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El profesor que lo sabía todo

Ramón era el hombre más inteligente del pueblo, ¡sabía mucho de todo! Matemáticas, español, biología, sociales…¡nada se escapaba de su cabeza! Por eso, él se dedicaba a dar clases a todos los niños del lugar, así que su finca siempre estaba llena de pequeñas mentes deseosas por aprender.

Este profesor se levantaba antes que apareciese el sol para preparar sus clases, y se iba a dormir después de que la luna estuviese en lo más alto del cielo. Ramón siempre estaba acompañado de una taza caliente de tinto, ya que su sabor era delicioso, además, habían muchas plantas de café cultivadas en el pueblo, con las cuales preparaba esta bebida.

Pero… las cosas empezaron a cambiar para mal.

Un día, Ramón se despertó temprano para iniciar sus clases. Luego de ordenar todo, esperó a sus amados alumnos. Las horas pasaron. “Tik, tok, tik, tok” sonaban las impacientes manecillas del reloj. Llegó el mediodía, y Ramón seguía solo en su casa, ¡ninguno de sus estudiantes había llegado! Eso le preocupó, porque no solían faltar.

Ramón decidió ir al pueblo para mirar qué había pasado. Al llegar, un horrible olor llegó a su nariz, así que inmediatamente se la tapó para protegerla.

“Ugh, ¡qué olor tan feo! ¿qué será?” se preguntó Ramón, así que se dirigió a la casa de Camila, una de sus alumnas más destacadas.

“¡Profe! Entre, rápido” le apuró Camila en cuanto abrió la puerta, y el maestro obedeció. 

Todas las puertas y ventanas de la casa estaban cerradas, Ramón supuso que era para que el olor apestoso no entrara. Se dio cuenta que no era el único que allí se escondía. Además de Camila y su familia, vio que en la sala habían varios animalitos, seguramente refugiándose.

“¡Camila!, ¡es bueno ver que estás bien! Pero, ¿qué es ese olor tan horrible?” preguntó el profesor con mucha inquietud.

“Ay, profe, sinceramente no sé…Por eso no fuimos a clase, salir es un peligro, ¡ese olor hace que cualquiera se desmayé!” respondió la muchacha.

“¡Yo sé por qué!” exclamó el gavilán “¡Es porque están quemando las cascarillas y ramas del café!” respondió el ave.

“No solo por eso, señor gavilán” agregó la iguana con voz armoniosa “El mal olor también proviene de las aguas que se usan para lavar el café…”.

“¡Ah! ¡Sí, sí!” interrumpió el gavilán, y la iguana lo miró feo “¡Esas aguas tienen mucílago, y se están acumulando en charcos”. Así llamaban los animales a una gelatina que se desprendía del café y se depositaba en las aguas, haciendo que estas tomaran mal olor.

Ramón se escandalizó. Era triste saber que su bebida favorita era la responsable de esa terrible situación. Pero no era momento de lamentarse, ¡tenía que tomar cartas en el asunto! Así que reunió a sus estudiantes en la casa de Camila, y comenzaron a realizar una lluvia de ideas muy locas y creativas. 

¡Cualquiera que los hubiese escuchado pensaría que tenían varios tornillos sueltos!

Pasaron toda la noche conversando, y cuando el sol se asomaba en el cielo, ya sabían que tenían que hacer. Entonces todos se pusieron unos trajes que parecían de astronautas, para así proteger de aquel olor. Luego, los estudiantes y animalitos salieron a las calles del pueblo a recolectar las cascarillas y el mucílago.

Mientras esto sucedía, Ramón corría a su finca para desempolvar su viejo laboratorio. Después de unas horas, los animales y los alumnos trajeron los materiales, y cambiaron sus trajes por las batas blancas que les dio Ramón. 

“¡Boom!” “¡Crash!” Se escuchaban las explosiones que provocaban los experimentos, pero ningún niño ni animal salió herido. Después de muchos “¡Booms!” Este singular grupo logró crear dos inventos fantásticos: el primero fueron unos cilindros hechos de cáscaras, que reemplazaron la leña a la hora de cocinar; la otra invención era una máquina que consistía en un tubo transparente con cables, en donde el mucílago giraba y creaba energía eléctrica.

Así, las aves repartieron los cilindros para que las personas del pueblo pudieran cocinar con ellos. Mientras tanto, los estudiantes y su profesor conectaron la máquina a algunos postes de luz que estaban dañados, y “¡Ding!” los bombillos se encendieron brillantes y dorados.

Los estudiantes pudieron volver a estudiar en la finca de Ramón, y los animalitos del lugar también empezaron a asistir a las clases. Aquel horrible olor desapareció, y solo quedó el delicioso aroma del café caliente.

Información del cuento

Este cuento fue escrito por María Lucía Sarmiento Rojas.

Imagen de portada generada con ayuda de Adobe Firefly.

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