Duvanis y su amiga la gaviota

Cuento basado en el artículo: Naturaleza al rescate del planeta: Con Petrogen, el reino vegetal ayuda a limpiar derrames de hidrocarburos

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Aquellas historias que ponen una marca en nuestras almas, así fue.

Cuando era niño, el río de mi pueblo era tan transparente que se podían ver hasta a los peces más pequeñitos. Era un río lleno de vida porque no solo habían peces, también vivían allí cocodrilos con grandes fauces, tortugas con caparazones coloridos y manatíes grandes con rostro amable.

Todos en el pueblo amábamos al río porque nos daba vida y era vida, por eso lo cuidábamos con mucho compromiso. Pero un día algo terrible pasó.

Era una mañana soleada como todas las mañanas en el pueblo, nadie esperaba que algo malo sucediera. Yo estaba en la orilla del río jugando con mi amiga Olga, la gaviota, mientras esperaba a que mi papá terminara de pescar con sus compañeros.

“¡Olga! ¡Olga!” le gritaba un pelícano que venía volando hacia nosotros. Mi amiga Olga lo miró bastante preocupada.

“¿Qué pasa, Rodrigo?” preguntó Olga al ver que el pelícano estaba demasiado alterado.

“¡Es terrible, Olga! Una mancha negra y espesa como la noche está cubriendo el río. ¡Debemos irnos!” le dijo Rodrigo muy asustado.

“Eso no es posible, debe ser tu imaginación” le respondió Olga, pero, de repente escuchamos los graznidos de las gaviotas que se aproximaban.

“¡Olga, tenemos que irnos!” le apuró la líder de la bandada “Un líquido tóxico se ha esparcido por el río, es peligroso para nosotras” le dijo.

Olga se despidió de mí, con los ojos llenos de tristeza, y levantó el vuelo para seguir a sus compañeras.

Mi papá y sus amigos llegaron en la canoa, que estaba manchada de aquel líquido negro que habían mencionado las gaviotas. El rostro de mi papá mostraba mucha pena y angustia, entonces me di cuenta que la situación era muy mala.

“Duvanis, hijo mío” me llamó y se arrodilló para quedar a mi altura. “Ve al pueblo y diles que los necesitamos para rescatar a los animales. Yo llamaré a las autoridades”.

Obedecí a mi papá y corrí lo más rápido que pude hacia el pueblo. A todas las personas que me encontré les dije que había pasado algo muy grave en el río, ellos, muy angustiados, se iban de inmediato para saber qué había sucedido.

La gente que se sumó a la tarea ayudaba a los animales que habían sido alcanzados por la espesa masa negra y trataba de sacar a aquellos que todavía estaban intactos. Para cuando llegaron las autoridades, aquel líquido negro había cubierto gran parte del río, pero esos hombres y mujeres hicieron lo posible para limpiar tanto al río como a los animales que estaban cubiertos por esa capa oscura.

“¡Oh! ¡Qué tristeza!” sollozaba una tortuga a la que estaban limpiando. “El río jamás será el mismo, ¡Jamás!” La pobre tortuguita se echó a llorar a todo pulmón. Los otros animales también lloraban a lágrima viva, porque su hogar había sido destruído.

Las autoridades hicieron su mayor esfuerzo para remover aquel líquido negro, pero el río jamás volvió a ser el de antes, porque sus aguas quedaron opacas, sucias y demacrado. Esa tarde, todos lloramos en silencio ante la pérdida de nuestro hermoso río, que con el tiempo se volvió un charco sin vida, ya que todos los animales decidieron irse a buscar otro lugar para vivir.

El pueblo se volvió triste y lújubre, como si estuviera dentro de una película a blanco y negro. El tiempo pasó, hasta que me volví un adulto e hice lo que la mayoría de los adultos hacen para “ganarse la vida”; salí de mi pueblo para ir a la universidad, me gradué y luego encontré trabajo en una empresa que me pagaba un sueldo aceptable.

Pero yo seguía pensando en el río de mi pueblo y me ponía muy triste al recordar que jamás sería tan cristalino y brillante como cuando yo era niño. Quería recuperar aquel río para que volviera a tener vida, pero no tenía tiempo para pensar porque le dedicaba todo mi día al trabajo. Sueños como salvar al planeta habían desaparecido de mi mente.

Los sonidos de los teclado “clac” “clac” y el “ring” “ring” del teléfono eran los más frecuentes en mi rutina, pero un día escuché un “tac” “tac” “tac” que nunca había escuchado en mi trabajo. Busqué el origen del sonido, pasando por los cubículos de mis compañeros, quienes me miraron como si fuese un ser extraño por haberme salido de mi oficina.

Busqué y busqué pero no encontraba lo que estaba haciendo aquel “tac” “tac” “tac”, hasta que me fijé en una ventana y vi una gaviota que picoteaba la ventana con mucho desespero, así que me acerqué para hablar con ella.

“Hola, señora gaviota. Si necesita alguno de nuestros servicios, debe ir a recepción para pedirlo” le dije para que siguiera las reglas de atención al cliente.

“¡Querido Duvanis! Sabía que te iba a encontrar acá, ¡has crecido mucho!” exclamó la gaviota llena de felicidad. Yo estaba confundido, porque no recordaba a aquella gaviota.

“Disculpe, señora gaviota, ¿nos conocemos? le pregunté.

“¡Por todos los cielos¡ Tiene mejor memoria un pez que tú” me regañó la gaviota. “Tonto, soy Olga, ¿no recuerdas?”.

Me di cuenta que estaba en frente de mi amiga de la infancia. Me puse inmensamente feliz, la dejé entrar y le di un abrazo muy fuerte.

“¡Olga, hace tiempo no te veía! Me alegra mucho verte” le dije con lágrimas de felicidad, porque estaba muy emocionado de ver a alguien de mi infancia.

“Yo también estoy muy feliz de verte, querido Duvanis, pero también me encuentro demasiado triste” expresó Olga, y vi que su rostro estaba melancólico.

“¿Qué pasa, Olga? ¿Qué te tiene así, tan desanimada?” le pregunté.

“No te imaginas lo que ha sucedido, Duvanis” sollozó mi querida amiga. “Hace unos días nos devolvimos al río de tu pueblo, porque se rumoreaba que se había recuperado” Olga miró hacia abajo, tratando de no romperse a llorar “Pero…cuando llegamos vimos una escena horrible”,

“¿Qué vieron, Olga?” pregunté con el miedo presionándome el estómago.

“Ese…líquido negro volvió a esparcirse por el río y no hay nadie quien lo arregle” murmuró mi amiga la gaviota para luego derramar lágrimas a todo pulmón.

“Oh…otra vez derramaron petróleo” dije, tratando de sonar calmado, pero la realidad era que me sentía devastado al escuchar aquella noticia.

“Duvanis, ¡debemos hacer algo! Por eso te vine a buscar” me dijo Olga con los ojos llenos de esperanza. “Tú eres una persona muy ingeniosa, sé que puedes idear una forma de recuperar el río”.

Aquello me sorprendió, porque no me consideraba un sujeto especial y mi imaginación infantil había desaparecido, así que no veía más allá de mis responsabilidades aburridas de adulto.

“Olga, no puedo hacer nada, hay que esperar a que las autoridades intenten remediarlo…” Pero mi amiga se alteró, por lo que no pude continuar hablando.

“¡Me decepcionas!, Duvanis” me reprendió con mucha desilusión y enojo. “¿En dónde está tu vitalidad? Pareces un robot sin emociones”.

Traté de sacar una nueva excusa, pero ella se fue volando mientras aleteaba sus alas con furia. La culpa se estuvo comiendo mi mente hasta que llegué a mi apartamento en la noche. Olga tenía razón, parecía un robot programado solo para trabajar, y caí en cuenta que debía hacer algo al respecto.

Al otro día me presenté ante mi jefe para darle mi carta de renuncia. Sus ojos de cangrejo me miraron con mucha confusión cuando le entregué el sobre.

“Pero, ¿qué es esto, Duvanis? Acá ganas un sueldo muy bueno, ¿conseguiste un trabajo mejor?” me preguntó con su voz nasal.

“No, jefe, voy a salvar al mundo” le contesté con mucha seguridad, pero él me miró como si tuviera un orangután en la cabeza.

“Usted se ha vuelto loco” me dijo negando con la cabeza.

Después de salir de la empresa, busqué a mi amiga Olga y la encontré en una fuente que había en el parque.
“Ah, eres tú” dijo con desagrado en cuanto me vio.

“Oye, ¿vas a mirar al que va a rescatar el río?” le contesté y un brillo esperanzador resplandeció en sus ojos.

“¡Ese es el Duvanis que conozco!” exclamó Olga llena de euforia.

Nos regresamos a mi pueblo, y me dio tristeza cuando lo vi, porque ya no era tan colorido ni tan alegre como cuando era niño. Pero los rostros de mis padres y de mis vecinos se iluminaron de felicidad al verme. Todos se llenaron de alegría al escuchar que iba a encontrar una forma de rescatar el río.

Entonces fui al viejo laboratorio que tenía de niño, que era un cuarto que estaba en una esquina de mi casa. Abrí las ventanas para que entrara la luz del sol, limpié el polvo y organicé mis herramientas. Así comencé mi trabajo para crear un invento que limpiara el río.

Todo el día me encontraba en aquel cuarto, y mi única compañía era Olga, quien me ayudaba en los experimentos que estaba realizando. Pasé tres meses leyendo una gran cantidad de libros y buscando diferentes ingredientes, como coco, limón y otros que son secretos. Me sentía un poderoso hechicero haciendo todo esto.

Fueron noches y días de trabajo, hasta que por fin creé mi poción mágica, cuya magia era la ciencia con la que la había preparado.

“¡Lo hemos conseguido!” gritó Olga mientras aleteaba sus alas de felicidad.

“Ahora esperemos que funcione” le dije con los nervios cosquilleando mi cuerpo.

Era la hora de comprobar si nuestros esfuerzos habían sido suficientes. Me puse un overol y llevé aquella sustancia al nuestro río, mientras que mis piernas temblaban en una mezcla de emoción y de miedo. Siempre hay miedo cuando se intenta algo nuevo.

La gente del pueblo nos seguía, a la expectativa de lo que iba a pasar y sentía sus esperanzas como un peso en los hombros.

Llegamos al río, estaba turbio y opaco, sin vida.

“Es hora, Duvanis” murmuró Olga, así que dejé que una gota de mi poción cayera sobre el río. Esperamos, lo que parecieron siglos, hasta que vimos que la suciedad del río fue desapareciendo poco a poco, como cuando amanece. Finalmente, el río quedó completamente cristalino y todos gritaron de felicidad al ver que el agua volvía a ser tan limpia como antes.

“¡Lo logramos!¡Te dije que lo íbamos a lograr!” clamó Olga mientras me abrazaba con sus pequeñas alas.

Esa noche hubo fiesta en el pueblo por el regreso del río, todos bailamos y reímos hasta cansarnos. Los animales que antes vivían allí volvieron al escuchar la nueva buena.

Pero eso solo fue el inicio de mi aventura con Olga, porque desde ese día recorremos todos los rincones del mundo para devolverle la vida a los ríos.

Así fue como me di cuenta que vale la pena soñar y estar un poco loco.

Cuento escrito por: María Lucía Sarmiento Rojas
Artículo escrito por: María Lucía Sarmiento Rojas
Entrevistado: Duvanis Herazo
Ingeniero de petróleos y cofundador de Biosense S.A.S.

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