Los muebles de colores
Este cuento está basado en el artículo Metamórfica Lab: Cuando el arte convierte el plástico reciclado en muebles coloridos.

María bajó la mirada, fantaseando con lo que habría en tierra firme, pero solo veía montañas y montañas de botellas, por eso, ella y el resto de las personas vivían desde hacía mucho tiempo atrás en casas que flotaban en el aire.
“Estoy cansada de estar aquí, voy a bajar”, dijo María mirando hacia los gigantes inmovibles de plástico.
La niña se escabulló hacia el garaje, tomó la bicicleta voladora de su padre y salió hacia tierra firme.Pero María no manejaba muy bien, así que en un momento perdió el control y terminó chocando con una montaña de botellas “¡CRASH!”.
“Auch, me duele todo”, murmuró sobándose la cabeza.
“Por suerte, estaba ilesa, pero la bicicleta no funcionaba. ¿Qué iba a hacer? Estaba muy lejos de casa. Su primer instinto fue llorar, pero eso no solucionaría nada, así que empezó a recolectar botellas para construir una escalera al cielo.
Esta fue una tarea imposible, porque la escalera era tan débil que se derrumbaba con un suspiro. Afortunadamente, sus padres fueron a rescatarla en el carro volador de la familia.
A pesar de que estaban molestos, dejaron que la niña llevara a casa algunas botellas que le parecieron muy bonitas por sus colores, pero al llegar a casa recibió su reprimenda.
“El fin de semana no vas con tus amigos al cine… ¡te quedas con tu prima Alejandra!” sentenció su mamá.
¡Ay no! Pensó María, hubiese aceptado cualquier castigo, menos ese. Su prima Alejandra era mayor, pero muy rara, siempre estaba en su laboratorio haciendo cosas extrañas. ¡Iba a ser un fin de semana muy aburrido!
El viernes llegó, y María tuvo que ir a donde su prima. Alejandra la recibió con una sonrisa amplia que hacía juego con sus cabellos tan esponjosos con nubes. No se sorprendió al verla con la bata de laboratorio. De seguro estaba haciendo uno de sus experimentos, supuso María.
“Te voy a contar un secreto”, susurró su prima “Yo también he ido a tierra firme para recolectar botellas”.
Alejandra la llevó a su laboratorio, un gran salón lleno de estantes con herramientas y botellas con líquidos de colores. Pero lo que llamó la atención de María fue una gran máquina de color gris que estaba en el centro de todo.
“He estado trabajando en este proyecto para transformar las botellas en muebles”, dijo Alejandra con ojos brillantes.
“¿Muebles?”, preguntó María.
“Pero no he encontrado ninguna botella que sirva” continuó su prima en tono triste, sin responder la pregunta. Al verla así, María trató de animarla.
“Pues yo encontré estas botellas”, agregó María.
Sacó los bonitos envases de colores que había encontrado en su fallido viaje. Alejandra los examinó con sus inmensos ojos castaños y luego las tomó para llevarlas a su máquina.
“Pushhh” “Zummm”, vibraba ese aparato, María se asustó tanto que se escondió tras una repisa. Luego de muchos “Trash” y ruidos extraños, de la máquina salieron varios círculos, cuadrados y demás figuras de colores vibrantes.
María se decepcionó un poco, pero Alejandra saltaba de felicidad como una guacamaya. Empezó a golpear las figuras que habían salido, y al ver que eran resistentes, se emocionó todavía más.
“¡Eureka! Esto era lo que necesitaba para hacer los muebles” exclamó su prima.
Con las herramientas del laboratorio, armaron mesas, sillas, escritorios y demás muebles de colores amarillo, azul, verde, rosa…¡parecía que estaban creando un arcoiris!.
“¡Wao! ¡Qué hermosos muebles!”, exclamaron los padres de ambas cuando llegaron y vieron sus creaciones.
Estaban tan asombrados, que decidieron mostrarlas a los vecinos que vivían en las otras casas flotantes.
Los muebles de colores enamoraron a todos los del barrio. Por esa razón, María y Alejandra tuvieron que recolectar miles de botellas para seguir fabricando. Así fue como las montañas de botellas iban volviéndose más pequeñas, hasta que no quedó ninguna porque ahora eran sillas, mesas o escritorios coloridos.
Las personas al ver esto decidieron volver a Tierra firme para disfrutar de sus ríos y paisajes. Ni una sola botella volvió a ensuciar el suelo del planeta, porque María y Alejandra las transformaron todas en muebles que le dieron color a todas las casas del mundo.
Información del cuento
Este cuento fue escrito por María Lucía Sarmiento Rojas.
Imagen de portada generada con ayuda de Adobe Firefly.
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