Cuento basado en el artículo: El bambú colombiano: acero vegetal para construir prótesis
Año 2067. Laboratorio de Nuevas Tecnologías. Marcelo secó su rostro bañado en sudor con una toalla de tela sintetizada. El termómetro de la pantalla marcaba 36º grados centígrados.
Fuera del laboratorio, la temperatura superaba los cuarenta y dos grados.
Se apretó el puente de la nariz para liberar la tensión. Su piel reseca y resquebrajada adquiría un tono verdoso bajo el brillo de las múltiples pantallas de ordenador.
En el fondo del laboratorio, el resplandor cálido de las lámparas de luz solar caía sobre los ejemplares de guadua en varias etapas de evolución. Elestria, la compañera de proyecto de Marcelo, estudiaba las muestras con atención maternal. Se detuvo en uno de los prototipos. Sus dedos recorrieron los suaves contornos de la fibra. El material respondió con una resonancia lumínica sutil a su tacto. Desconcertada, Elestria se acercó para estudiarla mejor.
“Marcelo, ¿podrías venir un momento?”.
Marcelo respondió con un gesto de fastidio. Se arrepintió al instante. Elestria lo observaba ofendida. Fueron interrumpidos por la pesada puerta de acero del laboratorio, que se abrió de improviso.
Joffrey entró con su habitual aire de suficiencia. La tela de su traje, negro medianoche, se ajustaba a la medida de su cuerpo casi perfecto gracias a las modificaciones genéticas. Antes de que sus finos zapatos tocaran el piso, el aroma de flores exóticas en vía de extinción de su colonia invadió el aire hiper purificado, creando una atmósfera embriagadora.
En su época de estudiantes de universidad, los tres habían compartido el entusiasmo por la ciencia. Con los años, sin embargo, Joffrey se había convertido en un emisario del mundo corporativo que acosaba a los emprendedores para que cedieran o vendieran sus patentes.
Ignorándolos por completo, Joffrey se dirigió directo a los ejemplares de guadua. Sus ojos almíbar se ensancharon mientras su mirada las recorría.
“¿Cuándo tendrán listo un prototipo?”.
Elestria y Marcelo intercambiaron una mirada sombría.
Joffrey se giró hacia ellos y sacó una tarjeta.
“Traigo una nueva oferta que les va a interesar”.
El ceño de Elestria se frunció, y Marcelo apretó los puños.
Las luces y los esquemas holográficos titilaron, sumiéndolos momentáneamente en la oscuridad. Debido al alto consumo energético, los cortes eléctricos eran comunes.
Marcelo fue el primero en responder.
“Ya sabes nuestra respuesta”.
Elestria se acercó a Marcelo y habló con voz firme.
“Nuestra creación le pertenece a la Fundación de Energías Renovables”.
La fachada de Joffrey mostró una mueca de desdén.
“Idealistas en un mundo pragmático. ¿Cuándo van a aprender?”.
Los tres contuvieron la respiración. Marcelo, con la voz rota por el agotamiento, dijo:
“Ya hemos elegido”.
La frustración deformó la expresión de Joffrey, barriendo su barniz de autocontrol.
“Sus deudas con los bancos van a devorarlos”. Señaló las muestras de guadua y las paredes del laboratorio. “Absolutamente nada de esto permanecerá. Serán despojados de todo”.
Marcelo pudo sentir cómo las deudas se enroscaban alrededor de su cuello, apretándolo como una pitón de piel oscura. Sus ojos lo traicionaron con un centelleo de desesperación.
Pero antes de que su resolución pudiera derrumbarse, el espíritu rebelde de Elestria intervino.
“Hay cosas más importantes que el dinero”.
Joffrey apretó los labios con desprecio, rompió la tarjeta y abandonó el laboratorio.
Antes de que los ecos de sus pasos se desvanecieran, las luces del laboratorio parpadearon y se apagaron. Los hombros de Marcelo se hundieron. En la oscuridad, Elestria lo buscó y lo abrazó para darle ánimos. Él levantó el rostro justo para sentir cómo una repentina vibración pulsó a través del laboratorio.
Por un instante, todo permaneció tranquilo. Después, los ejemplares de guadua comenzaron a brillar. Marcelo observó con los ojos muy abiertos cómo las hebras de guadua se entretejieron en intrincados diseños, irradiando un brillo que superaba cualquier luz artificial. Una risa brotó del corazón de Marcelo, convirtiéndose en una carcajada de alegría infantil.
El aire, hasta ese momento cargado con el aroma del ozono, adquirió el olor terroso de bambú recién cosechado. Una bruma refrescante se levantó y se escuchó el soplo del viento dentro de un bosque. El termómetro en la pantalla marcó una temperatura de 29º grados. Elestria y Marcelo, testigos atónitos de esta transformación, se abrazaron e intercambiaron una mirada de esperanza.
Escrito por: Gustavo Adolfo Fonseca.
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