La magia de la química

Cuento basado en Química + medioambiente: la combinación perfecta para generar energías que salvan al planeta

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¡Qué calor! La profesora Angélica sentía que se iba a derretir como un helado. Trataba de abanicarse con las planillas de calificaciones, pero nada hacía que el bochorno disminuyera. “Tik tok” “Tik tok” los minutos en su reloj pasaban, pero el sol seguía brillando furioso sobre la Tierra.

—Está haciendo demasiado calor— le dijo su inseparable amiga Olga, que también era profesora de la Universidad Santo Tomás. Angélica no pudo decir nada. Hasta hablar le agotaba.

—Ojalá existiera una forma en la que el calor disminuyera— suspiró Olga. 

Y ahí se le vino una idea a Angélica. 

—¡Podemos hacer algo para que deje de hacer tanto calor! —exclamó tan fuerte que su amiga Olga saltó asustada de su asiento. — O al menos, algo que evite que nuestro planeta se siga calentando día a día.

—¿Cómo dices? — le dijo Olga, mirándola como si tuviera un pulpo en la cabeza.

—¡Somos químicas! Podemos hacer algo para que la vida de todas las personas, los animales y las plantas sea mejor— respondió Angélica llena de entusiasmo.

Pero Olga, sin mayor entusiasmo, la seguía mirando como si fuese un bicho raro, un ser de otra galaxia.

—Hacer algo así es imposible. Con un solo experimento no se logrará que no haga tanto calor— le dijo su amiga y luego agregó— Tanto calor se debe al calentamiento global, que está aumentando porque se emiten muchos gases como el dióxido de carbono y el metano a la atmósfera…haciendo que el calor se acumule en la Tierra. Es un problema muy grande, nosotras no podemos solucionarlo por completo.

—Pero podemos dar un granito de arena para solucionarlo— insistió Angélica— Mañana tendré una idea y te la mostraré. Sé que vas a quedar encantada.

Olga no le dijo nada más, pero no estaba convencida. “El calor le quemó la cordura” pensó Olga al ver la idea tan descabellada que tenía su amiga.

Al día siguiente, en la universidad, Olga y Angélica se encontraron. Esta última se notaba que no había pegado un ojo en toda la noche, porque tenía ojeras muy oscuras y el cabello parecía un nido de pájaros.

—Mira lo que tengo— le dijo Angélica, Olga vio que llevaba un cuaderno bajo el brazo.

—Angélica, lo que sea que estés pensando es una locura. No me metas en eso.

Pero su amiga le hizo ojitos de cachorrito, a lo que Olga se vio obligada a escucharla. Angélica, con mucha energía, empezó a explicarle la idea que había desarrollado durante toda la noche. Hasta le mostró los dibujos que había hecho en su cuaderno, los cuales parecían garabatos sin sentido.
No obstante, aunque Angélica parecía una cacatúa mientras hablaba, a Olga la idea de su amiga le empezó a agradar. Al final de la explicación, Olga quedó fascinada con el experimento que quería hacer su amiga.

—¡Me encanta la idea! — dijo Olga, contagiándose de la emoción de su amiga.

—¿Tú crees? — preguntó Angélica. 

—Claro, hagámoslo. ¡Cuenta conmigo! — Angélica sonrió radiante ante la respuesta de su amiga. De inmediato empezaron a buscar todos los materiales que necesitaban: una gran bolsa de plástico grueso y tres tubos. Eso no más.

Solo faltaba un lugar abierto para llevar a cabo el “loco” plan, pero Olga ya había resuelto eso: tenía un amigo, cuyo abuelo era dueño de una finca. El sitio era el indicado, porque allí estaba lo más importante para crear el experimento: la materia prima principal.

Llegaron a la finca en un día soleado, pero no tan caluroso como los otros. Desde la entrada, llamaron al dueño de la finca: un hombre mayor y fornido, quien las saludó y les pidió que se presentaran.

—Hola señor, soy Olga, amiga de su nieto José. Queríamos saber si nos deja hacer un experimento aquí en su finca. — El hombre frunció el ceño frente a eso, a pesar de haber hablado con José, joven de sus preferencias. 

—¿Un experimento? — preguntó con tono desconfiado— Eso a mí me suena peligroso, no me siento seguro y no quiero que algo más de mi finca se dañe. 

—Señor, pero vamos a tener todos los cuidados posibles. No haremos ningún daño— insistió Angélica. Pero el hombre estaba decidido a no prestar su finca para el experimento de las dos profesoras. Se mantuvo firme en su postura a pesar de los ruegos de ambas mujeres.

—Señoras, no tengo luz ni gas. No quiero quedarme sin casa por culpa de lo que vayan a hacer— expresó con amargura el señor. 

—Precisamente queremos ayudarlo con eso, con lo que vamos a hacer podemos lograr que tenga energía eléctrica y gas en su casa— contestó Olga. 

El hombre las miró con duda, pero al final cedió, dejándose convencer por la propuesta de ambas profesoras.

Así que empezaron a construir su experimento. Unieron los tubos a la bolsa, dos en los extremos y otro en el centro. Recogieron el excremento de los cerdos y lo llevaron a un cubo de cemento que encontraron en la finca. 

Conectaron uno de los tubos al cubo de cemento que contenía el estiércol de los cerdos, otro lo conectaron a un contenedor vacío y el del centro lo unieron a la estufa. 

—¿Para qué necesitan el desecho de los cerdos?— preguntó el hombre, entre asqueado e intrigado.

—Ya lo verá, esto es magia, pero de forma científica. — Olga le guiñó un ojo y siguió con su labor de recoger el estiércol de los cerdos y verterlo en el cubo de cemento. Tenía que aguantar la respiración cada vez que lo hacía, para así evitar las náuseas por el olor.

Luego, inició la verdadera magia; la bolsa se empezó a llenar con aquella, no obstante, tuvieron que esperar 15 días para que la bolsa se llenara por completo. Por lo que se hospedaron en la finca del señor durante este tiempo.

Pasaron los 15 días y por fin la bolsa se atiborró de estiércol. Era el momento de la verdad, así que las dos profesores y el hombre se prepararon.

—Señor, ¿puede encender la estufa?— le pidió el favor Angélica. El hombre le hizo caso; encendió la estufa y “poof” apareció una llama azulada. El hombre dio un brinco de asombro al ver la llamita. 

—Pero… ¿cómo?— Estaba casi mudo por el asombro. 

—El estiércol de los cerdos emite dióxido de carbono y metano, gases que son responsables de este calor que aumenta en todo el mundo. Pero, el metano es una gran fuente de energía para generar gas y energía eléctrica — respondió Olga. 

—Aunque llegan a ser dañinos para el ambiente, aquí los usamos a nuestro favor— complementó Angélica 

—¡Eso es como magia!— exclamó el señor sin salir de su asombro— Pueden hacer que haya luz con eso. 

—Sí, es posible, pero nos demoraríamos más. Un par de meses, aproximadamente— dijo Olga. 

—Se los agradecería mucho si lo hacen— pidió el hombre.

De esta forma, Olga y Angélica se han dedicado a llevar su experimento a las demás fincas de Colombia que no tienen luz ni gas, haciendo uso de gases que hemos considerado nuestros enemigos, pero que en realidad pueden ser nuestros aliados.

Cuento escrito por: María Lucía Sarmiento Rojas
Artículo escrito por: María Lucía Sarmiento Rojas
Entrevistada: Angélica María Candela
Líder de Gimnea

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