El renacer de los frailejones

Este cuento está basado en el artículo Los Machines: guardianes de los páramos y de la biodiversidad. 

En lo más alto de las montañas, con aire fresco y sol brillante, se alzaban imponentes los frailejones.  Sus tallos gruesos se erguían como guardianes silenciosos del paisaje y entre ellos, una comunidad de animales encontraba refugio y alimento en ese mágico lugar.

Un día, Mateo, un pequeño zorro de cola rojiza, se aventuró a explorar la colina donde crecían los frailejones. 

A medida que ascendía el cansancio era inevitable, pero se maravillaba con la belleza de estas plantas singulares. Sin embargo, su curiosidad lo llevó a adentrarse más y más en el bosque, hasta que se perdió entre las altas hojas plateadas donde solo se escuchaba el ¡zum-zum-zum! del viento.

Confundido y asustado, Mateo buscó un lugar seguro donde descansar y luego encontrar su camino de regreso a casa. Fue entonces cuando se tropezó con una familia de colibríes que revoloteaban entre los frailejones succionando el néctar de las flores.

—¡Bua- Bua-Bua! Era los sonidos que emitía el pequeño zorro

 ¿Qué te trae por aquí? —dijo amablemente la madre colibrí.

—Me he perdido en este bosque de frailejones. No sé cómo regresar a casa —respondió Mateo con preocupación.

Sólo se escuchaba el  Glu-Glu-Glu de los colibríes, que conocidos por su valentía, ofrecieron ayudar a Mateo a encontrar su camino. Juntos emprendieron un viaje a través de los frailejones, sorteando los caminos ocultos entre las plantas gigantes; donde el sol ardiente ya apagaba su esplendor y sería una noche negra sin un solo rayo de luz.

Pero……. pum-pum-pum-  escucharon a lo lejos del lugar. Eran truenos que anunciaban el jolgorio de felicidad en el pueblo más cercano como a dos días de camino.

Mientras avanzaban Mateo y la familia colibríes, una majestuosa dama, más blanca que un copo de algodón y proveniente del cielo, se deslizó sobre las montañas. Era Rosa, la nube colectora que tenía la importante tarea de atrapar el agua del aire húmedo que recorría todo el valle.

La tierra sedienta absorbió con gratitud el preciado líquido, y los frailejones se regocijaron al recibir esta bendición del cielo. Sus hojas plateadas brillaban con frescura, y las flores comenzaban a abrirse con renovada vitalidad.

Mateo y los colibríes observaron maravillados cómo Rosa la Nube Colectora cumplía su importante labor, asegurando que la vida en la montaña continuará floreciendo.

  • Wau ¡Es asombroso! —exclamó Mateo—. Rosa es como una guardiana que cuida de este hermoso lugar.

Los colibríes asintieron con aprobación, recordando a Mateo que todos en la montaña tenían un papel vital que desempeñar para mantener el equilibrio natural.

Ya al final del bosque y con sus manos en alto, Mateo se despidió de Rosa, la nube colectora y de la familia de frailejones. Ellos le sonrieron y le dijeron “aquí estaremos por siempre”.

Con esta nueva lección en su corazón, Mateo regresó a casa junto a sus amigos colibríes, sabiendo que cada ser viviente y cada elemento natural en la montaña era valioso y digno de respeto.

Y así, en lo alto de las montañas andin

as, los frailejones continuaron creciendo majestuosos, alimentados por las aguas generosas de la nube colectora, mientras Mateo y sus amigos seguían explorando y aprendiendo sobre la belleza y la importancia de su hogar.

Pero con el tiempo, todo cambió. A medida que pasaban los días, la montaña experimentó una sequía prolongada que puso a prueba la fortaleza de sus habitantes. Los frailejones, a pesar de su resistencia, mostraron signos de agotamiento bajo el intenso sol y la escasez de lluvia. Sus hojas plateadas se marchitaron, y algunos troncos se tornaron quebradizos.

Mateo y los colibríes observaban con tristeza cómo el bosque de frailejones luchaba por sobrevivir en medio de la sequía. Sin embargo, en el momento más oscuro, una sorprendente obra maravillosa del creador comenzó a manifestarse.

Desde los troncos más secos y aparentemente sin vida, pequeños brotes verdes aparecieron lentamente. Los frailejones, con su asombrosa capacidad para resistir, estaban renaciendo.

Plish- plish-plish eran las veloces alas de los colibríes que sonaban entre los frailejones resucitados.

  • ¡Miren! ¡Los frailejones están renaciendo! —exclamó Mateo con alegría—. A pesar de la sequía, la vida vuelve a florecer en la montaña.

La naturaleza mostró su capacidad para recuperarse. Con el tiempo, el bosque de frailejones volvió a brillar con su esplendor característico, demostrando que la vida siempre encuentra una forma de preservarse. De su parte, Mateo incubó en su corazón el deseo de estudiar biología para ayudarles a ellos y muchos más.

Información del cuento

Este cuento fue escrito por Meelyn Alquichides Vergara (Semillero ALUNA).

Imagen de portada generada con ayuda de Adobe Firefly.

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