Cuento basado en el artículo: Ayudando al planeta desde el celular: Ecoapp, una aplicación para reciclar
¡Estoy tan cansado! Muy pero muy cansado. Solo me usan hasta agotarme… ¡Ah! Veo que te detuviste a escuchar mis lamentos. Ven, siéntate para que te cuente mi historia.
Soy un celular inteligente, o smartphone, pero mis amigos me llaman Smart. Tengo muchas funciones que hacen que tu vida sea más fácil, pero solo me usan para ver vídeos graciosos que no dan risa.
Le he rogado a mi dueño Juan Felipe que haga algo útil conmigo, pero escucha más una licuadora que él. Mas no me rendiré, me tiene que escuchar porque es urgente lo que tengo que decirle. ¡Ahí viene! Deseenme suerte.
“Oye Smart, vamos a salir, ¿ya estás cargado?” me pregunta Juan.
“Todavía no, como siempre me estás usando, me demoro mucho en cargar” le reprocho.
“Bueno, seguiré jugando, me avisas cuando estés listo.” Y dicho esto se va antes de que le pueda decir algo.
¡¿Ven?! Es un ingrato y desinteresado, pero yo me cansé, no aguanto más esa indiferencia. Me desconecto del cargador y despliego mi par de piernas para salir por la ventana y buscar a alguien que me escuche (ningún humano sabe que tenemos piernas, así que guarden el secreto).
Necesito hablar con alguien de inmediato, porque está pasando algo muy grave en el mundo, según me han contado otros celulares con quienes suelo compartir datos y noticias. Los humanos están botando demasiada basura y la Tierra se está ahogando. ¡Nuestro hogar no aguanta más! Si esto sigue así, todos vamos a desaparecer, incluyéndote.
Por eso estoy buscando a alguien que me ayude, porque mi dueño no se ve muy interesado. ¡Allá! Hay un chico con unos audífonos más grandes que su cabeza, de seguro querrá escucharme, así que me voy a acercar a él.
“¡Oye! ¡Chico! ¿Tienes un momento para hablar de las basuras?” le digo cuando llego a su lado, pero siguió meneando su cabeza como si fuera un pájaro carpintero.
“No te desgastes, este muchacho a duras penas escucha sus pensamientos” me dice los audífonos.
“Pero, ¿podrías detener la música un momento? Es que en serio es importante” le suplico.
“Imposible, yo ya soy parte de su cuerpo y no puedo despegarme de él” me contesta, entonces me voy buscando a otra persona.
Horas después
Al final ningún humano me hace caso, entonces me decido por hablar con una mascota que esté en el parque. Allá hay un perro mordisqueando una botella, de pronto tengo éxito con él.
“Hola, señor perro, ¿tiene un momento para que le hable sobre las basuras?” le pregunto en un tono muy elegante.
“Ñam, ñam, ñam” hace el perro mientras muerde la botella.
“Lo que usted está mordiendo, señor perro, es una basura que arrojan los humanos. Esa basura puede llegar al océano y…” no puedo completar mi discurso porque el perro me interrumpe.
“Pero las botellas son muy buenas para morder” me dice el perro.
“Sí, así es, pero…”
“Veo que sería interesante morderte a tí” contesta con la saliva escurriendo del hocico.
Corro lo más rápido que mis piernas me permiten mientras aquel perro loco me persigue. ¡No quiero baba de perro en todo mi cuerpo! ¡Qué asco!
“¡Auxilio! ¡Auxilio!” grito desesperado.
“¡Guau! ¡Guau! Te voy a morder” se ríe el perro detrás de mí.
Sigo corriendo y gritando para que ese perro no me alcance. De repente, alguien me toma y me alza del suelo.
“¡Chu! ¡Chu! Perro malo, no hay que perseguir a los celulares” le dice mi salvadora. El perro la mira con un puchero, pero se da la vuelta sin reclamarle nada.
“Ay, me ha salvado la vida” le digo llorando. ¡Estaba tan asustado! Creí que iba a terminar lleno de saliva y con el cuerpo roto.
“¡Don celular! ¿Se encuentra usted bien?” me pregunta la señora
“¡Gracias a usted! ¿Cómo se llama, señora?”.
“Marcela, pero me puede llamar Marce” responde la mujer.
“Marcela, me salvó de convertirme en una masa de basura” le agradezco.
“¡Oh! No diga eso, de por sí, la basura no existe” dice la mujer.
“¿Cómo dice? Pero es la basura la que está destruyendo el planeta” respondo bastante indignado por su ignorancia.
“Lo que destruye a nuestro planeta es que no sabemos qué hacer con la basura” respondió con un brillo de sabiduría en sus ojos.
“Entonces, ¿qué debemos hacer con la basura?” pregunto con la curiosidad picando en mis circuitos.
“Ven, acompáñeme” dice llena de emoción.
La mujer me lleva a una gran casa en donde hay personas que están organizando gigantescas bolsas de basura. Por sus trajes de color verde, me recuerdan a los duendes de Papá Noel.
“Lo que llamamos basura muchas veces llega a donde nosotros, los recicladores. Somos como magos que ayudamos a transformar esa ‘basura’ en algo nuevo. Por ejemplo, las botellas pueden convertirse en camisas y los cartones en otros cartones” me explica Marcela con mucha pasión
“¡Oh! ¡Encontré una maga en la vida real! Pensé que solo estaban en los cuentos” exclamo muy feliz.
“¡Sí! Pero…no todo es tan bueno” confiesa con tristeza.
“¿Qué puede haber de malo con esto?” le pregunto confundido.
“Muchas personas no saben que existimos, así que no recibimos sus ‘basuras’…hay días en los que no recibimos nada”.
¿No reciben nada de basura? ¡¿Cómo es posible?! Todos los días los humanos producen muchísimas toneladas de basura. Si tan solo hubiese una forma de que las personas supieran de los recicladores…
¡Lo tengo! ¡Ya sé a quién acudir!
“¡Oh! Yo creo que tengo la solución perfecta, ¡sígame!” la invito a seguirme hasta mi casa.
Cuando llegamos, logro escuchar un gran alboroto dentro de la casa, de seguro es Juan Felipe buscándome con desesperación. Toco la puerta y de inmediato la abre mi dueño, que tiene la cara tan roja como un tomate.
“¡¿Dónde estabas, Smart?!” grita tan fuerte que estoy seguro que se escuchó hasta la Antártida.
“A mí no me hables así, niñito. He estado tratando de decirte algo importante pero ni siquiera me escuchas” le digo indignado.
“¡Eso no es excusa para desaparecer!” me vuelve a gritar y nos ensanchamos a una discusión acalorada.
“¡Eres un desagradecido!” ataco con toda la rabia que tengo en mis cables.
“¡Y tú un histérico!” contesta Juan Felipe con el rostro a punto de explotar.
“Jamás me escuchas” le reclamo.
“Pero solo vives quejándote” refuta.
“Peleando no vamos a arreglar nada” dice Marcela y se pone entre nosotros para que dejemos dediscutir, pero seguimos lanzándonos chispas con los ojos.
“Entonces, ¿qué es lo que querías decirme?” pregunta por fin Juan Felipe. Miro a Marcela y ella me sonríe para animarme, así que le cuento todo sobre las basuras, las titánicas cantidades de basura que llegan a los océanos y la forma en la que envenenan al planeta.
“¡Quedaremos sepultados en basura!” exclama Juan Felipe alterado.
“¡Por eso debemos hacer algo! ¡Debes ayudarnos, Juan!” le respondo.
“¿Y qué podemos hacer?” me pregunta el chico.
“Los recicladores necesitamos una forma para que las demás personas puedan comunicarse con nosotros y así recoger sus residuos” dice Marcela.
Juan Felipe se queda pensando como un filósofo griego, quieto y en silencio. De repente, da un salto y los ojos se le iluminan como el flash de una cámara.
“¡Se me acabó de ocurrir la mejor idea de todo el mundo!” clama Juan Felipe “Haré una aplicación de celular para que los recicladores puedan comunicarse con las personas que tienen basuras”.
“¿Cuándo la iniciarás?” le pregunto.
“¡Ahora mismo! Pero necesitaré tu ayuda, Smart, no puedo hacerlo sin ti” me mira con ojos de cachorro arrepentido. Yo acepto ser su compañero en esta increíble aventura.
Meses después
¡Nos volvemos a ver, querido amiguito! Me encuentro cansado, pero en buen sentido, porque estoy muuuy feliz. Con Juan Felipe duramos seis meses en su cuarto creando una aplicación para que los recicladores y los demás ciudadanos pudieran contactarse, así como un WhatssApp pero ambiental.
Fue un trabajo agotador, pero al final logramos crear la aplicación. Ahora todas las personas de la ciudad y los recicladores se pueden comunicar para que las ‘basuras’ sean transformadas en cosas nuevas.
Llegaremos a todo el mundo. ¡Sí! A todo el mundo, desde Argentina hasta Japón, porque queremos desaparecer las basuras de todo el planeta.
“¡Smart! Vamos a reunirnos con el primer ministro de Inglaterra” me llama Juan Felipe. ¡Me tengo que ir! La vida de un aventurero nunca termina.
¿Nuestra aplicación llegará a todo el mundo? Lo sabremos si continuamos en esta travesía.
Cuento escrito por: María Lucía Sarmiento Rojas
Artículo escrito por: María Lucía Sarmiento Rojas
¡Hola! Para acceder a las actividades ALUNA debes iniciar sesión con tu cuenta. Loguéate e inténtalo nuevamente.