Los guardianes del cacao
¡Crack, crack! Resonaban las ramas bajo el fuego convirtiendo el lugar en cenizas.
El bosque ardía mientras que un llamado hogar, su llama apagaba, un lugar lleno de historia en el Amazonas donde el aire llevaba el aroma de hojas frescas y el río resonaba suavemente como un murmullo: ¡shhhhhh! Pero ahora traía un amargo olor de lo que alguna vez fue vida.
Entre el oscuro humo un grito de dolor sonó, era la madre de Osito sumándose a los gritos de agonía y dolor porque la rama de un árbol había caído en su espalda quedando atrapada sin poder salir.
—Mamá— grito el pequeño Osito apartando las ramas con sus pequeñas patas temblorosas.
—Hijo, es hora de que abandones este lugar, no puedes quedarte aquí. El bosque está enfermo. No podré ir contigo, pero prométeme que algún día encontrarás un lugar donde puedas cuidarlo y crecer con él porque, aunque el bosque enferma aún tú puedes salvarlo, a pesar de estar lejos de casa y cuando veas en el cielo una estrella brillar no será casualidad, será el destello de mi alegría de saber que lo lograste.
Osito, sin saber qué hacer, con el corazón apretado y con el inmenso dolor de nunca volver a ver los ojos de su madre, caminó durante días calurosos y noches heladas; primero siguió el curso del río, luego cruzó montañas y finalmente llegó a un lugar desconocido, pero que sin saberlo sería su nuevo hogar.
Allí, agotado de su gran travesía, se tumbó bajo un árbol de cacao y con los ojos cerrados el aroma de aquel fruto invadió su respiración y con el sentir de notas que abrazaban su sentir, el cacao le trajo recuerdos de lo que alguna vez fue su hogar. Volvió a cerrar sus ojos y suspiró: mmm….
En ese preciso momento, apareció un hombre con mirada soñadora; su nombre era Alexander y tenía un propósito, estaba en busca de nuevas maneras de proteger la tierra sin hacerle daño.
—Este árbol es sabio —dijo Alexander mientras acariciaba las ramas con admiración y adoración —. Nos ofrece fruto, nos da sombra… pero muchos solo aprovechan el grano y olvidan la cáscara como si de desecho se tratase.
Osito, con gran curiosidad, olfateó las cáscaras secas que caían al suelo. Entonces, como si el árbol les hablara, ambos tuvieron la misma idea:
Lo que la tierra ya les ofrecía. Así nació una bebida especial: té de cacao, con aroma a chocolate y el espíritu del bosque.
Pronto, las familias de la región comenzaron a probarlo. Luego, viajeros de otros lugares lo llevaban en sus mochilas. Cada taza no solo endulzaba las tardes, sino que también recordaba que la naturaleza siempre brinda segundas oportunidades.
Una noche luego de arduo trabajo Osito se sentó en aquel árbol donde inició y tomando una taza de su té, en el cielo se iluminó una estrella no por casualidad sino un reflejo del orgullo de su madre que lo observa desde la eternidad.
Información del cuento
Este cuento fue escrito por María José Silva Acevedo.
Imagen de portada generada con ayuda de Adobe Firefly.
Actividad para colegios ALUNA
¡Hola! Para acceder a las actividades ALUNA debes iniciar sesión con tu cuenta. Loguéate e inténtalo nuevamente.