El duende y los mágicos espejos solares
Cuento basado en el artículo: Mundo SOS: la innovación que convierte energía solar en energía eléctrica para antioquia
A Hugo le castañeaban los dientes por el miedo “Chaca, chaca”. ¡Todo era muy oscuro! Sus ojos no podían ver sus manos. Estaba muy asustado.
El niño pensaba que había monstruos en la negrura, esperando a que él saliera de su cama para devorarlo. Por eso, se quedaba debajo de su manta hasta que el sol apareciera en el cielo, desvaneciendo la oscuridad.
Hugo vivía en un pueblo en el que durante el día el sol brillaba con fuerza, pero, cuando llegaba la noche, un profundo color negro se esparcía en todas las calles, ya que no había electricidad.
Las cosas no siempre fueron así. Hace unos años, la gente del pueblo generaba luz quemando carbón y madera en unas máquinas, sin embargo, de eso se emitía un humo venenoso, así que dejaron de hacerlo por la salud de todos.
“¡Ya no quiero que haya más oscuridad!” le dijo Hugo a su mejor amiga, Daniela. Esta le comentó sobre un duende, llamado Marcelo, que vivía en la última casa del pueblo. Marcelo tenía un espejo mágico que absorbía los rayos del sol durante el día y los liberaba en la noche.
Hugo saltó de la alegría, ¡por fin había encontrado una solución a su problema! Pero Daniela se mordía las uñas nerviosa frente a la idea de ir a ver a ese personaje siniestro.
“Ese duende es muy gruñón” le dijo su amiga, pero eso no le importó al niño. Estaba decidido a finalizar el reinado de la oscuridad.
Entonces, ambos niños fueron a la casa del duende, la cual estaba estropeada, con la pintura descolorida, una ventana rota y sin varías tejas del techo. Aún así, Hugo valientemente tocó la puerta. Mientras se escuchaba el “toc, toc, toc”, ésta se abrió sola haciendo un chirrido escalofriante.
Cuando entraron, fueron recibidos por una intensa luz, la cual venía de un extraño objeto que flotaba en la sala. Era un espejo rectangular y tan largo como un niño de cinco años.
También se dieron cuenta que había un duende de piel verdosa recostado en el sofá, quien arrugó el rostro al verlos. Era Marcelo, el dueño del espejo.
“¿Por qué entran en mi casa?” les preguntó con rabia. Los niños le explicaron que necesitaban su espejo mágico, pero el duende se rió tan fuerte, que las paredes de la casa retumbaron.
“¡No les daré nada, niños tontos!” gritó Marcelo.
A pesar del mal genio del duende, Hugo estaba decidido a llevarse el espejo, así que saltó, agarró el objeto de manera rápida y cayó al suelo.
Los dos amigos corrieron hacia la puerta, pero el duende voló hasta ellos, tomó el espejo por una esquina y forcejeó con Hugo. En medio de esto, el cristal se resbaló, saltando por los aires hasta caer al suelo y romperse en pedazos “¡CRASH!”.
“¡MI ESPEJO!” gritó Marcelo y comenzó a llorar. Hugo se sintió bastante culpable. Tratar de robar a alguien había estado muy mal, así que se disculpó por lo que hizo. El duende también pidió perdón por ser grosero y egoísta.
Afortunadamente, los fragmentos del espejo emitían luz, ¡no habían perdido sus poderes mágicos! Entonces Marcelo y los niños hicieron un trato: el duende se quedaba con el pedazo más grande, y ellos se llevaban los demás.
Ya en el pueblo, los amigos dejaron que los fragmentos flotaran en diferentes partes y cuando llegaba la noche, la oscuridad era opacada por el brillo que de ellos se desprendía, extendiéndose por todas las calles.
De esta forma, Hugo pudo dormir profundamente sin miedo a nada durante las noches, mientras su pueblo era iluminado por una fuente de energía que no le hacía daño ni a las personas ni a la naturaleza.
Cuento escrito por: María Lucía Sarmiento Rojas
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