Cosmo y la palma africana
Cuento basado en el artículo: ¡Biochar al rescate! Residuos de palma para el mejoramiento de suelos
Escrito por Laura Lizeth Chaparro Rodríguez

Hace muchísimo tiempo, en las lejanas tierras del África, vivía un adorable monito llamado Cosmo. Él era muy curioso, le encantaba saltar de palma en palma y explorar el mundo. Un día él vio a lejanía que un barco iba a zarpar. Él, atraído por saber a dónde iba aquel barco, cogió su mochila y en ella guardó bananas cocos, cerezas y una que otra semilla. Partió al encuentro del barco sin pensar a dónde lo llevaría y así viajó por bastantes días, que para él fueron años. Cuando el barco arribó a su destino final el monito muy contento saltó y saltó pensando que había vuelto a su hogar.
Dándose cuenta de que no era un lugar conocido para él, comenzó a observar y a saltar hasta que llegó a un hermoso lugar en donde conoció a muchos amigos y repartió las provisiones que traía. Al repartir las frutas, un perro que estaba entre sus nuevos amigos, llamado Max, se dio cuenta de que en su mochila también había semillas y le preguntó:
– ¿Y esas semillas de qué son?
Cosmo sonrió y respondió:
– Son semillas de las hermosas palmas africanas donde me encanta saltar y observar al atardecer.
La idea de esas palmas africanas resonó en la mente de Max, quien pensó: “¡Qué hermoso sería tener esas palmas en nuestro hogar!”. Entonces, sin pensarlo mucho, le propuso a Cosmo:
– ¿Quieres acompañarme a plantar una de estas semillas en mi jardín?
Con el tiempo, Max y Cosmo observaron cómo crecía la palma con asombro. Su familia, al notar las hermosas palmas que crecían en su jardín, decidió investigar sobre ellas y descubrieron que del fruto de esta palma se podría extraer aceite, cosa que sería muy lucrativo para ellos.
Así ellos comenzaron a expandir el cultivo, sin darse cuenta de los residuos que generaban y el daño que causaban al medio ambiente. Cosmo y Max al ver cómo dañaban su hogar y el desinterés de los humanos, decidieron llamar a todos los animales cercanos para buscar una solución. A esta reunión llegaron monos, pumas, guacamayos, jaguares, zorros, loros, serpientes y una linda tigrilla.
Max, al ver a todos los animales, comenzó la reunión con una pregunta apremiante:
– No es justo lo que los humanos están haciendo con nuestro hogar, ¿qué podemos hacer al respecto?
– ¡Busquemos soluciones! ¿Alguien tiene alguna idea? – Sugirieron las guacamayas.
Fue Adriana, la tigrilla, quien propuso la solución que había estado rondando su mente:
– He pensado que recolectemos el cuesco de la palma y lo volvamos un abono orgánico para nuestras plantas y nuestros suelos, así ayudaremos a conservar el medio ambiente y a los humanos, para que ellos puedan seguir produciendo sin hacerle daño al medio ambiente, a nosotros y a nuestras familias.
– ¡Es una magnífica idea! – dijo Farid el jaguar – pero ahora viene lo más complicado quién hablará con los humanos.
– ¡Yo! – dijo el monito Cosmo.
Cosmo fue a la fábrica donde se extraía el aceite y habló con Alejandro, el dueño de la fábrica.
– ¡Oye! “Debido a que tu fábrica está dañando el medio ambiente y nuestros hogares, los animales nos hemos reunido para proponerte una solución.
Alejandro, intrigado, aceptó escuchar. Cosmo explicó su propuesta, y Alejandro estuvo de acuerdo. Los humanos y los animales se unieron para recolectar los cuescos de las palmas y los transformaron en un abono orgánico al que llamaron Biochar.
Este abono fue gran utilidad para las plantas, los suelos y, sobre todo, para el medio ambiente. Los humanos pudieron seguir produciendo aceite de palma y exportándolo sin contaminar más y para que todos los animales pudieran vivir en un ambiente sano.
Cuento escrito por: Laura Lizeth Chaparro Rodríguez. Escuela Normal Superior Antonia Santos, Puente Nacional.
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