El último suspiro de la señora plancha

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La Señora Plancha había despertado como siempre, lista para dejar impecables las camisas y trajes de sus dueños. Sin embargo, esa mañana fue distinta. Nadie la buscó, nadie la conectó al enchufe, nadie la necesitó.

—¿Será hoy mi día de descanso? —murmuró sorprendida. Jamás le había pasado en todos sus años de servicio.

Preocupada, le preguntó al Señor Enchufe, su amigo de siempre: —¿Por qué crees que mis amos me han olvidado? —No lo sé, amiga mía —contestó él—. Pero deberíamos averiguarlo.

Ambos decidieron consultar a la Señora Cámara, que todo lo observaba desde las paredes de la casa. —Buenos días, señora Cámara —saludó la Plancha con voz temblorosa. —Buenos días, compañeros —respondió ella amablemente.

La Plancha explicó su angustia y la Cámara respondió con cautela: —Creo que tus amos han decidido avanzar hacia algo más moderno. —¿Más moderno que yo?             —preguntó la Plancha con lágrimas de vapor—. Yo les he servido durante años, derramé gotas de agua y calor para que siempre salieran presentables. ¿Cómo algo podría reemplazarme?

El Enchufe intentó consolarla: —Tal vez ya no seas la misma de antes, pero siempre habrá un camino. La esencia de lo que eres nunca desaparecerá.

La Plancha, sin embargo, se sentía vacía, como si todo su líquido interno hubiera caído en un charco de tristeza.

Al caer la tarde, la verdad llegó de golpe: los dueños entraron a la casa, la tomaron y la arrojaron a un contenedor lleno de viejos compañeros olvidados. Allí estaban la licuadora, el televisor, la tostadora… todos pensaban que sus dueños los habían dejado “de vacaciones”, pero la realidad era otra.

Información del cuento

Este cuento fue escrito por Juan Diego Gelvez Mendoza.

Imagen de portada generada con ayuda de Google Gemini.

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