La heroína de los peluditos

Cuento basado en el artículo: Noticia para los peluditos: purrs&barks deja ‘huellita’ en la tierra mientras protege su piel

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Adriana era una niña que amaba a todos los animalitos, porque todos le parecían muy bonitos y merecedores de amor y cariño. Por eso, su corazón se rompía cada vez que veía llorando a un perrito o un gatito abandonado en la calle, a merced del hambre, frío y lluvia.

Así que Adriana se dedicaba a rescatarlos del abandono, esto con la ayuda de su mamá. Todos los días salía a los parques a buscar peluditos callejeros, los llevaba a su casa para bañarlos y alimentarlos.

Finalmente, los hacía parte de su familia, así que tenía muchos perritos y gatitos en su casa, cada uno con personalidades muy graciosas. Había un perro, llamado Canela, que ladraba a su propia sombra, y a su lado siempre estaba una gata amarilla que llamaba Solecito, quien tenía una expresión de fastidio casi todo el tiempo.

Sin embargo, hubo un momento en el que su casa se llenó de muchísimas mascotas, entonces tuvo que buscarles hogar que los amara como ella lo hacía.

Entonces Adriana creció hasta volverse una adulta, pero nunca perdió ese amor por los animalitos, así que los seguía rescatando para luego buscarles un hogar. Todo iba muy bien, porque todos sus peluditos conseguían una casa.

Pero pasó algo que Adriana no esperaba. Un día, una mujer devolvió a Mirringa, una gata gris muy consentida y cariñosa.

—Doña Alba, ¿por qué quiere devolver a Mirringa? Si es una gatita muy amorosa— le preguntó Adriana a la mujer.

—Por mí me la quedaría, pero le salió un sarpullido en el cuerpo y no he podido curarla— contestó doña Alba, muy triste— Le he comprado todos los remedios, pero ninguno le funciona, y me da miedo que contagie a los otros gatos.

La mujer pidió disculpas y se fue, dejando a Adriana con Mirringa, quien estaba muy desolada porque de nuevo la habían abandonado.

—Tranquila, amiguita, ya encontraremos una forma de curarte esa alergia— le dijo Adriana a Mirringa. “Miau, miau” maulló la gatita llena de tristeza.

Pero Mirringa no fue la única con aquel problema; más gatos y perros fueron devueltos porque tenían enfermedades en su piel, y sus tutores no hallaban qué hacer porque ningún medicamento les funcionaba, así que preferían devolverlos a Adriana.

Así que la casa de Adriana se estaba llenando de perros y gatos por todos los rincones, lo cual exasperaba a su mamá.

—¡Adriana! Hay perros y gatos por todo lado, no puedo ni caminar— exclamó la mamá de Adriana, bastante molesta.

—Ay, mami, es que no sé qué hacer, ya me han devuelto varios peluditos porque tienen enfermedades en la piel que parecen incurables— le dijo Adriana.

—Entonces hay que encontrarles una cura, para que así puedan encontrar un hogar— sentenció la mamá de Adriana.

De esta forma, ambas fueron a todas las veterinarias de la ciudad a comprar todos los medicamentos que habían para la piel. Cuando llegaron a la casa, les aplicaron las cremas a los peluditos, esperando a que surtiera efecto.

Pero…ninguno funcionó, los perros y los gatos seguían con sarpullido en su cuerpo. Los pobres animalitos se rascaban con las uñas y los dientes, como si así calmaran la rasquilla.

Adriana ya no sabía qué hacer, se sentía angustiada por la desesperación que veía en los rostros de los animalitos por culpa de la enfermedad.

—Ay, mami, no sé qué hacer. Ya les aplicamos todos los medicamentos pero nada sirve— se quejó Adriana con mucha tristeza.

—Hija, yo creo que no vas a tocar crear nuestros propios productos— propuso su mamá.

—¿Y cómo? Debe ser algo diferente a lo que ya se ha hecho para que funcione— alegó Adriana.

Su mamá se quedó en silencio, pensando en una posible solución. Pasaron varios minutos, hasta que a la mujer se le ocurrió una idea.

—¿Y si tratamos con plantas? Así como hacía tu abuela—planteó la mamá de Adriana.

—Mami, eso no funciona así, no creo que vaya a servir—sentenció la muchacha— Mejor voy a la ciudad vecina, a ver si allí encuentro algo.

Y así fue, Adriana tomó el carro de la familia y condujo durante seis horas hasta la ciudad más cercana. Allí habían varias veterinarias, hasta que encontró una que vendía una crema que no había visto en las otras. Entonces lo compró, ya que el vendedor le había asegurado que era milagrosa y curaba toda enfermedad de la piel.

Adriana se devolvió a su casa, muy emocionada porque estaba segura de que el medicamento funcionaría. Pero, a pesar de que aplicó la crema todos los días, los animalitos seguían rascándose y con la inflamación en la piel.

—Adriana, hazme caso, hagamos lo que te digo— le exigió su mamá, y Adriana no tuvo más opción que obedecer.

Así que buscaron diferentes ingredientes: plantas como caléndula y mantecas naturales. Realizaron unas mezclas (con la supervisión de expertos, claro) y de eso resultó una crema con olor a flores.

Con mucho temor, se lo empezaron a aplicar a cada uno de los peluditos. Tenían mucho miedo de que empeorara su enfermedad, pero con el paso de los días el sarpullido fue desapareciendo y los peluditos dejaron de rascarse. Ahí se dieron cuenta que su producto había funcionado.

Entonces empezaron a producir bálsamos naturales para todos los perritos y gatitos que los necesitaban. “Miau” decían los gatos muy felices, mientras que los perros contestaban “Guau” de felicidad, porque tienen a una heroína comprometida con ellos.

Cuento escrito por: María Lucía Sarmiento Rojas
Artículo escrito por: Camila Andrea Álvarez (Semillero ALUNA)
Entrevistada: Adriana Botero Acosta

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