Cuento escrito para el primer concurso intercolegial de cuento ALUNA.
Escrito por: Meelyn Alquichides.
En un lugar, muy lejos de los humanos, había un bosque de grandes árboles. En medio de este bosque vivía una numerosa colonia de abejas gobernada por la reina Cleotilde, quien tenía una hermosa hija llamada Clemencia.
La colonia era una de las más prósperas del bosque, ya que producía muchísima miel todos los días. “Bzzzz” “bzzzz” se escuchaban el trabajar de las abejas.
Pero la reina Cleotilde era ambiciosa, y quería que su colonia fuese muchísimo más grande. Así que un día llamó a su hija Clemencia y le dijo:
“Hija, quiero que te hagas amiga del príncipe Silvestre para así unir nuestras colonias” dijo la reina a su hija.
“Está bien, madre” aceptó Clemencia.
Clemencia obedeció y visitó la colonia vecina, en donde vivía Silvestre. Silvestre al ver a Clemencia quedó flechado por su belleza y elegancia, así se dedicó a conquistarla. La princesa también se enamoró del príncipe, así que organizaron una boda a la que asistieron todos los animales del bosque: desde el pequeño colibrí hasta el oso más gigante. ¡Fue una celebración inolvidable!
Desde esa unión, el bosque se llenó de flores de todos los tipos: azahares, girasoles, cafetales…¡todas de colores brillantes y olores deliciosos! Y ni hablar de la miel que preparaban las abejas, era la más exquisita del bosque y todos los habitantes del bosque ansiaban por probarla.
Todos estaban muy felices…bueno, no todos. Me había olvidado de Chimoltrufia, la hermana menor de Clemencia, una abeja amargada y muy solitaria. Chimoltrufia le tenía envidia a su hermana, porque su madre siempre la prefería a ella. Al ver que todos eran felices menos ella, la abeja se llenó de rabia, y empezó a planear una venganza.
“¡Ya sé lo que haré! Envenanaré los frutos para que todo los animales se enfermen y culpen a Clemencia, ¡mujajjajaaja!” rió con maldad Chimoltrufia.
Así que Chimoltrufia creó una pócima venenosa y la esparció entre sin que nadie se diera cuenta. “Muajjajajaja” se reía la abeja mientras llevaba a cabo su maldad.
Como lo planeó Chimoltrufia, muchos de los animales del bosque se enfermaron. “Ay, mi barriguita” lloraba el conejo. “¡Me duele mucho la panza!” se quejaba el oso. El bosque empezó a tornarse muy gris y silencioso. “¿Dónde estará el pájaro que come de mi fruta?” se preguntaba el manzano. “No he visto al jabalí desde hace tiempo…” murmuraba la margarita a sus amigas.
Las abejas estaban muy preocupadas al ver que los animales estaban tan mal, así que hicieron una reunión.
“Esto es culpa de Clemencia, no has hecho la miel y por eso los animales se están enfermando” acusó Chimoltrufia a su hermana.
“¡Eso no es cierto! Deja de decir mentiras” le respondió Clemencia muy indignada.
“¡Es verdad! Solo te la pasas viéndote en el espejo y no haces bien tu trabajo” dijo Chimoltrufia.
“¡Mentirosa! Yo sí trabajo” contestó Clemencia. Pero las demás abejas creían en lo que decía Chimoltrufia, así que miraban a la princesa mayor con desaprobación.
“¿Ves? Ninguna te defiende porque saben que solo eres una vanidosa” le echó en cara Chimoltrufia.
“Chimoltrufia, deja de mentir. Ya sabemos que fuiste tú” exclamó la abeja reina, que acababa de entrar al cuarto.
“Madre, ¿cómo puedes decir eso?” se hizo la dolida Chimoltrufia.
“Encontré esto en tu cuarto. ¡Esparciste este veneno en los frutos! El zorro te vio y me lo contó”. Y Cleotilde mostró una botellita con un líquido tan negro como la boca de un lobo.
Chimoltrufia se vio acorralada, ya no podía seguir mintiendo.
“¡Sí, fui yo! Siempre has preferido a Clemencia, por eso me vengué” confesó la abeja llena de rabia.
“¡El bosque está muriendo por tu culpa Chimoltrufia! Todos los animales están muy enfermos y ninguno puede cumplir sus labores” la regañó Clemencia. Chimoltrufia, al ver que todas las abejas la miraban decepcionadas, se dio cuenta que había cometido un error.
“Estuvo mal lo que hice…perdón, ¡ahora no sé cómo arreglarlo!” empezó a llorar Chimoltrufia.
“Yo sé que podemos hacer” dijo Silvestre, que acababa de llegar a la colmena. “En mi colmena fabricábamos medicamentos con la miel, podemos hacer lo mismo acá para salvar a los animales”.
“¡Es una excelente idea, querido!” exclamó Clemencia llena de felicidad.
Así lo hicieron, todas las abejas trabajaron muy duro para crear el antídoto y luego volaron durante varios días para dárselo a los animales. Las alas de las abejitas estaban adoloridas, pero los animales se curaron y el bosque volvió a agitarse con la felicidad de la vida silvestre.
¿Qué pasó con Chimoltrufia? ¿La echaron de la colmena? No, ella aprendió la lección, dejó de ser envidiosa y empezó a trabajar al lado de su hermana y cuñada para que el bosque siguiera igual de hermoso para siempre.
Cuento escrito por: Meelyn Alquichides