Cuento basado en el artículo: ¡Sin lágrimas de cocodrilo! La comunidad que protege al caimán aguja en el Magdalena
Esta es la historia de un niño que amaba a la naturaleza con todo su corazón. Su nombre era Sebastián y tenía ocho años cuando la aventura de su vida comenzó.
Un día como cualquiera, Sebastián fue con su abuelo a explorar el río Magdalena, un río inmenso que viaja por grandes distancias y estaba lleno de criaturas preciosas como manatíes y peces de colores brillantes que hacían “glu” “glu” llenos de alegría.
El niño estaba caminando por la orilla del río cuando vio un huevo blanco en la arena. Aquel huevo aún no había eclosionado, por lo cual nuestros exploradores decidieron llevárselo a casa para ayudarlo a nacer, y así los depredadores no se lo comieran.
“Pero, abuelito, ¿cómo lo vamos a ayudar a nacer si no somos su mamá?” preguntó un confundido Sebastián a su abuelo mientras recorrían el camino de vuelta a casa.
“Sebas no necesitamos ser su mamá para ayudarlo a nacer” respondió su abuelo.
“Entonces, ¿cómo lo vamos a ayudar a nacer?” preguntó un aún más confundido el niño.
“¡Simple!, incubando el huevo” dijo el abuelo.
“¿Qué es la incubación?” interrogó Sebastián.
“La incubación es dar calor a los huevos, así luego de varios días nacerán las crías” respondió el abuelo abriendo la puerta de la casa.
“¿Y cómo vamos a hacer eso abuelito?” se preocupó nuestro protagonista sentándose en la sala.
“Muy fácil, busca una caja y te mostraré” dijo el abuelo.
Luego de un rato, el abuelo de Sebastián construyó una incubadora con la caja, que iluminó con ayuda de una lampara. Después, dentro de la caja colocó un poco de agua en una vasija cerca de las mantas utilizadas para poner el huevo sin que se moviera.
“¡Wow! ¿Esa es la incubadora abuelito?” preguntó el niño, quien llegaba con sus primos.
“Sí, esto nos ayudará a que el animalito dentro del huevo pueda nacer” dijo el abuelo
Sebastián miraba el huevo todos los días sin notar ningún cambio en este, y se impacientaba mucho al ver que no había ninguna fisura en el cascarón. Uno de esos días se cansó de observar el huevo, así que salió al patio de su casa y se sentó en una hamaca que había allí para mirar el cielo.
El niño se empezó a preguntar “¿Cuánto tiempo faltara para que el animal salga del huevo?” “¿Qué animal será?” esto último es lo que más se cuestionaba, porque sentía mucha curiosidad por saber que especie había dentro del huevo.
Mientras se perdía en sus pensamientos, Sebastián empezó a sentir como todo se volvía cada vez más silencioso, tranquilo y oscuro. Se había quedado dormido.
Al despertar de su sueño, nuestro protagonista se dio cuenta que ya no estaba sentado en la hamaca, sino que ahora estaba acostado en su cama muy cómodo y calientito. Cuando se levantó, observó por la ventana como que la luna remplazaba el sol. ¡Sí! ya era de noche,
Al darse cuenta de esto, Sebas fue a buscar comida, pero cuando salió de su cuarto vio algo que le llamó la atención, el huevo antes intacto tenía muchas grietas. Sebas se acercó y vio como un último “crac” terminaba de romper el cascaron del huevo.
“¡AAAHHH!” gritó Sebastián al ver lo que salió del huevo, pues no era un guacamayo como él había imaginado, ni siquiera era un ave que conociera, más bien parecía un cocodrilo por su hocico lleno de pequeños dientes que parecían agujas.
A Sebas no les gustaban los cocodrilos, siempre había escuchado que eran criaturas aterradoras. Pero ahora al ver más de cerca al animalito saliendo de su huevo, ya no le parecía tan horripilante. El niño se dio cuenta que los ojos del reptil eran de un verde muy bonito y hacía un sonido tierno “piu” “piu”.
“¿Qué pasa?” preguntó el abuelo de Sebastián, un poco preocupado al escuchar el grito.
“Ya nació, es un cocodrilo.” Fue todo lo que dijo el niño mirando fijamente al pequeño animal
“Sí, pero no es un cocodrilo, es un caimán muy hermoso” le corrigió el abuelo a su nieto a la vez que se acercaba al lugar donde estaba el pequeño caimán.
“Abuelito no te acerques, el caimán puede hacerte daño” dijo Sebastián un poco asustado aún.
“Tranquilo, el caimán no me atacará si no me considera una amenaza” dijo el abuelo alzando el caimán
“¿Ellos solo atacan si se sienten amenazados?” preguntó el niño acercándose a su abuelo y al caimán.
“Sí, así es” dijo el abuelo a la pregunta de su nieto. “Por lo que veo este es un caimán aguja, una especie de caimán de la cual ya quedan pocos” dijo el abuelo mirando detenidamente al caimán.
“¡Wow! ¿y que vamos a hacer con él, abuelito?” preguntó Sebastián mientras miraba el caimán en manos de su abuelo.
“Mañana lo llevaremos de nuevo a su hogar, porque de seguro que quiere volver con su familia” dijo el abuelo devolviendo al caimán a su incubadora. “Por ahora vamos a comer y luego a dormir” dijo el abuelo caminando hacia a la cocina.
Al día siguiente Sebastián y su abuelo fueron al río para devolver al caimán. El niño observaba el hermoso río mientras su abuelo dejaba al pequeño caimán cerca de la orilla, en la cual estaba una mamá caimana que miraba al abuelo con ojos de alivio al ver que había logrado reunir nuevamente a todas sus crías. Así ambos, abuelo y nieto, admiraron como todos esos bellos caimanes entraban al río y se iban nadando hacía un rumbo desconocido.
Once años después …
“Cumpleaños feliz…” fue lo primero que escuchó Sebastián al despertar, ahí estaban sus padres y primos deseándole un feliz cumpleaños.
“Feliz cumpleaños, mi niño, felices 19 años” dijo su madre dándole un fuerte abrazo, seguida por el resto de su familia.
“¡Gracias!” respondió el ahora adulto.
Luego de desayunar, Sebastián fue a dar un paseo. Le encantaba ver todo lo que había logrado hacer con su comunidad.
“¡Buenos días!” saludó con mucha energía al entrar a un lugar que, con ayuda de su comunidad, construyeron para la incubación de huevos de caimán con el fin de aumentar la población de estos curiosos reptiles.
“¡Buenos días, Sebastián!” saludaron las personas que estaban en la casa pendientes de las incubadoras.
“Han nacido algunos y otros están listos para ser liberados, ya hay una familia de caimanes esperándolos a orillas del río” dijo una señora indicando el lugar donde estaban las crías de caimán.
“¡Que emoción!, yo mismo los liberaré” exclamó Sebastián dirigiéndose a la caja donde estaban los caimanes. “Nos vemos luego” se despidió saliendo del lugar.
Al llegar al río Magdalena, el joven los dejó en el piso uno a uno y observó cómo entraban al agua, volviendo a su hogar.
“Esto es por ti, abuelito, sé que estarás orgulloso de lo que hemos construido” dijo Sebastián con la mirada fija en el despejado cielo.
Cuento escrito por: Adaly Luengas (Semillero ALUNA)
Artículo escrito por: Camila Andrea Álvarez Argüello (Semillero ALUNA)
Entrevistada: José Gabriel Pacheco
Representante legal de Asocaimán