Cuento basado en el artículo ¡Tengo una vaca lechera, no da una leche cualquiera!: Ganadería sostenible para el planeta
Hermes era un campesino que amaba levantarse temprano y escuchar el primer canto de los pájaros, que competían con el cacareo del gallo Antonio. Pero lo que más le gustaba en su vida era estar con sus nueve vacas, que caminaban con armonía y sin prisa en el prado destinado para ellas.
Un día, Hermes estaba ordeñando a su vaca Lola, como lo hacía siempre que los tiernos rayos del sol se asomaban por el cielo. La única diferencia con las demás mañanas era que en ese momento se encontraba con su nieta de 15 años.
Hermes estaba muy entusiasmado, pero ella prefería mirar vídeos en su celular en vez de trabajar con él.
—Mija, mire, venga para que vea cómo se ordeña la vaca— le dijo Hermes a la muchacha. El hombre creía que así su nieta le iba a llamar más la atención el campo.
—Ummm, abuelo es que a mí no me gusta mucho eso de la ganadería. Hasta creo que deberías venderlas o no sé…— respondió la muchacha. —Mejor voy a la casa, a ver si allá si me llega el internet.
Su nieta se fue caminando mientras miraba su celular. De seguro esperando a que le llegara el internet a su compañero electrónico e inseparable.
Lo que dijo la chica bajó los ánimos de Hermes. Dejó de ordeñar a Lola y se quedó mirando el pasto, con la tristeza marcada en su rostro.
—¿Qué pasa Hermes? ¿Por qué tienes esa cara? — le preguntó Lola, quién tenía una voz melódica.
—¿Por qué a mi nieta no le gustan las vacas? Eso me pone muy triste, Lola.
A Hermes no le gustaba que hablaran mal de sus vacas. Gracias a ellas, había podido tener dinero para alimentar a su familia y darle estudio a sus hijos. Además, ellas también eran amigas atentas y cómicas.
— Pues yo he escuchado algunas cosas de las demás vacas compañeras— comentó Lola en un tono incómodo.
—¿Qué te han dicho?— le preguntó Hermes, muy intrigado.
—Según lo que murmuraban Martina y Perla, es que nosotras dañamos al planeta— respondió la vaquita, algo avergonzada.
Hermes quedó muy sorprendido. No creía que eso fuese posible, debía ser una equivocación.
—Pero, ¿por qué decían eso?
—Es que cuando comemos mucho pasto, se produce el sobrepastoreo y eso daña muchísimo el suelo…Y, bueno, tengo que admitir que somos algo glotonas— murmuró Lola bastante sonrojada. — Además de que nuestro estiércol es responsable del metano, un gas que provoca que la tierra esté muy caliente— agregó la vaca.
El campesino quedó más sorprendido ante esa respuesta. Y más que sorprendido, estaba triste, porque había estado dañando al planeta durante muchos años sin saberlo.
¿Qué hacer? No quería deshacerse de sus amigas, pero tampoco quería seguir contaminando a la naturaleza. Estaba tan abrumado que dejó sus tareas incompletas para seguir pensando.
Ya en la noche, habló con su esposa sobre lo que le había comentado la Vaca Lola. Ella quedó igual de triste y desanimada.
—Pues mijo…la verdad no sé. Sería vender a las vaquitas, de todos modos, tenemos un cultivo de mora. Aun así, extrañaríamos a nuestras niñas…— dijo su esposa, bastante apenada.
—Tranquila, mija, ya pensaremos en algo. Vamos a dormir— le pidió Hermes. Así hicieron, la pareja se acostó en su cama matrimonial y apagaron las luces para descansar.
Pero Hermes no podía dormir, no dejaba de pensar en qué podía hacer para no dañar el planeta. Se acordó de su nieta y siguiendo sus pasos, tomó el celular y buscó en Google “¿cómo hacer ganadería amigable con el planeta?”. Su nieta le había dicho que allí se encontraba todo, entonces decidió intentar averiguar por ahí. Y ¡bingo! halló lo que necesitaba.
Llegó la mañana. Los gallos cantaron con fuerza, anunciando el nuevo día, al tiempo que el sol entraba con ternura por la ventana del cuarto. Hermes se levantó primero que su esposa para preparar café dulce y contarle a su esposa la increíble idea que tenía en mente.
—Mija, tengo un proyecto maravilloso— le dijo a su esposa con mucha alegría.
—Cuénteme, Hermes. — Su esposa se sentó en el comedor y lo comenzó a escuchar.
—Pues mija, encontré en Google algo que se llama semiestabulación. Esta es una forma de mantener a las vacas al aire libre, y cuando vayan a descansar, guardarlas en un establo. Además, también podemos mejorar su alimentación con ciertos pastos para que no generen metano. A todo eso lo llaman “ganadería sostenible”.
Su esposa lo miró fijamente, y luego un gesto de preocupación se formó en su rostro. Eso le revolvió el estómago a Hermes.
—Mijo, la idea está muy buena…pero ¿de dónde vamos a sacar el dinero para construir el establo y conseguir los pastos? — cuestionó su esposa.
Hermes no había pensado en eso hasta ese momento. Empezaron a hacer cuentas con su esposa, y el dinero que recibían al mes no les alcanzaba para construir el establo. Los ánimos de Hermes bajaron otra vez.
—¿Por qué no te unes a otros campesinos?— comentó su nieta, que había aparecido de la nada— Así será más fácil recaudar dinero.
La idea era muy buena, así que fueron a las fincas vecinas para comentarles a los demás campesinos su idea. Muchos se negaron, prefiriendo la forma tradicional en la que hacían la ganadería. Hasta uno dijo que: “era una pérdida de tiempo ese tonto proyecto”.
Ya era casi de noche y nadie había cedido a participar. Hermes estaba a punto de tirar la toalla, cuando uno de sus vecinos, Pablo, se le acercó.
—Hola, mi amigo Hermés, ¿cómo está? ¿Por qué esa cara tan larga?
—Hola, Pablo, es que estoy tratando de convencer a los vecinos a que se unan a un proyecto de ganadería sostenible, pero ninguno quiere.
—No se preocupe, yo me le uno. Tendremos que ir de uno en uno convenciéndolos.
Pablo le ayudó a persuadir a los demás vecinos, quienes cedieron al enterarse que con la idea de Hermes las vacas producirían más leche. Duraron un año recolectando dinero para construir.
Además, fueron días de trabajo muy duro: laboraban desde muy temprano en la mañana, y se iban a descansar apenas el sol se escondía. Algunos por poco dejan a un lado el proyecto, pero al final lograron construir establos bonitos y sembrar los deliciosos pastos.
Todo valió la pena, porque las vacas ahora mugen más felices que nunca, “muu” “muu” gracias a su nuevo hogar y su nueva y rica dieta. Desde ese entonces, todas cantan a la vez “yo soy una vaca lechera, no soy una vaca cualquiera”.
Cuento escrito por: María Lucía Sarmiento Rojas
Artículo escrito por: Laura Nataly Bustos González (Semillero ALUNA)