El bosque de los perdidos

Su espada vibró al chocar contra la vara del brujo. Ithan apenas respiraba. A su lado, el árbol rojo ardía con un fuego sin humo, y en lo alto, atrapado en garras de ramas oscuras, colgaba Arel. En su posición de ataque, el brujo no decía palabra, pero sus ojos ardían de malicia.

Todo comenzó dos noches antes. Arel, impulsivo como siempre, aceptó el reto de unos chicos mayores: entrar al bosque prohibido. Lo llamaron cobarde y se burlaron. Nadie lo volvió a ver.

Al tercer día, Ithan no soportó más la espera. Robó la espada del guardia mayor, cruzó la cerca y se adentró en la niebla espesa, sin decir nada a nadie. El bosque lo recibió en silencio.

Los árboles parecían moverse. Sus ramas susurraban nombres. En medio de esa penumbra, una figura flotaba: un hada de alas luminosas, con ojos que brillaban como luciérnagas.

Ella le explicó que aquel bosque fue hermoso una vez. Hasta que el brujo, exiliado del reino, lo contaminó. Ahora cada criatura era una sombra, cada flor, un engaño. El corazón del bosque, donde ardía el árbol rojo, era su trono.

Ithan y el hada avanzaron juntos. Ithan luchó contra lobos de hueso, ríos que hablaban en gritos, espinas que se cerraban como dientes. A veces, el bosque se volvía su aliado: raíces se enredaban para detener enemigos, piedras flotaban marcando senderos.

Pero al acercarse al árbol rojo, el hada cambió. Su rostro se torció, sus alas se oscurecieron. El brujo la había corrompido.

Ella lo atacó sin piedad. Ithan no quería dañarla, pero tampoco podía rendirse. En un momento de claridad, el hada titubeó. Él tocó su frente y recordó su luz. Ella gritó, se desplomó y, al fin, volvió a ser ella misma.

Ahora, con la criatura redimida a su lado, Ithan enfrentaba al brujo.

La pelea fue brutal. La espada ardía en sus manos, y el brujo lo empujaba con magia oscura que convertía el aire en ceniza. Ithan cayó, se levantó, gritó, y finalmente logró hundir la hoja en el pecho de su contrincante.

El brujo no murió. Se incendió desde dentro, envuelto en llamas doradas. De las brasas, emergió un fénix. Majestuoso, lo miró en silencio y alzó el vuelo. El árbol dejó de arder.

Cuando Arel, desorientado, agradeció con una mirada perdida, Ithan se acercó y lo abrazó. Arel se aferró a él con fuerza, como un náufrago.

Arel: Lo lamento. Fui un tonto. Me llamaron cobarde y… me dejé engañar. Fui cobarde por creerles.

Ithan: La verdadera valentía no es probarle nada a nadie. Es arriesgarlo todo por alguien. No fui a ese bosque por los insultos de unos chicos, sino por la amistad que te une a mí.

El hada, con su esencia recuperada, abrió un portal. Pero el bosque, antes de dejarlos ir, le impuso un último obstáculo a Ithan: una raíz lo sujetó. Entonces, una flor brotó de la tierra y le ofreció una semilla roja. Ithan la tomó. La raíz cedió.

Cruzaron el portal.

Desde ese día, el bosque no volvió a hablar. Pero Ithan lo escucha en sueños, y la pequeña semilla roja en su bolsillo, caliente como un corazón, le recuerda que la verdadera magia no está en la fuerza de una espada, sino en los lazos que nos unen y en las decisiones que tomamos por aquellos a quienes amamos. La amistad y la naturaleza se sanan con valentía y amor. El heroísmo reside en proteger la magia del bosque, sembrando conciencia para que su belleza siempre florezca.

Información del cuento

Este cuento fue escrito por Annieth Sofia De La Rosa Triana

Imagen de portada diseñada por Anette Manuela Ruiz Pérez.

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