La isla de los castores

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En una gran y hermosa isla, que era visitada por todo tipo de increíbles animales voladores y marinos; vivía un pueblo de castores, y en él, habitaba un castorcito llamado Diego.

Desde muy pequeño, Diego siempre había querido aportar su pedacito de madera al pueblo, ya que todos siempre estaban ocupados. Su padre junto a sus vecinos, cortaban árboles para reconstruir sus hogares que constantemente eran destruidos por troncos inmensos de madera traídos por la corriente del río.

Mientras los papás castores hacían esto, su madre y las otras castoras preparan la comida para todos. Los más chicos, entre travesuras y pilatunas aprendían cómo hacer las labores para luego tomar el puesto de sus padres.

Una mañana, como de costumbre, Diego, su primo Teo y su amiga ardilla, Tina; salieron a divertirse y explorar los alrededores.

Ella empezó a contar una anécdota que le había sucedido el día anterior, diciendo:
– ¡No se imaginan lo que escuché ayer mientras buscaba nueces con mamá!

– ¿Qué pasó? – Contestó Teo muy curioso.

– Resulta que nos alertamos por el fuerte sonido de unos pasos y nos escondimos. Enseguida pasaron unos humanos que decían que cada madera tenía una consistencia distinta y por ello, de cada una brotaba un sonido diferente al golpearlos, lo que ayudaba a diferenciarlas de acuerdo con su utilidad.


Diego y Teo se quedaron muy sorprendidos con lo que habían escuchado, ya que ninguno en el pueblo sabía eso de la madera; pero entre juego y juego, se olvidaron de ello y siguieron pasando los días como siempre.

Después de un tiempo, todos los castores tomaron la decisión de abandonar la isla y construir sus casas en tierra firme, alrededor del río, debido a que no había seguridad en sus hogares por los árboles muertos arrastrados por el agua.

Pasados los años, la comunidad de castores empezó a notar que en sus alrededores quedaban muy pocos árboles, lo que les dificultaba no sólo la creación de nuevas viviendas, sino también su alimentación.

Ante esta preocupación, se hizo una gran reunión en el centro de la ciudad que habían construido. El objetivo era solucionar esa problemática. Al inicio, todos se miraban sin proponer una idea. Algunos castores agachaban su cabeza mientras otros se empujaban entre sí obligándose a hablar. ¡pero nadie lo hacía! De pronto, con la sabiduría de los años, un viejo castor tomó la palabra:

– Tal vez podríamos pedir ayuda a los pájaros carpinteros, que al igual que nosotros, trabajan con la madera. – Exclamó el castor lleno de canas y mirando hacia la copa de los árboles.

– No estoy seguro de hablar con ellos, ya que trabajan en las alturas y seguramente están muy ocupados. De mi parte ¡yo no sé volar! y me mareo de sólo pensarlo. Más bien, podríamos viajar un poco más allá de la isla y traer árboles al pueblo – Replicó el padre de Teo.

En ese momento, a Diego se le ocurrió una grandiosa idea, mientras saltaba inquieto ya que las ganas de participar no lo dejaban estar tranquilo:

– Deberíamos usar los árboles que trae la corriente para la creación de nuestros hogares. – Dijo muy entusiasmado. El atrevido del Diego proponía usar los troncos que antes les hacían daño a sus casas. Para cerrar la idea comentó: “convirtamos un problema en una oportunidad”. Nadie entendió lo que él dijo, pero sonaba bien.

Después de indagar y pensar entre todos, estuvieron de acuerdo con su propuesta y empezaron con la recolección de la madera que terminaba sobre las playas.

– ¡Diego! ¡Diego! Ya recogimos los trozos de madera. ¿Ahora qué hacemos? – Preguntó Teo.

– Necesitamos seleccionar árboles especiales para cada labor – Respondió Diego mientras recordaba lo que la ardilla Tina les había contado cuando eran pequeños.

– ¿Y cómo identificamos eso? – Cuestionó otro castor que pasaba por allí y se acomodaba sus gafas buscando ver mejor la situación.

– Debemos tener en cuenta el sonido del tronco al golpearlo con nuestras colas. Miren…- Continúo Diego dando ejemplos de su teoría chocando su cola en un trozo de madera – Si escuchan un “Toc”, “Toc” quiere decir que sirve para la construcción de casas ya que esto significaba que la madera era fuerte y resistente. Por el contrario, si de los troncos brota un sonido de “tic”, “tic”, sirve para la comida de todos, ya que es más blando y al consumirlo, su sabor es más rico.

Cuento escrito por: Lissette Pérez.

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