El pueblo de los plásticos

Cuento escrito para el primer concurso intercolegial de cuento ALUNA.

Dedicado a la Fundación Botellas de Amor, muchas gracias por su importantísima labor.

Escrito por Nicolás Gómez.

 

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Entre dos inmensas montañas, que eran atravesadas por un bellísimo río, había un hermoso pueblito de casas pequeñas y calles de piedra; era un lugar apartado y muy tranquilo, soleado y con mucha vida. Las calles siempre estaban llenas de personas haciendo diferentes cosas, ya fuese en alguna tienda, en la placita del mercado o hablando con alguien por ahí, o incluso tomándose un cafecito en el precioso parque principal. En fin, este pueblito era un lugar maravilloso.

Un día al pueblito llegaron unos misteriosos forasteros en un extraño vehículo lleno de cachivaches y miles de colores y olores. Ya era raro que llegaran visitantes al pueblo, aún más estos de tan extraña apariencia.  Cuando llegaron al parque principal, la gente empezó a acercarse para observar a los dos misteriosos hombres que habían llegado. 

Tomás, un niño tierno y curioso, también caminó al parque para ver a los peculiares visitantes. Una vez hubo suficientes personas, los forasteros se bajaron de su carro, y uno de ellos dijo:

“Tenemos un maravilloso, estupendo, mágico, asombroso y sorprendente invento; traído desde los lugares más recónditos de la tierra, que hará sus vidas, mucho, muchísimo, más fáciles”.

Y el otro añadió:

“¡Señoras y señores, niños y niñas, permítanme presentarles, la maravilla, el invento que cambiará sus vidas para siempre, ante ustedes presentamos, ¡LOS PLÁSTICOS!”

Y de su chaqueta sacó una simple botella que parecía de vidrio común, como cualquier otra. La gente del pueblo estaba realmente decepcionada. Tomás pensó: “este hombre creía haber descubierto las botellas, ¿qué nadie le había dicho que ya existían?, debe venir de un lugar muy lejano, donde toman el agua con las manos y guardan la miel y la mermelada en cajones, o tal vez sólo habría enloquecido, una de dos”.

Pero entonces, soltó la botella. No había discusión, estaba loco, ahora la botella caería al piso y se rompería, y tendrían que recoger cristal por cristal, pero…

¡Plam!

¡La botella había rebotado! ¡Imposible!, era magia negra o algo así. Todos estaban asombrados y Tomás no podía creer lo que a sus ojos le mostraban.

“Así es señores y señoras, no vieron mal, la botella rebotó, y es que está hecha de un material nuevo, duradero y resistente, llamado plástico” dijo uno de los sujetos.

“Y no solo se pueden hacer botellas con él, también platos, cubiertos, empaques, bolsas, juguetes, todo lo que se le ocurra, las posibilidades son infinitas” agregó su acompañante.

La gente quedó encantada y maravillada. Pronto los plásticos se volvieron una sensación, eran la moda, la gente compraba y compraba plásticos por montones a los forasteros. En cualquier casa o tienda había, vendían o te daban algún plástico.

¡Había plásticos por todas partes!, aquí, y allá, plásticos por doquier. Como la mayoría de los plásticos eran para usar una vez y botar, pronto, el pueblito se llenó de mucha, muchísima basura plástica, tirada en todas partes: el piso, los techos, los árboles… ¡en todos lados!

La gente no sabía que hacer, el camión que se llevaba la basura del pueblo no era suficiente, había demasiada, y cada vez que volvía, había más basura que la anterior vez. 

El Alcalde, desesperado, llamó a los forasteros buscando una solución.

“El pueblo está repleto de basura plástica, ¿qué haremos con toda esta basura? ¡El camión no puede con tanto!”

Y los forasteros respondieron en unísono:

“Pues tírenla al río”.

Así lo hicieron, todos los plásticos que habían los tiraron al río. Así, el pueblo estaba otra vez libre de basura plástica, pero el pobre río estaba repleto de miles de plásticos. 

El joven Tomás no era un experto, pero definitivamente creía que esto traería problemas, muchos problemas, así que decidió empezar una investigación, y fue siguiendo el cauce del río, persiguiendo a los plásticos. 

En su investigación, se dio cuenta de que a las criaturas del río no les gustaban para nada los plásticos porque  eran atrapados por estos. 

A medio camino, ya fuera del pueblo, empezó a llover; era un mes de lluvias. Tomás tuvo que buscar refugio, así que siguió caminando, a la espera de encontrar alguna casa. Por suerte, se topó a un chico campesino que estaba criando a unos novillos, así que se acercó y le dijo:

“Hola, soy Tomás”.

El chico asustado se volteó y le dijo:

“¿De dónde saliste?”

“Eeeh, pues, del pueblo”.

“Aaaaah, así que tú eres de los pueblerinos sucios que tiran basura a nuestro río. ¿Qué les pasa?, ¿no ven que el río es de todos, o se creen dueños por ser del pueblo?, nuestros novillos no pueden tomar el agua porque está llena de esas cosas y han espantado a todos los peces y no hemos podido pescar ni uno” le reclamó el muchacho rojo de la furia.

“Pues, la verdad no sé qué decirte, es que nadie sabía qué hacer con tanta basura así que se les ocurrió tirarla al río” respondió Tomás, también rojo, pero de la vergüenza.

“Bueno, pues es una pésima idea, ahora el río está sucio y la basura se acumula abajo.”

“¿Se acumula?”

“Sí, mira.”

El chico terminó de arriar los novillos y llevó a Tomás a un lugar donde habían árboles caídos y muchos plásticos acumulados. Como había dicho el muchacho, el plástico no podía pasar y se acumulaba, creando una barrera que no dejaba avanzar el agua Además, por las lluvias, el agua del río estaba empezando a subir y a subir.

Al ver esta trágica situación, el joven campesino dijo:

“¡Wow!, esto no estaba así cuando vine esta mañana. ¿Cómo subió tanto el agua? Sabía que era mala idea, tenemos que llegar al pueblo y advertirles.”

Juntos corrieron hacia el pueblo, pero ya era muy tarde, el agua subió y subió sin control, hasta desbordarse. El agua arrastró a las casas del pueblo con su corriente. Las personas corrían y gritaban buscando refugio. ¡Todo era un caos total!

Así que la gente empezó a subir a lo más alto de las dos montañas para ponerse a salvo; al chico y a Tomás no les quedó de otra opción que subir también.

Ya en la cima de una de las montañas el Alcalde dijo:

“¿Cómo se desbordó el río? Nunca se había desbordado antes, no lo entiendo.”

Y el chico que acompañaba a Tomas dijo:

“Esto es por su culpa, ustedes tiraron basura al río, esta se acumuló, tapó el paso del río, y  el agua se estancó. Ahora se desbordó y se está llevando sus casa, ¡definitivamente son unos genios!” agregó esto último con sarcasmo.

Entonces todos guardaron silencio. Para empeorar la situación, del cielo todavía caían gotas de lluvia, por lo que el agua  seguía subiendo. 

“Bueno, y, ¿qué haremos?” preguntó Tomás

“Ni idea, ¿qué se supone que hagamos con esto?” respondió su nuevo amigo. “Oigan, ¿escucharon eso?”

De un momento a otro empezó a escucharse un sonido, como si algo crujiera o se quebrará, y en ese momento el tapón de plástico no aguanto más y se rompió, por lo que el agua salió por montones al otro lado de los troncos. Después de unos minutos, que parecieron horas, dejó de llover.

La gente empezó a bajar al pueblo y lo encontraron destruido y lleno de plástico, muchas casas habían sobrevivido, pero otras estaban totalmente destruidas. 

Era terrible, la gente empezó a discutir sobre qué hacer, pero para reconstruir las casa necesitaban muchos materiales, y no tenían suficiente dinero; además, tendrían que talar muchísimos árboles, y por si fuera poco, también tenían que deshacerse de todo ese plástico, y ya no podían tirarlo al río. ¡Nadie sabía qué hacer! ¡Todos estaban confundidos!

Pero a Tomás se le ocurrió una maravillosa idea, y le dijo al herrero del pueblo:

“Señor Pedro, al fundir metal y ponerlo en moldes usted puede darles la forma que quiera, ¿no?”

“Sí, así es, puedo darles la forma del molde” contestó el herrero.

“Y si derretimos el plástico y lo metemos en moldes, podríamos construir tablas de madera y otras partes para construir casas, ¿no?” cuestionó Tomás.

Al escuchar esto, el Alcalde exclamó:

“¡Sí, es una estupenda idea! ¡Eres un genio, Tomás!”

Todos se pusieron manos a la obra. Un grupo se encargó de recolectar el plástico, mientras que el herrero y sus ayudantes hicieron moldes y fundieron el plástico, creando tablas de madera hechas de plástico, o, mejor dicho, tablas de plástico, y el último grupo se dedicó a construir las casas.

Semanas después, el pueblo era otra vez un lugar hermoso, tranquilo y soleado, atravesado por un bellísimo y ahora limpio río, con casas antiguas, y casas nuevas hechas de plástico. De hecho, estas casas hicieron famoso al pueblo, que se convirtió en un lugar visitado por muchos turistas, atraídos por las casas hechas de plástico.

Los habitantes del pueblo vivían felices una vez más. Le hicieron un reconocimiento especial a Tomás por su idea de las tablas plásticas, y el pueblo siguió siendo un alegre pueblo, pero ahora, sin plásticos. 

Mejor así, ¿no?

 

Cuento escrito por: Nicolás Gómez

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