Los elfos constructores

Una niebla espesa envolvía el pequeño pueblo en el que vivían Marianita y Juanito, aún así, ellos salieron al balcón para ver las montañas, pero sin ningún éxito por culpa de esa niebla. 

“¡Ash! No puedo ver las montañas” se quejó Marianita

“Mariana, mejor entremos, me estoy ahogando. ¡Cof! ¡Cof!” le rogó Juanito mientras tosía.

Marianita le hizo caso de mala gana. Desde hacía unos años, su pueblo había sido invadido por una densa neblina gris, por eso nunca habían visto las montañas y tampoco podían salir a jugar porque se ahogaban. ¡Sin más! Tan irrespirable era el aire, que las personas salían de sus casas con un casco para protegerse de la espesa nube

¡Qué triste y enojada estaba Marianita! Su deseo más grande era ver las montañas y jugar con sus amiguitos.

“Tenemos que hacer algo, Juanito” le dijo Marianita a su amigo “He escuchado que hay un árbol mágico en el bosque que deja el aire súper limpio ”.

“¡Estás loca! El bosque es muy aterrador. Tampoco sabemos si ese árbol es real” respondió Juanito temblando de miedo.

“¡Eres un cobarde!, iré yo sola” sentenció la niña y se puso su casco de astronauta para salir de la casa. Juanito la siguió, no quería abandonar a su amiga, aunque estaba aterrado.

Llegaron al bosque cuando el sol se escondió. Las ramas de los árboles chocaban “chass”, “chass” y sus sombras formaban figuras monstruosas. Juanito temblaba como una gelatina detrás de Marianita, quien se mostraba valiente, pero su corazón latía muy muy rápido haciendo “boom” “boom””

“Marianita, volvamos a casa, está muy oscuro” le suplicó Juanito a punto de llorar.

“Debemos encontrar el árbol, dicen que tiene hojas y tronco plateados” contestó Marianita, tratando de sonar valiente.

Se detuvieron al ver una luz, tan dorada como el sol, detrás de unos arbustos. El par de amigos se acercaron dando pasitos pequeños. Al llegar, se encontraron con un grupo de personas del tamaño de una manzana, que estaban vestidas con hojas y flores. Pero lo más llamativo eran sus orejas puntiagudas.

Las personitas bailaban y cantaban alrededor de una fogata. “El bosque es nuestro hogar, estamos muy felices de vivir en él” coreaban las mini personas. Marianita y Juanito estaban muy sorprendidos por esa escena.

“¡Hola, pequeños! Soy Marianita” saludó la niña a todo pulmón, haciendo que las personitas se asustaran y empezaran a correr en círculos, mientras gritaban.

“Perdón, no queríamos asustarlos, no vamos a hacerles daño” se disculpó Juanito. Las personitas se calmaron de a poco, hasta que todos se reunieron en grupo para observarlos.

“Hace tiempo no veíamos humanos por estos lares” habló uno que tenía barba larga y blanca como la punta de los nevados. “Somos los elfos del bosque, lamentamos el alboroto, ¿qué los trae por acá, niños humanos?”, preguntó el anciano.

“Nuestro pueblo está envuelto en una neblina que no nos deja respirar” comentó Juanito.

“Y escuchamos que por acá hay un árbol mágico que puede limpiar la neblina en pocos días” agregó Marianita.

“¡Oh! Esos árboles se extinguieron mucho antes de que llegaran esos hombres paliduchos en barcos…” respondió el anciano.

“No…no puede ser” murmuró Marianita y se echó a llorar. 

“Nunca vamos a jugar ni ver las montañas” sollozó Juanito.

“Calma, mis niños, podemos ayudarlos” dijo el anciano. Los niños dejaron de llorar y escucharon atentamente. “Somos elfos constructores, vamos a crearles una máquina que limpie el aire de su pueblo”.

“¿En serio? ¡Muchas gracias!” dijeron ambos niños al tiempo y empezaron a saltar de la alegría.

Así, los elfos empezaron a construir una gran máquina con materiales mágicos que había en el fondo del bosque. Duraron una semana creando dicha máquina, hasta que por fin la terminaron; era plateada, consistía de un tubo enorme y dos conos a los lados, los cuales tenían unas hélices en el centro.

Ese día. la gente del pueblo se reunió para ver la máquina. Allí estaban Marianita y Juanito, emocionados por lo que iban a ver.

“A la cuenta de tres la encendemos” ordenó el elfo anciano “Uno, dos…¡tres!” gritó el elfo, y los demás elfos encendieron la máquina. 

“Brummmm” hacían las hélices, que empezaron a absorber toda la neblina del pueblo, hasta que no quedó rastro de ella.

“¡Sííí! ¡Funciona!” exclamaron el par de amiguitos. Las personas del pueblo se quitaron sus cascos y empezaron a respirar aire puro. Después de muchos años, sus rostros se iluminaron de felicidad.

Desde ese día, los niños pudieron salir a jugar con sus amiguitos. Y, por fin, Marianita y Juanito lograron ver las extensas montañas de colores que rodeaban su pueblo.

Información del cuento

Este cuento fue escrito por María Lucía Sarmiento Rojas.

Imagen de portada generada con ayuda de Adobe Firefly.

Actividad para colegios ALUNA

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