Cuento basado en el artículo: En cotinga, biodiversidad y tecnología se encuentran
¡Amo volar! Especialmente con mis amigos. Me gusta sentir el viento en mi pequeño cuerpo.
¡Perdón!…Se me olvidó presentarme, mi nombre es Cotinga, soy una ave de plumas azules. Vivo en un bosque atravesado por un río lleno de rosas y bordeado por grandes montañas.
Como todos los días, hoy estoy volando con mis amigos, es un día soleado y caluroso.
De pronto, “¡Ay! ¡Algo me golpeó!” dice mi amiga Rupicola. Yo también siento un golpe, lo que me hace caer al suelo.
Mis amigos bajan para cargarme, ¡me duele mucho mi alita! Enfurecida, busco el responsable de esta bajeza, y entre los árboles veo a unas crías de humanos con piedras en sus manos.
“¡Ya cayó!” grita uno, y salen de su escondite. ¡Nos quieren atrapar! Pero las gemelas Guacamayas se lanzan a las crías de humanos y los empiezan a picotear. “¡Aush!” “¡aush!” se quejan los pequeños criminales.
Los demás aprovechamos para escapar. Después de asegurarnos que estamos lejos de ellos, nos escondemos en una rama de un árbol. Rupicola me empieza a curar la herida en mi ala. Me quejo cada vez que ella me toca, ¡duele demasiado!
“¡Qué descaro! ¡Esto es un insulto!” exclama el Loro, rojo de la indignación.
“¡Tenemos que hacer algo al respecto!” agrega el búho, con las alas erizadas.
Todas las aves empiezan a discutir, mostrando su molestia. Pero, de repente, todas se quedan calladas y miran hacia abajo. Yo hago lo mismo, y me encuentro con una cría de humanos mirándonos desde el suelo. Es más pequeña que las demás.
“¡¿Qué haces aquí?¡ ¡Mini monstruo!” grita horrorizado el Loro.
“¡Mira lo que me hicieron tus amigos!” le digo mostrando mi ala herida.
“Ellos no son mis amigos…” murmura la cría de humano. “Vine a revisar cómo estaban, vi a esos niños tirarles piedras para atraparlos” agrega.
¡Qué criaturita tan noble! Al parecer no todos los humanos son crueles.
“Te lo agradecemos, pequeño humano” dice el Loro, y los demás hacemos lo mismo.
“¿Por qué los de tu especie nos quieren atrapar?” pregunta Rupicola.
El niño nervioso, baja la mirada. Después de un tenso silencio, decide hablar.
“Las quieren atrapar para venderlas a los adultos que les gustan las aves. ¡Es muy feo! ¡Porque las encierran en jaulas y eso es muy triste!” responde el niño, con los ojos brillando de la indignación.
¡¡Nos quieren encerrar!! ¡Qué horror! Todos temblamos de pavor, no me puedo imaginar una vida sin sentir el viento en mi cara. “¡¿Qué vamos a hacer?!” nos preguntamos desesperados. Pero el niño, con voz suave, pide que nos calmemos. Dice que tiene un plan, pero necesita que bajemos de la rama y nos acerquemos.
Nos miramos con miedo, aún desconfiamos de él, pero al final hacemos caso. Mi cuerpo tiembla por la ansiedad al estar cerca de Freddy, pero trato de tranquilizarme.
“No les haré daño, confíen en mí” nos muestra una tierna sonrisa, a la que le faltan varios dientes.
El pequeño humano saca un aparato rectangular, lo pone frente a cada una y al tocarlo hace “click”. Luego, nos acerca el mismo dispositivo a nuestros picos, y pide que cantemos, nosotros obedecemos. Cuando termina, se despide y nos asegura que su papá lo ayudará con la increíble idea que tiene.
***
Ha pasado una semana desde que Freddy estuvo aquí. Solo salimos de nuestras ramas a buscar comida, tenemos mucho miedo.
De repente, escuchamos pasos y voces de humanos, así que nos apresuramos a escondernos, pero como mi hala sigue herida no logro escabullirme. ¡Los humanos ya están aquí! Bajo la rama en la que estoy. Me quedo quieta como una piedra, paralizada del susto.
Pero los humanos no me hacen nada, solo observan un aparato rectangular que tienen en sus manos, me miran, sonríen y se van hablando entre ellos. “¿Qué acaba de pasar?” me pregunto. Mis amigos salen de su escondite, muy confundidos.
“¡Señoras y señores aves!” nos llama Freddy, quien aparece de entre los árboles. Bajamos para encontrarnos con él y preguntarle sobre lo que había pasado.
Él nos cuenta que su papá le ayudó a hacer una “aplicación” que le mostraba a las personas “fotos” y “audios” de las aves del lugar. No entendimos nada, pero nos vemos en su aparato rectangular y escuchamos nuestros cantos salir de ahí. ¡Qué impresionante!
Lo abrazamos, llenos de agradecimiento. Ahora ya no vivimos con miedo, y podemos seguir volando con libertad en el bosque, llenos de felicidad.
Cuento escrito por: María Lucía Sarmiento Rojas.
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