La avaricia rompe el trato

Cuento basado en el artículo: Árboles muertos que salvan biodiversidad: la apuesta de vetas del mar.
Escrito por 
Thomas Eduardo Galvis Sierra

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Un hermoso bosque era el hogar de muchos animales y plantas. Los árboles eran frondosos, proporcionando refugio a todos los que vivían allí. Los pájaros cantaban dulces melodías y los animales jugaban en los arroyos que cruzaban el bosque. Entre esos animales, destaca un pequeño y amigable zorro que permanecía feliz. Ese zorro era yo, mi nombre es Klaus y quisiera que me respondieras a esto, ¿alguna vez te has preguntado hasta dónde puede llegar el egoísmo de los humanos? Pues a mí me tocó descubrirlo de una manera no muy agradable.

Como mencioné, nuestro bosque era un paraíso, los animales convivíamos en armonía y los conflictos solían ser poco usuales. A pesar de ser pacíficos, lo desconocido no era bienvenido. Puede que suene algo ignorante, pero así éramos felices. Al menos así fue hasta que un extraño ser pisó estas tierras, diciendo ser un humano con nobles intenciones. Claro, con su comportamiento carismático y gentil, no tardó en ganarse la confianza de todos los animales, incluyéndome.

Alan se presentó como un emprendedor que planeaba utilizar la madera del bosque para crear cosas maravillosas. Nos explicó que los árboles muertos que se acumulaban en el río después de las avalanchas eran ideales para su proyecto, ya que estos obstruían el flujo del agua. Acepté sin titubear, pero acordamos que solamente utilizaría los árboles muertos, pues la idea de talarlos nos resultaba impensable.

Al principio, todo parecía marchar bien, él cumplía con nuestro acuerdo, y nosotros nos librábamos de aquel problema. Aquello le generó muchas ganancias, yo estaba feliz por él, pero cada vez lo notaba hostil y con ganas de más. Un día, descubrí que había talado un par de árboles y decidí confrontarlo.

– Alan, este no era el trato, acordamos que solo utilizarías los árboles muertos, ¿Qué es esto?

– No te preocupes Klaus, solo tomaré un poco más de lo acordado. – Respondió Alan y fue lo último que me dijo antes del desastre ya que talaba más y más árboles

Quise detenerlo, pero ¿qué podía hacer? Solo soy un zorro. Él estaba cegado por la avaricia y muchos animales murieron a causa sus acciones, pero a él no le importó. Todo pasó tan rápido que no tuve tiempo de reaccionar. Al final nos dejó sin un solo árbol.

Los animales del bosque que lograron salvarse huyeron. Solamente quedé yo en el paisaje vacío donde antes estaba mi preciado hogar. ¡No sabía qué hacer!


Alan construyó su casa en el lugar que antes era un hermoso bosque. El que además de ser hermoso, también proporcionaba oxígeno al planeta ayudando a regular el clima. Sin los árboles, el suelo se erosionó y los ríos se secaron, lo que provocó más desastres.

Sin agua ni alimento, Alan se dio cuenta de su error, así que fue a buscarme. Yo me sentía traicionado y no quería saber nada de él. Dijo reconocer que lo había arruinado por completo y que quería arreglarlo. Yo no podía creerle, pero en ese instante me mostró una bolsa muy grande llena de semillas. Lo perdoné y decidí ayudarlo.

Comenzamos a plantar nuevos árboles, a cuidar de ellos. Los animales regresaron, los arroyos comenzaron a fluir de nuevo. La naturaleza estaba sanando poco a poco.

Finalmente, el bosque volvió a ser lo que era. Los árboles altos y frondosos, los animales volvieron a habitar, los humanos aprendieron a vivir agradecidos con la naturaleza, cuidando del bosque. El aire se volvió más limpio y el agua volvió a fluir en los ríos.

Quizá tuvimos una mala impresión, pero creo que hay humanos nobles y carismáticos, así como se nos mostró Alan la primera vez

Cuento escrito por: Thomas Eduardo Galvis Sierra, 11º, Colegio Trinidad Camacho Pinzón.

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