Cuento ganador del segundo lugar en el primer concurso intercolegial de cuento ALUNA
Escrito por Mariana González, colegio parroquial San Luis Gonzaga.
¡Hola! Me presento, me llamo Marcos, ¿te agradan los perros? ¡a mí también! De hecho, soy uno de ellos ¡guau! ¡guau! Pero la vida de nosotros, en algunos casos, no es tan… agradable que digamos. Para muchos de nosotros la vida no es como la pintan las películas o caricaturas, porque, a veces, los humanos hacen que nuestra realidad sea muy dura.
Generalmente, somos animales que requieren de bastante dinero, como juguetes, comida, vacunas, ropita, medicamentos. Pero no muchas personas tienen el dinero para todo esto, y nos terminan abandonando en las calles.
Les hablaré de mi caso, soy un perro como cualquier otro. Era un perro feliz, con un dueño amoroso y amigable. Él tenía un trabajo en el cual le pagaban muchísimo como para poder cuidarme. Así que tenía todo lo que necesitaba a mi alcance: comida, juguetes, peluches…¡Era todo muy bonito!
Un día soleado y fresco mi amor me llevó al parque a dar un paseo. Allí encontré a otro perrito llamado Manchas. Al inicio éramos muy tímidos y solo nos mirábamos, pero con el paso de los días nos volvimos amigos inseparables. Las veces que yo iba al parque, jugábamos a perseguir ardillas o nos revolcábamos en el lodo.
Un día, estaba hablando con mi dueño y él me preguntó si tenía amigos, ya que casi nunca me veía acompañado
“¡Síí!, tengo un amigo llamado manchas, que hace unos meses, conocí en el parque” le dije mientras movía mi cola de la felicidad.
“Esta bien, me alegra demasiado saber eso” dijo mi dueño.
Meses después, la dueña de manchas y mi dueño se hicieron muy buenos amigos, y para mi sorpresa, se enamoraron y se casaron, por lo que Manchas se fue a vivir con nosotros. ¡Estaba demasiado feliz! Salíamos todos los días al parque a jugar y en la noche dormíamos juntos al lado de nuestros amos.
Pero…no todo era felicidad. Un día, mientras estábamos jugando con Manchas en el parque, nos encontramos con una mamá perra que estaba debajo del tobogán alimentando a sus cachorros. La piel se le pegaba a los huesos y su pelaje color marrón estaba muy sucio.
“Señora mamá, ¿necesita ayuda con algo? ¡La veo muy enferma!” le dijo Manchas.
“Oh, no te equivocas, estoy muy enferma, la calle es un lugar muy horrible para nosotros los perros” sollozó la perrita.
Vimos que el cielo se estaba oscureciendo y a lo lejos estalló un trueno. Iba a caer una tormenta muy fuerte y no podíamos dejar a la mamá ahí en medio de la fría lluvia. Buscamos a nuestros amos para contarles lo que estaba pasando. Ellos decidieron llevarse a la perrita y a sus bebés al apartamento.
“Muchas gracias por ayudarme a mí y a mis bebés” dijo la perrita.
“¿Cómo te llamas, señora mamá?” preguntó mi amo.
“No tengo nombre, los perros de la calle no tenemos nombre, ni comida, ni techo…solo nos dan malos tratos y mucho desprecio” respondió la perrita muy triste.
Todos nos quedamos en silencio, preocupados por el sufrimiento de todos los perros callejeros que hay en el mundo.
“Querido, debemos hacer algo, ¡hay muchos perros que están soportando cosas malas!” le suplicó la ama de Manchas al mío.
“Tienes razón, debemos crear algo para que no haya más perros callejeros…” estuvo de acuerdo mi amo.
“¡Ya sé! ¡Una aplicación!” propuse.
“Nooo” dijo mi dueño “eso sería bastante absurdo y no habrían las suficientes descargas como para disminuir las cifras”.
“¡DESCARTADO!” exclamaron los demás.
“Mmm… ¿Una casa de adopción?” sugirió
“Nooo,ya hay muchas casas de adopción en el mundo, y cada vez están más llenos” negó otra vez mi amo.
“¡DESCARTADO!” gritamos el resto de la habitación
“¡Tengo la idea perfecta! Yo soy chef, podría preparar unas croquetas especiales para que los perritas no tengan tantas crías” dijo la dueña de manchas.
“¡Perfecto! ¡Es una excelente idea!” la felicitó mi amo.
Mi amo y la de manchas compraron los ingredientes necesarios y empezaron a hornear las croquetas. Luego, fuimos por las calles de la ciudad a entregarlas a todas las caninas que encontrábamos en la calle.
Duramos varias semanas, hasta que por fin logramos repartir todas las galletas. ¡Estábamos muy felices! Habíamos cumplido nuestra misión de salvar a los perritos callejeros.
“¡Muchas gracias! Ya no habrá más perros que sufran en las calles” exclamó muy feliz la señora mamá, a quien mis amos adoptaron y la llamaron Renata.
Finalmente, pudimos repartir las galletas a todos los perritos del país. ¡Estamos muy contentos! Y yo bastante orgulloso porque…¡Mi dueño es un superhéroe! ¡Mi cola no deja de moverse de la felicidad! ¡Guau!
Espero que esta historia sea de tu agrado querido lector. Gracias por leer.
Cuento escrito por: Mariana González