El ecoingenio de olga

Cuento basado en el artículo: Es química y cómico: resiudos de los cultivos que se convierten en combustible.

Escrito por Samara Ortíz Martínez

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Ecovilla, es un pueblo donde la naturaleza y la ciencia se fusionaban de manera asombrosa. Todos sus habitantes compartían un profundo amor por la tierra y se preocupaban por su preservación.  Allí, vivían Olga, Oliver y Emily, a ellos les encantaba la ciencia, explorar y aprender cosas nuevas.

 

Un día, mientras Olga salía de su casa, escuchó un incesante “BRUM, BRUM, BRUM” que resonaba en el aire. A lo lejos, vio un pequeño auto que se negaba a arrancar. “Seguramente está sin combustible”, pensó.

 

Cuando Olga llegó a su escuela, se enteró de que sus amigos estaban discutiendo algo, lo que la llevó a preguntarse, “¿De qué estarán hablando?”. Decidió acercarse y escuchar lo que cada uno tenía para contar sobre sus experiencias de la mañana.

 

Oliver compartió la situación en su casa debido a la falta de gas para cocinar, mientras que Emily explicó que había caminado un largo trayecto hacia la escuela porque el auto de su padre tampoco funcionaba. Al escuchar todas estas historias, se sorprendieron al darse cuenta de que ese día todo el pueblo se había quedado sin combustible. En medio de la confusión, Olga exclamó con entusiasmo, “¡WOOH! ¡Tengo una SUPER IDEA!”

 

–       ¿En qué locura piensas? – Le preguntó Oliver.

Ella, con sonrisa traviesa respondió “¡En inventar un nuevo combustible!”

 

Juntos decidieron buscar algún elemento de la naturaleza y utilizarlo en esta locura, pero tenían muchas dudas, no sabían por dónde comenzar. Entonces empezaron investigando cuáles eran los elementos con los que preparaban este producto.

 

Impulsados por la curiosidad, descubrieron que los residuos de cultivos que normalmente se descartaban podían convertirse en un líquido llamado “etanol”, que serviría como un combustible mágico.

 

Aunque la alegría iluminaba sus rostros, eran conscientes de que necesitarían ayuda para llevar a cabo su proyecto. Fue Emily, la más sociable del grupo, quien sugirió visitar el laboratorio de Ecovilla y pedir asesoramiento a los científicos.

 

Olga les explicó los problemas que habían enfrentado debido a la falta de combustible, y los científicos respondieron entusiásticamente: “¡Claro, nos encantaría ayudar!”.

 

Con el apoyo de los científicos, Olga, Oliver y Emily comenzaron a recolectar los residuos de la caña de azúcar y los llevaron a un laboratorio especial. Allí, todos realizaban experimentos que se salían de la imaginación. ¡Era química y cómico ver cómo algo que parecía basura se convertía en algo tan valioso!

 

Pero Olga, desconfiada como siempre, se dio cuenta que con los residuos de la caña de azúcar no les alcanzaría para cubrir todas las necesidades de su pueblo. Con angustia en su mirada, se puso la tarea de investigar cómo más podría generar otras formas de combustible. Después de algunos días, hizo un descubrimiento sorprendente.

 

  • ¡WOW! No puedo creerlo, encontré nuevos elementos que podrían ayudarnos a producir más combustible. ¡AAAAHHH! – gritó de felicidad.

 

Olga compartió su hallazgo con Oliver, Emily y los científicos, sugiriendo que podrían experimentar con otros residuos, como los del cultivo de cacao o las tusas del cultivo del fruto de palma africana. Además, con su característica travesura, sugirió llamarlos “biocombustibles” porque provenían de la misma naturaleza que estaban desechando.

 

Al día siguiente, fueron al laboratorio de Ecovilla y aplicaron lo que Olga había encontrado. Haciéndolo, se enteraron de una noticia mala y una noticia buena.

–       ¿Cuál quieren saber primero? – Preguntó el científico de cabello largo y camiseta roja.

 

“La mala” dijeron los chicos sin mucho entusiasmo. Así fue como se enteraron de que el residuo del cacao no se podía utilizar para esto, porque no tenía suficiente celulosa para hacer el combustible. La pequeña investigadora, al enterarse de esto se puso triste.

 

–       ¿Y cuál es la buena noticia? – Preguntó Olga tratando de mantener la esperanza.

 

Ambrosio, el científico con una amplia sonrisa respondió que con la tusa de palma sí se podría experimentar, aunque que no estaba seguro del resultado.

 

Después de muchos experimentos y aventuras, finalmente tuvieron lo que buscaban. Un biocombustible proveniente de residuos del campo apareció en Ecovilla. Además de evitar futuras crisis de combustible, el aire se volvió más limpio y fresco, y los residuos se convirtieron en materia prima. El pueblo se convirtió en un ejemplo para otras comunidades, mostrándoles cómo la ciencia y el cuidado del medio ambiente podían trabajar juntos.

 

Así, Olga, Oliver y Emily demostraron que, con un poco de imaginación, trabajo en equipo y conocimientos científicos, cualquier problema podía resolverse de manera sorprendente. Y mientras miraban cómo los campos de cultivo se transformaban en combustible, supieron que la química y el medio ambiente podían ser los mejores amigos.

Cuento escrito por: Samara Ortíz Martínez, 9ºB, Escuela Normal Superior Antonia Santos, Puente Nacional.

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