Las joyas de magda

Cuento basado en el artículo: Ekoreciclart: los accesorios que mejor se le ven al planeta.

Escrito por Mariana González.

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Hace mucho tiempo, existió una ciudad llamada Brillopolis, la cual era admirada por las ciudades vecinas por su resplandor y belleza extravagante. En ese lugar, abundaban las personas millonarias quienes estaban obsesionadas con el oro y las gemas. Para ellas, todo lo que poseían debía ser brillante y bastante costoso.

En medio de todo esto que parecía perfecto, había una zona en donde la vida era más real. Allí, con dolor en sus miradas, habitaban personas que día a día se vestían de colores sensibles mientras reflexionaban sobre el descuido en que tenían al planeta.

En ese barrio de esperanza vivía Magda, una amigable y curiosa joven dispuesta a cambiar el rumbo de su amado hogar.

Un día mientras organizaba su casa, Magda encontró un álbum de fotos antiguas. Con curiosidad abrió las primeras páginas y quedó maravillada con el hermoso verdor de las plantas y un arcoíris deslumbrante. Salió corriendo a la sala y gritó:

– ¡Mamá! ¡Mamá! … Mira lo que teníamos guardado. – Decía la joven exploradora con una amplia sonrisa en su rostro.

– ¡Oh! No me acordaba de ese libro, ahí están las fotos de mis viajes cuando era más joven. – respondió su mamá mientras pasaba las páginas con emoción.

– ¡Estoy muy sorprendida! ¿Dónde tomaste esas fotos?

– Acá en nuestro pueblo. – Dijo su mamá a la vez que señalaba una vieja foto del colegio de Magda.

– ¿Por qué nuestro hogar ya no luce así? – Contestó la chica, con una voz gris que no dejaba salir su permanente alegría.

– Es una larga historia, – replicó su mamá mientras apagaba la televisión – verás…en esa época las personas eran muy unidas y compartíamos nuestras calles con lindos animales silvestres.

– ¡Ay sí! En esa foto hay una liebre. – Exclamó Magda apuntando un pequeño animal en una foto.

– ¡Así es! – Continuó su mamá – Una tarde, llegó un vendedor con unas joyas gigantes y de todas las formas que te puedas imaginar. Las personas más ricas se entusiasmaron y comenzaron a comprar sin control. Con el tiempo, los duendes artesanos de la zona fueron obligados a trabajar en las minas, las cuales fueron sobreexplotadas, causando así el deterioro del medio ambiente.

– ¿Duendes?, ¿cuáles duendes mamá?, ¿por qué ya no viven con nosotros? – Preguntó Magda.

– Poco a poco el agua potable se fue reduciendo, las calles se empezaron a llenar de basuras y las cimas de nuestras casas se cubrieron con una espesa nube de aire contaminado. Era imposible ver más el hermoso azul del cielo o el brillo de las estrellas. Con el alma arrugada, los duendes decidieron marcharse. – Respondió su madre con una voz que impregnaba tristeza.

Magda estuvo pensando en esa historia todo el día. Así que, después de salir de colegio, caminó a casa, y observó atentamente las diferencias entre aquellas fotos y su realidad. Mientras hacía de detective que buscaba conexiones entre el pasado y el presente…un pequeño rayo de sol que se escapaba entre las nubes iluminó un extraño material en el piso. En ese momento pensó: “¿Qué es eso? ¡Parece un collar!”.

Se acercó y se dio cuenta que era un trozo de vidrio y una cuchara de plata tirada en el suelo. Aquí, con sorprendente locura, se le ocurrió una loca idea… “¿Será que esos artesanos de los que hablaba mamá pueden hacer algo con esto?”.

Durante esa semana, preguntó a sus padres, a sus profesores y visitó a sus abuelos u otras personas mayores en busca de alguna pista para encontrar a los duendes.

Magda estaba bastante decepcionada porque nadie sabía dónde vivían. Un día de camino a la escuela, sin esperarlo, escuchó un leve sonido extraño… “bzzzz” “bzzzz” seguido de un susurro que pronunciaba su nombre “Ey, Magda” “Magda”. Era un vecino que se asomaba detrás de la cortina de una ventana.

– Magda, he escuchado tu idea y creo que tengo algo que puede servirte, llévalo contigo. – Susurró el señor al notar que la chica lo miraba fijamente.

Este misterioso vecino sacó una hoja arrugada y se la dio. Ella, sin pensarlo, abrió dicho papel y exclamó: “¡No es posible! ¡Es un mapa que ubica a los duendes!”

De inmediato, preocupada por la situación de su ciudad, Magda valientemente emprendió su viaje. Tomó su mochila y mientras buscaba a los duendes, la llenó de residuos que recolectó de camino.

Horas más tarde encontró una brillante y llamativa tienda en medio de un inmenso y solitario bosque. La chica se acercó a la pequeña cabaña y tocó la puerta “Toc Toc”.

Alguien desde adentró respondió: ¿Sí? ¿buscas a alguien?

– Hola, ¿sabes dónde puedo encontrar a un artesano? – Preguntó Magda un poco asustada.
– Si, ese soy yo, ¿En qué puedo ayudarte? – Contestó el duende mientras abría la puerta.

Magda lo miró asombrada, era la primera vez que veía un duende. Ella le comentó sobre la situación de su pueblo y le propuso trabajar juntos durante un tiempo mientras ella aprendía a ser artesana.

A él le pareció una idea asombrosa y se aliaron para transformar y hacer más colorido el pueblo en el que habitaban. De esta manera, con ojos soñadores, comenzaron a llevar a cabo un ambicioso plan para crear hermosos accesorios únicos e irrepetibles con residuos de todo tipo, desde bolsas plásticas hasta cascarillas de cacao.

Poco a poco, su labor estaba convirtiendo el pueblo en un mejor lugar para vivir. Tal fue el éxito que cada vez más personas veían la belleza en estos productos y se concientizaban del mal uso que hacían de las minerías. Las montañas y los ríos se hacían más visibles y pájaros traviesos volaban alegres por encima de las cabezas de las personas que se atrevían a sonreír.

Con el fin de llegar a más personas, Magda y el duende crearon Ekoreciclart, una red de artesanos verdes que se dedican a elaborar joyería ecológica y artesanal.

Con el tiempo, Magda y sus amigos lograron darle un fin al mal cuidado de la tierra. Por primera vez, después de mucho tiempo, el cielo se tornó azul claro, e infinidad de arcoíris aparecieron en el cielo mostrando la alegría del planeta. Ante este nuevo paraíso, volvieron muchos animales y también aparecieron otros que jamás se habían visto en ese pueblo.

Su mamá, llorando de alegría al ver este nuevo mundo le dijo, Magda ¡gracias por soñar!

Como sabemos, el cuidado del medio ambiente es esencial para nuestro diario vivir. Debemos empezar a tomar conciencia de nuestros actos, y empezar a crear un mejor planeta.

Cuento escrito por: Mariana González (Semillero ALUNA).

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