuras como ellos la llamaban (pero que eran desechos orgánicos) se volvieron inexistentes, y los cafetales comenzaron a dar frutos de alta calidad. Esto hacía que los campesinos no tuviesen que usar agroquímicos, lo cual era muy positivo para el medio ambiente, ya que estos productos causan graves problemas a la naturaleza, pero esto ya te lo explicaré más adelante.
Igualmente, el uso de residuos orgánicos para la creación de abono permite su recirculación en la cadena productiva.
Por otro lado, también comenzaron a diversificar sus cultivos, por lo tanto, no sólo cultivaban café, también sembraron plantas aromáticas, flora autóctona y demás cultivos, creando un pequeño bosque lleno de colores y olores en cada una de las fincas de quienes se unían a esta iniciativa; eso le da al suelo una gran cantidad de nutrientes y crea hábitats saludables para los insectos, evitando la llegada de plagas.
De esta forma, las plantas de café empezaron a nacer, y sus frutos redondos y rojos no se tardaron mucho en hacer presencia. Pero sucedió algo sorprendente, y es que el café que había nacido tenía un color, sabor y aroma exquisitos. ¡Todos estaban impactados! Ana sabía que este potencial no se podía desaprovechar; la gente debía conocer ese café.
Esta caficultora no perdió más tiempo, y, con valor, buscó asesoría en la Corporación Autónoma Regional del Cauca (CRC). Con la guía de esta institución, la comunidad de campesinos pudo labrar un camino de esperanza y empoderamiento, logrando coordinarse en la Asociación Café Orgánico del Campo, en la cual 27 familias campesinas buscan construir su proyecto de vida a partir del cultivo y comercialización, todo en cabeza de esta mujer valiente llamada Ana.
En este sentido, la comunidad de campesinos ha logrado producir café de alta calidad dentro de las puntuaciones establecidas por el Coffee Quality Institute (una institución que empodera la producción de café de las comunidades). De esta forma, el sabor que nace en las montañas de Tambo ha llegado a demás países del mundo, por lo que personas de otras culturas se deleiten con la sazón de esta bebida caucana.
Así, Ana ha visto cómo estas personas han ido sanando sus heridas de guerra, al tiempo que ha sido testigo de la forma en la que el amor vuelve a surgir en estas familias; todo esto, gracias al sueño que crece entre las plantas de café.


Curando las heridas de la sociedad y el medio ambiente
Ana y los demás campesinos de esta iniciativa hacen parte de las más de 9 millones de personas víctimas del conflicto armado en Colombia (de eventos ocurridos desde 1985 hasta el 31 de diciembre de 2021); de las cuales, 8 millones sufrieron desplazamiento forzado, es decir, muchos de ellos perdieron las fincas que representaban su sustento de vida (todo esto, de acuerdo a los datos ofrecidos por la Unidad de Víctimas).
Teniendo en cuenta lo anterior, nos damos cuenta de algo (super) importante, y es el impacto que tiene la iniciativa Café del Campo Orgánico. Esta les da a los campesinos y campesinas la oportunidad de volver a trabajar en la tierra, logrando ingresos sostenibles para que puedan cubrir sus necesidades básicas.
Por otro lado, el proyecto encabezado por Ana también promueve la agricultura amigable con el medio ambiente al implementar diferentes acciones sostenibles con la naturaleza, algo muy necesario, ya que esta actividad tiene un impacto negativo en nuestros recursos naturales, como el agua, el aire y el suelo. Además de los efectos mencionados, una agricultura mal desarrollada puede afectar la biodiversidad.
De acuerdo con la OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) la agricultura (de la forma en la que usualmente se realiza) llega a generar el 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero, que se producen principalmente por el uso de fertilizantes químicos, plaguicidas y los desechos de animales.
Igualmente, la agricultura es de las actividades que más utiliza agua. De acuerdo con el Banco Mundial, este sector usa el 70% del agua dulce que hay en el mundo. Además, también es una de sus principales fuentes de contaminación, ya que los distintos agroquímicos utilizados pueden alterar la composición química de este recurso. Así, los excesos de nitrógeno y fosfato de los fertilizantes pueden llegar a los lagos y ríos, provocando la eutrofización, es decir, exceso de nutrientes orgánicos, lo que genera el crecimiento excesivo de algas, que terminan cubriendo toda la superficie del cuerpo de agua, suprimiendo otras plantas y animales acuáticos.
Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) los agroquímicos afectan a la biodiversidad, ya que posibilitan la desaparición de plantas e insectos, que sirven de alimento a otros animales. Además, esta organización afirma que las actividades humanas pueden generar la desaparición de entre el 2% y 25% de las especies del planeta, de las cuales se estiman que hay desde 7 hasta 20 millones.
También es importante considerar otros efectos no deseados. La agricultura también es responsable, en cierto modo, del deterioro del suelo. En cuanto a esto, la FAO sostiene que: “las prácticas agrícolas insostenibles reducen la materia orgánica del suelo, comprometiendo su capacidad para degradar los contaminantes orgánicos”. Complementando esto, los fertilizantes contribuyen a este desgaste, puesto que generan en la tierra variación del pH, deterioro de la estructura del
suelo y deterioro microfauna.
Con relación a lo anterior, hay una cifra bastante preocupante, y es que la ONU (Organización de las Naciones Unidas) afirma que al año el mundo pierde 24.000 millones de toneladas de suelo fértil, que podrían caber en más de 700 mil camiones.
La esperanza
A partir de esto, podemos decir que la agricultura, mal implementada, termina contaminando los recursos naturales, entre estos, el suelo. ¡¿No es espantoso?! Lo digo porque la tierra tiene una función importante, que es ofrecer la alimentación a todos los seres vivos: desde plantas hasta a nosotros los humanos. Entonces, ¿qué haremos si nuestro suelo empieza a debilitarse? Ninguno de nosotros podrá volver a comer, ni siquiera saborear el café mañanero.
Entonces, en medio de todos estos elementos que nos generan alertas, es importante encontrar experiencias como la liderada por Ana. Aquí nos damos cuenta que los campesinos han aplicado los diferentes conocimientos (uso de ciencia y tecnología) que ofrece la agricultura sostenible, brindando una nueva forma de realizar la agricultura gracias a dos acciones elementales: la fabricación de compost (que conlleva un proceso en específico) y la diversificación de cultivos.
La agricultura no debería convertirse en una forma de dañar al planeta, principalmente porque es una de las formas en la que obtenemos nuestros alimentos. Ana tuvo muy en cuenta esto, y por esa razón, decidió emprender esta iniciativa, que lleva esperanzas al planeta, y a las diferentes víctimas del conflicto armado.
Por eso, Ana se convirtió en un referente del empoderamiento campesino, y también en la implementación de la agricultura sostenible; curando, así, de a poquito, las heridas que tiene nuestro planeta.
Esta caficultora sigue creyendo en el sueño que ha creado con la comunidad; su corazón late por ver a los campesinos y campesinas crean un proyecto de vida, al tiempo que sus pulmones respiran para salvar al planeta. Ella espera que los demás también le den la oportunidad, por eso, continuará trabajando con su familia encontrada, para que todos prueben el café que nace a partir de la esperanza y nuevas oportunidades.
Escrito por: María Lucía Sarmiento Rojas.
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